Las tardes tristes de noviembre se asemejaban a él. Le puse un nombre al cuarto día de nuestros encuentros. En las ocasiones, en que sola me encontraba en el cuarto y me desprendía de la ropa, pensaba en las manos de David tocando los lugares no explorados.
—¿Con quien hablas por las tardes?
Los ojos de mi madre me estudiaban por encima del florero y las demás cosas.
Quizá me había escuchado o visto. Ella seguía esperando una respuesta de mi parte. Me miraba con aquellos ojos marrones que me volvían transparente.
—El jueves te escuché que hablabas... No podía dormirme...
—Con nadie. Dije temerosa a que Valeria Chamorro pudiera urgar mis pensamientos y descubrir que un hombre le había tocado un pecho a su intocable hija.
—Vos mencionaste el nombre de un chavalo.
El timbre de la voz de mi madre cambió. Años después la escucho, mientras erguida y segura me reprocha que estaba saliendo a escondidas con un muchacho.
"Me voy a vivir al fondo del lago, mamá" pensé ese día y no pude evitar reírme para mis adentros ante semejante ocurrencia.
Él no pertenecía a nuestro mundo y la relación que teníamos la llegue a interpretar como una simple amistad. Me toco un seno porque yo así lo quise, pero si Valeria Chamorro lo hibiese sabido esa noche, fuese dado sus consejos superfluos sobre la moral.
La verdad es que ni siquiera fue un minuto o dos. Fue una caricia suave, luego me heche a correr. Recapacite sobre lo que hacía
Estaba construyendo un mundo que creí que nunca se iba a terminar. En mi ser habitaba lo ingenuo y una curiosidad extraña.
Al principio creí que David me haría daño. El instinto humano me alertó. Esa tarde me atreví y puse en pausa mi lectura y mis miedos. Alce mi mano y le hice un gesto de saludo. David desde la piedra me sonrió. Mi creencias sobre las sirenas eran nulas. Cuando era pequeña escuché cuentos sobre ellas y nunca los creí.
El amor y las sirenas se mezclaban en mí como una mitología rara. Ame a David, pero nunca lo vi diferente.
Lo llame y él nado hasta las tablas. Me observo sin pronunciar una palabra
—Soy Gissela.
Tampoco hablo y nunca esperé una palabra de su parte. Le puse el primer nombre que se me vino a la cabeza. Caí lentamente en las redes de un amor torpe e imposible. No obstante me enamore de una persona distinta, no estoy hablando de la cola de pez, estoy refiriéndome a que David no me ignoro y no se marchó cuando yo solo quería estar en silencio.
—No crees que el amor, en ocasiones, es muy idealizado. La gente va por ahí creyendo que eso la va a salvar. Yo soy una de ellas... Un poco inocente, pero quiero amar.
Él solo me servía como presencia, aunque no entendiera una palabra. Nunca supe lo que era aquello, sin embargo lo decidí llamar amor.
Siempre a la misma hora, en el instante en que los turistas, Danelia, mi mamá, los pescadores y los lancheros no estaban, no existían. Veía el paisaje, las isletas verdes, a lo lejos la isla de los monos y la inmensidad del lago.
Una tarde en que volví a encontrarme con David le acaricie los brazos, la cara, las manos y el pelo. Sus uñas estaban descuidadas. Era una combinación entre lo masculino y lo femenino. Su cara fina y pequeña era como la mía.
Después de él no existió en mí esa curiosidad por saber que sensaciones se despertaban al tocar a un hombre. Los que vinieron fueron iguales. Ninguno tenía la capacidad de escucharme hablar de mis tediosas historias.
—Estoy leyendo las olas de Virginia Woolf. Dije haciendo un ademán solemne, después solté una risita.
Le acerqué el libro para que lo mirara de cerca. David le pego un mordisco a la portada. Estalle en una risa real. Siempre estuve obligada a fingir felicidad. Reí de la inocencia de él. Una criatura no podría comprender el lenguaje o lo que era un libro. Sabía que David, tampoco, sabía lo que era amar. Para mí él era algo raro y yo igual para él. No espere el placer pasajero del sexo u otra cosa, yo solo quería hundirme en silencio junto a él.
Me acosté sobre las tablas, mientras el me acariciaba el pelo. Ponía sus manos sobre la plataforma y me veía con curiosidad. Susurre una frase de Las olas, en realidad era una declaración de amor.
Si aquel azul pudiera durar eternamente, si aquel hueco entre las nubes pudiera durar eternamente si este momento pudiera durar.
Con suavidad guíe su mano hasta mi pecho, por encima de la camisa, ese momento duro mucho para mí. Solo fueron milésimas de segundos. No pude sentir pudor, en ese momento, sobre lo que hacia.