Te enseñaré a amar

Capítulo VIII

“Me deslicé sobre tu cuerpo.

Y sentí tu piel bajo la mía.

Nos amamos en cada movimiento;

Y gritamos al silencio;

Que éramos uno”

Sebastián Rushmore.

 

 

Pasado

 

Sebastián se encontraba esperando a Harmony en la casa de su padre. Habían pasado dos meses desde que se habían declarado su amor.

 

Todo parecía brillar y no existía día alguno en que no se sintiera feliz.

 

Ella llegó corriendo cansada, su doncella se iría en unos minutos y más tarde la vendría a buscar.

 

— ¿Cómo estás? —preguntó apenas la vio.

 

Ella tenía una cara de felicidad cuando lo miró que lo desarmó. Necesitaba besarla.

 

—Bien porque estoy aquí contigo. Mi padre se puso de nuevo insoportable. —sus ojos estaban anegados en lágrimas. Por el maltrato y además por algo que no quería contar.

 

El padre de Harmony era un duque adicto a la bebida que a veces maltrataba a su hija y era motivo de molestia para Sebastián. No entendía porque le hacía daño. A ella una flor tan delicada que merecía ser tratada con tiento.

 

—Cariño. —tomó su rostro bañado en lágrimas y le secó una a una con su pulgar. —Ya no llores. Estoy aquí contigo. —ella asintió y sonrió al verlo darle su apoyo.

 

Su frente se pegó a la de ella y en ese instante en ese preciso instante decidió hacer lo que necesitaba.

 

La besó.

 

Le dio un beso con delicadeza pero lo quiso llevar más allá. Así que la tomó por el cuello y la atrajo hacia él. Le acariciaba el cabello chocolate mientras jugaba con su lengua y la comisura de sus labios, pidiendo entrada a su boca.

 

Ella aceptó sin más y se dejó llevar por la vorágine de emociones que se arremolinaba en su interior.

 

De momento la ropa comenzó a estorbar. Sebastián no estaba seguro de lo que estaba haciendo ya que nunca había estado con una mujer a ese nivel tan íntimo pero no se echaría para atrás. Ella también era virgen así que ambos improvisarían. El amor era lo único que importaba.

 

Fue quitando pieza a pieza del vestido de ella y aunque él pensó que tomaría reticencia no lo hizo porque en su ínfima conciencia, ella también lo necesitaba.

 

Ambos se necesitaban.

 

La ropa de él fue desapareciendo por las manos inexpertas de Harmony y cuando no quedaban más barreras entre ellos. Solo sus cuerpos desnudos, ambos se unieron, convirtiéndose en uno solo.

 

***

 

Horas más tarde ya el éxtasis de la pasión había claudicado y ambos estaban abrazados con las piernas entrelazadas.

 

— ¿Te hice daño? —le preguntó acariciándole el brazo.

 

Ella negó se sentía feliz se sentía amada. —No. Fue perfecto.

 

— ¿Sabes que eres la primera mujer con quien hago el amor? —le confesó.

 

— ¿De verdad? —preguntó insegura.

 

—Sí. Y espero que seas la última. Te amo mucho mi Armonía.

 

—Y yo a ti. —le contestó devuelta.

 

Sebastián pensó por unos segundos en la situación en la que se encontraban y tenía que hacer algo. No podía dejarla así.



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En el texto hay: poesia, amor

Editado: 25.05.2018

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