Te amo también se dice 사랑해

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Andrea no sabe si este es el lugar al que quería llegar, pero sabe que es el sitio donde necesita estar. Después de bajarse del transporte público caminó sin rumbo fijo, hasta perderse entre aquellos senderos de césped y pavimento, vagar hasta encontrarse a sí misma.

Finalmente se detiene y se sienta sobre el pasto, sin importarle que aún se sienta húmedo, no así el pavimento que parece que ha olvidado la tormenta que lo acorraló la tarde anterior, sumergiendo el ambiente en ese tenue olor acuoso. Junto a ella varios grupos de personas se han reunido para pasar la tarde, sus mantas se despliegan como pequeños botes que han atracado junto a las aguas del río Han que los observa a su paso por la ciudad.

Los pequeños botes de colores y tamaños diferentes albergan grupos de amigos que comparten un tiempo ocio y algunos bocadillos, parejas que conversan sin llegar a tocarse, familias que han salido a disfrutar de un paseo vespertino, sin faltar quien solo ha venido por la foto del recuerdo o para impregnarse de la brisa otoñal que otorga el parque Yeouido Hangang.

Andrea piensa que quizás debería estar en algún otro sitio, turisteando y posteando fotos como hacen otros viajeros, pero sabe que no puede, que por más que aquella estampa de colores rojos y amarillos que invade el parque le regalaría muchos likes en internet, no tiene ánimo para eso, y no sabe si lo tendrá.

Recoge sus rodillas e inclina la cabeza entre ellas, deseando solo cerrar los ojos y quizás incluso, volverse una con el viento, olvidarse de todo y dejarse llevar.

Es entonces cuando siente un ligero golpe en el tobillo y alza la mirada para descubrir la causa. Un balón, pequeño e impreso con un conejo rosado, ha rodado hasta chocarla.

Es entonces que una pequeña que no sobrepasa los 3 años llega hasta ella tambaleándose por el césped, lleva un listón amarillo enrollado en su cabeza a forma de moño, se para justo frente a ella con la expresión que otorga un rostro tierno mientras la observa sin hacer nada. Andrea sonríe, recoge la pelota y la regresa a su dueña. De repente, aparece tras ella otra niña, de aspecto mayor de alrededor de 7 años, con un listón parecido al de la primera, pero de color rosa. Toma de la mano a la pequeña, inclina el rostro ante la desconocida y se disculpa en coreano con una vocecilla tan fina que pareciera un silbido, para luego decir adiós.

Andrea las observa alejarse, hasta que ambas llegan a salvo con la mujer que supone es su madre que las espera del otro lado del sendero.

La mujer y sus hijas se han ido desde hace media hora, las vio avanzar por la orilla del río y atravesar la calle pavimentada hasta perderse por la avenida, pero Andrea sigue mirando hacia ese lugar.

―Como desearía que estuvieras aquí ―susurra, limpiándose una lágrima que ha rodado por su mejilla.

Vuelve la vista al río, detrás, la ciudad se calca reticente. De un momento a otro las personas a su alrededor avanzan demasiado a prisa, las bicicletas que circulan duplican su velocidad, aquellos que estaban a su lado se han ido para darles paso a nuevos rostros. Se recuesta permitiendo que la manta verde sobre el suelo la cobije, cierra los ojos y cuando los abre el cielo se ha cubierto de negro.

Se pone en pie, recoge su mochila y la revisa, respira aliviada cuando ve que todo sigue ahí. Se dirige a la calle principal, pero antes de irse su vista se vuelve sobre la escultura de grandes letras blancas iluminadas, un punto donde los visitantes se toman la foto, justo al lado del puente que ha pasado desapercibido.

―I SEOUL U ―dice tratando de entender el significado.

Hurga en su bolsillo en busca de su celular, desea llevarse enmarcada esa postal, para después, quizás, pegarla en un álbum.

Justo en ese momento el celular timbra tras la aparición de una llamada entrante, Andrea desliza el dedo sobre la pantalla para ignorarla, pero termina deslizando al lado contrario. El medidor del tiempo empieza a correr y un sonido seco aparece desde la bocina, obligándola a llevarse el celular al oído.

            ―¡Te marque muchas veces! ―cuestiona una voz ronca del otro lado―. ¿Dónde estás?

            ―Tu ya lo sabes ―responde Andrea después de tomarse unos segundos.

No tantos como la otra voz que de inmediato responde.

            ―¿Qué crees que haces, he? ―vuelve a preguntar la voz airada del hombre, a sabiendas de que no obtendrá respuesta―. ¡Te dije una y otra vez que no fueras!, ¡¿Para qué? ¿Dime a qué fuiste?!

Ella no responde, porque tampoco lo sabe.

            ― ¡¿Estás loca?! ¡Te regresas ahorita mismo!

            ―Pero…

            ―Nada de peros, más te vale que cuando vuelva a llamar estes en el aeropuerto…

            ―¡No!― exclama Andrea con un valor que no sabe de dónde ha salido, pero que debe aprovechar porque tan pronto como ha aparecido corre el riesgo de desaparecer―. No… estaré bien, solo no regresare, no ahora, y si no puedes entenderlo entonces no me llames… porque no voy a responder.

            ―¿De verdad eso quieres?  

            ―¡Siii!… No me llames, porque no voy a contestar ―exclama fríamente.




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