Te enseñaré a oír si me enseñas a amar

Capítulo 5: El regreso de Hazard

A tan solo veinte minutos en auto, me quedé esperando en la calle de enfrente a que Hazard se le abrieran las puertas. Grandes muros de concreto y alambres de púas en espiral se alzaban en rededor del edificio gris y de gélida fachada. Desde el edificio central, dos ramas se dividían formando una enorme ve. Había visitado a mi amigo en algunas ocasiones. En cada una de esas oportunidades, pude sentir varias cosas: maldad, egoísmo, como también injusticia, pero, por sobre todas ellas, una incesante voz en mi cabeza que me recordaba lo desolador que es ese sitio. Sus rejas, sus patios, sus comedores, los cristales irrompibles con las que separan las visitas y sus teléfonos con los cuales debes comunicarte en unos escasos diez minutos. Lo que no recordaba era el tiempo. ¿Desde hace cuánto es que estuvo aquí dentro?

Levanté mi mano y mi reloj marcaban las siete y siete. El estómago me comenzaba a gruñir. No comer bien anoche y no desayunar son una mala combinación.

Debido a mi despiste reaccione torpemente a la voz de Hazard.

—Gracias por venir a buscarme —dijo. Su sonrisa era genuina. Era la única persona que estaba esperando a por él.

Era la voz de un hombre en libertad. Sin embargo, parecía haber perdido algo allí dentro.

No pude contener mis emociones. Estaba feliz, se me escurrieron algunas lágrimas al verlo parado frente a mí, con su ropa simple de remera azul y pantalones blancos. Me acerqué para darle un fuerte abrazo, uno que se hizo de esperar por demasiado tiempo.

—Fueron eternos, ¿verdad? —pregunté, aun abrazándolo y palmeando su espalda—. Lamento mucho no haber estado siempre que se pudo —me disculpé tal como siempre lo hacía cada vez que venía de visita.

—Ya te dije que no te preocuparas por eso. Sé que tienes una vida como para hacerte mala sangre por un tonto como yo. —Se despegó y me miró de arriba abajo—. ¿Has estado comiendo de más?

—¿Y tú de menos? Me imaginaba que saldrías ejercitado, como en las películas, pero fui perdiendo la esperanza en cuanto los años pasaron y seguías igual.

Nos echamos a reír. Me recordó al pasado, una risa que solo teníamos entre nosotros. Los pocos momentos donde no importaba nada más que estar a su lado, con una quietud en nuestros corazones y sin que importara nada más.

—¿Te parece que me invites a comer? —propuso, rodeando el auto para subirse en el asiento del copiloto—. Cuando pueda te lo devuelvo.

Abrí la puerta de mi lado.

—Esta vez pago yo, ¿qué quieres comer?

Sabía que la comida en la cárcel no se comparaba a nada que pudieras conseguir afuera, siempre me lo hacía saber.

Nos dirigimos a un restaurante de la zona. No muy caro ni muy barato. Al entrar nos recibió el dueño del local. Era un sitio hogareño, con decoraciones antiguas y las paredes revestidas de madera. A pesar que fuera era de día, uno se sentía a media noche en el interior del establecimiento. Supongo que las luces anaranjadas le daban ese toque nocturno.

El menú era esencialmente carne. Y se especializaban, aunque no daba esa impresión, en hamburguesas. Cuando Hazard dio el primer bocado al gigante, el queso fundido salió disparado a los lados. Sus ojos lagrimearon y no porque estuviera caliente. No tardó en tragar las papas fritas y la hamburguesa, acompañada de una botella de cerveza negra. Sin dudarlo llamó al mesero y ordenó otra, mientras yo seguía recién por la mitad de la mía. Creo que se le olvidó que el que pagaría sería yo.

—Esto es lo mejor que he comido en años —soltó, a punto de reventar.

Se daba repetidos golpecitos en el pecho.

—Cuéntame, ¿qué harás ahora? ¿Tenías algo planeado para este día? —me aventuré. Estaba preocupado por su futuro.

—Desde que perdí la herencia no quise pensar en ello. Que tonto fui, aunque no me hubiera servido de mucho ahí dentro. —Suspiró pesadamente—. Tengo algunas personas que me deben favores… —concluyó, tirándose del cabello largo para atrás.

Levanté la mano y le pedí agua a una mesera que pasaba a dos metros de nuestra mesa, con una gran jarra de agua con hielo.

—¿Favores de hace mil años? ¿Estás seguro que te recibirán de buena gana? Deja que te consiga algo en mi escuela. Si te animas a realizar cualquier tipo de trabajo, puede que…

Hazard me interrumpió.

—Lo primero que soy para la sociedad es un ex convicto. Nada más. —Su semblante no transmitía lo que su voz. Podría decir que era desilusión consigo mismo—. Que bajo cayó el apellido Farran. Jamás me aceptarían en el prestigioso Instituto Valham Firhmos, donde los ñoños instruyen otros ñoños.

—Gracioso —rodé los ojos—. ¿Y tu hermano, Ymael? Lleva tu apellido, ¿qué hay sobre él?

—Cierto. —Se rascó la nuca—. No sé mucho sobre mi hermano. No recibí muchas visitas de su parte. Supongo que lo comprendo, no por eso menos hiriente.

—¡Son hermanos! —exclamé—. Deben estar en las buenas y en las malas. ¿Por qué no hacen las paces? Si no te animas podríamos juntarnos a cenar todos juntos.

—Sí, tienes razón. Espero que no crea que le voy a pedir dinero prestado —bromeó risueño.

—¿Qué edad tiene ahora? ¿Ya es mayor?

—No, creo que no. La tenencia es de mi amargada y anticuada tía.

—¿Creo? —reí—. No cambias.

—Eso parece.

Tras salir del restaurante, Hazard me pidió que lo llevase a la vieja ciudad, donde siempre hemos vivido. Quería rehacerse en un sitio donde pudiéramos estar cerca, pero su lujosa casa no lo estaría esperando. Debería hacerse desde abajo y claro que yo lo iba a ayudar. Lo invité a pasar algunos días mientras se conseguía un sitio donde quedarse. No sería nada fácil. Sin embargo, estoy seguro de que resurgirá como lo hizo aquella vez, aquél aciago día de verano.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.