Tantos locos -Cuentos cortos-

De hipocrecías

            —Todo parece perdido —murmuraba el padre Benjamín observando la iglesia desde la ventana de la casa vecina.

Pero ya no sólo le parecía que todo estuviera perdido, sino que lo veía. A su alrededor, pues vivía en una comunidad de feligreses, todos tenían sus demonios.

           —Padre, hay algo en mí que me atormenta —le había dicho Javier el lunes pasado, de rodillas en el confesionario.

           —Dime, hijo mío —contestó con fingido interés, mientras su mente se preocupaba por la falta de limosnas.

          —Tengo sueños recurrentes con asesinatos... —ya iba el cura a decirle que no era nada del otro mundo, cuando este agregó: —Soy yo el que asesina, y eso no es lo peor, padre.

Benjamín sintió cierta curiosidad y estuvo atento a lo que diría el hombre de cuarenta años, arrodillado en el otro lado de la cabina.

           —He tenido momentos en los que me encuentro pensando en cómo lo haría y comienzo a sentir odio por los demás, pienso que no merecen vivir, que quiero acabar con sus estúpidas vidas -hablaba con nerviosismo y mirando hacia todos lados. Bajó el tono de la voz, hasta casi susurrar: —Es como si... como si hubiera algo en mí, usted entiende, algo malo.

Esa misma noche Benjamín se olvidó completamente del asunto, y no volvió a pensar en Javier hasta dos días después, cuando su esposa llegó a confesarse.

           —No logro conciliar el sueño, un alma me atormenta —dijo Ana, después de que él le preguntara sus pecados.

           —El señor que todo lo sabe te dará la paz que necesitas —contestó Benjamín, esta vez alerta a lo que dijera la mujer—. Cuéntame, ¿por qué crees que un alma te impide dormir?

           —Hay una muerte sobre mi conciencia —su voz apenas era audible—. Javier estaría vivo, si no fuera por mis ganas de estar con mi amante. El remordimiento no me deja tranquila.

La confesión de la viuda había sido la gota que colmaba el vaso. Desde entonces, Benjamín sentía una inquietud que lo hacía buscar una razón a toda esta "podredumbre" que lo rodeaba. Sin embargo ahí estaba, como digno ejemplo de la doble moral religiosa, pasando una copa de whisky con un cigarro, reflexionando sobre los pecados de los demás, junto al cuerpo desnudo de Ana.




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