Los cuervos estaban sobre la plaza más grande del pueblo, donde había ido con Ariel. Los árboles no tenían una sola hoja, estaban desnudos, la luz solar era fuerte, golpeaba el suelo y ella honró con su presencia uno de los bancos. Yo estaba inmóvil, pensaba que al minúsculo movimiento las aves tratarían de reducirme a pedazos pero ella con una de sus manos me hizo señas de que fuera, lo hice lentamente. Los cuervos parecían no notar mi presencia.
Ella tenía razón y eso me dio una idea. Pensé en que no las quería cerca, quería que se marcharan y solo bastó imaginar que se consumían en fuego para que realmente pasara. ¿Por qué no había pensado antes en eso? Más ideas golpearon mi cabeza. Sin decir nada, cogí a Ariel de la mano, le pedí que cerrara los ojos, imagine uno de mis lugares favoritos y allí aparecimos.
No decía nada y ya me estaba preocupando. Era un hermoso lugar en donde nos encontrábamos, el césped relucía al contacto con los rayos del Sol y los árboles bailaban al ritmo de la brisa. Aquella estancia era uno de mis lugares predilectos en Caracas, para mí, estar allí era hacer contacto con el orden del desorden citadino, en ese sitio podías trasladarte a la armonía. La mejor parte de haberla llevado, era que solo estaba reservado para nosotros. En mis sueños no necesitaba a nadie más que a ella.
Había dicho algo muy estúpido, como si ella fuera una roca, la cual no tiene sentimientos. Podría ser la Ariel de mis sueños, pero no tenía derecho a hacerla sentir inferior a su real “yo”. Impulsivamente la halé hacia mí para abrazarla a modo de disculpa. Ella correspondió al gesto. Seguramente hacíamos una hermosa imagen allí, el paraíso, nuestro abrazo, nosotros. Su cabello tocaba mi mandíbula, sus pequeñas y delicadas manos se aferraban a mi espalda. Lo mejor de todo esto era que podía sentir el palpitar desenfrenado de su corazón. Estaba nerviosas y yo también lo estaba.
Estuvimos así mucho tiempo, luego nos acostamos sobre el césped. Hubo momentos en los que pude vernos desde el cielo. Su cabello estaba plegado sobre la grama, sus piernas estaban cruzadas y su vestido azul celeste descansaba del viento. Yo la estaba mirando indiscretamente hasta que se rodó más cerca de mí y puso a descansar su cabeza sobre mi pecho. Era posible, lo había pensado con Sophia, mi subconsciente había ejecutado la acción con la persona correcta.
Luego de deleitarnos en el parque, nos dirigimos lentamente a la salida, abandonamos la sombra que nos ofrecían los altos árboles. El Sol era más fuerte fuera del pequeño paraíso, pero una enorme nube gris acudió a mi llamado, cubriendo el rostro del Astro Rey. Ariel sonrió y me miró a modo de un tierno reproche.
No había llantas besando la calle, ni personas que obstaculizaran el paso. No nos molestamos en seguir por la acera, paseamos a través de la avenida, ella enlazada de mi brazo derecho y yo siendo su fiel guía por el país de mis sueños. Nos habíamos hecho más cercanos en cuestión de no sé cuánto tiempo, pero no fue mucho, aunque no sabía exactamente cuánto. Ariel había abandonado sus zapatillas y me invitó hacer lo mismo. Se sentía bien pisar el mar negro del que estaban hechas las calles.
Me detuve en ese momento, lo que había dicho sugería análisis. Ella siguió caminando, me costaba pensar en mis sueños, por primera vez quería despertar, necesitaba aclarar mucho y solo había un lugar donde podía drenar la confusión.