No reaccioné ante aquello, esperaba siempre lo peor cada vez que me lo decía. Otra infortunada que conocería la muerte. Frecuentemente a John le gustaba encontrarse con las almas de las chicas, pero había olvidado que una nueva se había sumado a uno de los asientos de la larga mesa en la que de vez en cuando nos hacía sentar y permanecer en silencio. Cada una estaba inmóvil con las manos sobre la mesa – a excepción de Miranda – y mirándose fijamente entre sí, lo perturbador era que sus almas conservaban aún el aspecto que sus cuerpos físicos tuvieron al ser masacrados. Los ojos blancos no permitían expresión alguna y de sus bocas no salía absolutamente una sola palabra. Estaba seguro de que tampoco eran capaz de oír. Pero todo aquello era una cruel ilusión efectuada por John, lo hacía para deleitarse con el maltrato físico al que habían sido sometidas. La única que conservaba moderadamente su aspecto era Sophia, quien en comparación estaba intacta. Al notar que le estaba mirando, volteó con sus ojos blancos hacia mí y frunció el ceño, como reprochándome algo.
Todo comenzó a humear y a volverse caliente, lo primero en prenderse en fuego fueron los cuerpos inmóviles que no protestaron. Escuché refutar a John quien miraba en su entorno un poco atemorizado y preocupado.
Me llevó a un lugar apartado de toda civilización, a una casa campestre rodeada de cultivos de maíz, allí el Sol era más azotador, lo mismo con el viento. Cuando él me llevaba a lugares de tranquilidad, comenzaba a revelar cosas que quiso llegar a hacer, algo que no llegaba a entender del todo, puesto que si era pura maldad, incluso había una pequeña ansiedad ante agradables sueños que no alcanzó.
Uno de sus primeros sueños en la vida era tener un hogar que lo hiciera sentir único en la tierra, donde poco contacto tuviera con el resto del mundo. Tenía mucho odio en mi corazón hacia él, y de presentarse alguna remota posibilidad de hacerlo pedazos, no lo dudaría, pero aun con todo eso, no hacía bromas pesadas ni intentaba expresar mi odio por él en esos momentos en los que parecía encontrar un poco de paz. Muy en el fondo de mi ser, estaba convencido de que John disfrutaba de mi compañía, de poder contarle por primera vez a alguien todas las cosas que se gestaban en su cabeza, de compartir conmigo su imaginación y de sentirse, aunque fuera tarde, en compañía de alguien diferente a los demás sin importar que lo juzgara. Su problema era que la forma de ocultar todo eso era propinándome largas y dolorosas palizas para no mostrar un lado humano que sugiriera que tenía buenos sentimientos,