Cloe había ido a visitarme luego de varias semanas desde mi cumpleaños. Había roto con Evans y no tenía con quién hablar. Se notaba que había llorado mucho y por eso se podía calcular que lo amaba. No me contó el motivo de su separación, pero le dije, que sin importar cuanto nos dolía una persona, no había ciclos eternos en los que ellas perduraran a lo largo de nuestras vidas. Las relaciones solían ser complicadas y cuando nos comprometíamos nos daba la sensación de que le debíamos algo al otro ser, no solo era el respeto ni la honestidad, era algo ligado que mayormente se ignoraba, pero que en ocasiones incomodaba. Le recité después dos fragmentos de distintos libros que hablaban del amor de manera agridulce.
“El amor es una daga de doble filo con clavos en el mango. Somos ciegos e insensibles, también tercos y egoístas al querer explorar sensaciones de dolor. Aunque el cuchillo rebane, aunque los filosos clavos penetren, nos entregamos hasta la muerte sin haber terminado de entender, qué, el amor siempre será un laberinto de hermosas rosas con el suelo pegajoso y salidas por doquier; el joven se queja de lo que tocan sus pies mientras alaba lo que llena su vista, aun con miles de salidas, no refunfuña con fuerza, no pide ayuda y poco detesta encontrarse allí”.
“El amor es un camaleón que no se disfraza de nuestros colores favoritos, pero amamos el que escoge para enamorarnos; no es lo profundo que amamos, es la apariencia que nos embelesa. El amor se convierte en nube para cubrirnos del Sol, luego se tinta de gris y llora sobre nosotros. El amor fue una doncella, fue un plebeyo y un príncipe; tenía belleza carente de nobleza, poseía humildad y le faltaba ambición, quería sinceridad y halló traición. El amor fue un halcón que amaba al roedor, pero su naturaleza le vendó los ojos y le dio paso al dolor; pobre ratón, ama al depredador y de él ignoró que sería su captor. El amor fue una semilla de la hija del jardinero, que creció escuchando su voz, y aprendió a ser confidente y amante en silencio. Pronto se convirtió en flor, y a ella sin falta la abeja polinizaba. La hija encontró a un príncipe, juntos al horizonte fueron, quedando a así la flor triste en lúgubre sentimiento. El amor fue una abeja, que constante y madrugadora deseaba la felicidad hallar, y cuando por fin lo hubo hecho, su amante en tristeza pereció dándole al viento todos sus pétalos. El amor fue la luna, el Sol, el mar, la tierra y las estrellas, que aun con sus diferencias, se miraron por siempre, cual apego autentico de esposos. El amor fue la muerte de los corazones.
Thom llegó luego de que ella se fuera. Sacó de su bolso el cuaderno que le había dado, entre las hojas había un dibujo de un cuervo parado sobre una rama. Me explicó que lo había encontrado bajo la cama de Sophia, y que al parecer los investigadores lo habían ignorado. El contorno estaba pintado con morado en un papel transparente. Lo analizamos detenidamente, esperando toparnos con algo que sirviera de ayuda. Los ojos molestos del ave miraban a un lado. Lo alcé hasta la altura de mis ojos y mencioné que era el boceto para un tatuaje, y que a juzgar por lo manchado de la tinta, ya había sido usado. No había más que decir, solo se encontraba una tienda de tatuajes en Saint Bernard, y él se encargaría de averiguar quien se había hecho ese cuervo.
Robert había salido de la enfermería. No tenía ánimos de nada, pero estaba mejor. No quiso salir del cuarto en todo el día, solo se mantuvo leyendo sus comics e ignorándome hasta que le quité la revista y la guardé en la gaveta que contenía sus colecciones. Me miró un poco molesto, después habló.
Tenía leves sospechas de que lo que le había ocurrido a Robert tenía que ver conmigo. Al parecer, John estaba hablando en serio y nuestras investigaciones marchaban a paso de tortuga mientras él hacía de liebre y nos llevaba kilómetros de ventaja.
Por otra parte, esa misma tarde John sacó una carta de alto valor en nuestro juego, una que probablemente le habían otorgado las almas de las chicas.
Estaba en el baño mirándome en el espejo mientras lavaba mis manos. Me miraba con curiosidad por lo deteriorado que me veía, fue como si en dos meses hubiesen caído como plomo un par de años sobre mi piel y no era para menos. La voz de Sophia clamó mi nombre, primero suavemente, como si me llamase desde el interior de una iglesia en la que su voz se regaba hasta rebotar en lo más alto de la bóveda, después iba de un oído a otro, y yo permanecía con la mirada fija en mi cara pálida diciendo las típicas frases para desmentir lo que pasaba. El llamado ilusorio me erizó la piel, sentía que los dedos de ella me recorrían la espalda. Estaba convencido de que ya no me iban a causar molestias, pero esta en particular me decía que no era traslúcida, sino muy vívida como para ignorarla. Volteé al no creer que el espejo me mostraba la nada a mis espaldas, pensando conseguirlo a él con los hilos de la marioneta atados a sus nudillos, en cambio, solo las puertas abiertas de los cubículos que empezaron a vibrar y luego a cerrarse potentemente casi dejándome sordo por el estruendo, algunas se desprendían y no evité que las piernas temblaran de miedo. El show continuaba y no podía moverme del susto, el frío se espesó hasta hacer doler mis pulmones por no contraatacar de manera debida por el desgaste en corto tiempo que les había dado al fumar, aunque luego creí que era un efecto adicional al combo de ilusiones. Increíblemente, el gran cristal empezó a agrietarse desde mi rostro hasta abrirse a los extremos como las raíces de un árbol, y creí que se haría pedazos en cualquier momento. Si mi mente ya no volaba lo suficiente, posiblemente me clavaría los pedazos más grandes en el cuello. No sé qué esperas para matarme, asesino hijo de puta, recité en mi mente sin esperar nada. Reaccioné sintiendo de nuevo los músculos inferiores, me apresuré en salir del baño, pero la puerta fue más rápida y obedeciendo a John se cerró, forcejeé con ella tratando de no hacer escándalo, pero era en vano. Por si fuera poco, los grifos se abrieron y de agua pasaron a expulsar sangre mientras algunas moscas verdes y gigantes emergían de los retretes zumbando molestamente. Tapé mi nariz por el olor y con la otra mano daba palmadas al aire para alejar a las plagas que luchaban para meterse por mis ojos. Volví a la puerta hasta que milagrosamente la empujé fuerte y no se resistió, tropecé casualmente con el más macizo de todos los guardias, él me sujetó enseguida de un brazo y no me opuse o empeoraría las cosas dejando al descubierto que estaba en pleno ataque, pero los grifos seguían escurriéndose y él lo notaba sin dejar de mostrar una expresión de te atrapé pequeño enfermo. Pero fue inmensa mi sorpresa cuando el sujeto se acercó y asomó la cabeza para encontrarse con la carnicería de hielo y de bienvenida, las moscas se le encimaron agresivas envolviéndolo y haciéndolo correr a lo largo del pasillo mientras pedía ayuda y yo iba al otro extremo sin dejar de verlo horrorizado preguntándome si las moscas eran capaces de matarlo, porque lo habían bañado de pies a cabeza hasta convertirlo en una figura negra en la que no podía distinguirse el sexo de no ser por la voz gruesa; pude haberlo ayudado, pero él era uno de los que hacía difícil mi estancia en el internado, así que preferí verlo chocar contra las paredes y caer para luego revolcarse como cerdo en el lodo.