Te espero en el atardecer

CAPÍTULO 2-CAROLINA

Estoy paseando por las calles de mi antigua ciudad, la misma en la que crecí, donde viví
mis primeros años y forjé los recuerdos más vívidos de mi infancia. Sin embargo, a pesar de
que cada rincón debería resultarme familiar, hay algo distinto en el ambiente. Las calles que
una vez recorría casi a ciegas, como si fueran una extensión de mi propio cuerpo, hoy se
sienten ajenas, como si no me pertenecieran. Es una sensación extraña, como caminar por
un sueño que se parece a algo que conocí pero que, al mismo tiempo, ya no logro
reconocer del todo.
Cuando tenía trece años, mis padres tomaron la decisión de mudarse a una ciudad más
grande. Buscaban mejores oportunidades laborales, un futuro más prometedor para mi
hermano y para mí. Era un cambio lógico, necesario incluso, pero en aquel momento no lo
entendí del todo. La nueva ciudad estaba a solo veinticinco minutos en coche, pero esa
corta distancia no evitó que, con el paso del tiempo, la desconexión se hiciera profunda. Al
principio intenté mantener los lazos: quedaba con mis amigas los fines de semana, pasaba
algunas tardes con familiares que seguían aquí... pero poco a poco todo se fue diluyendo.
Las llamadas se hicieron menos frecuentes, los encuentros más esporádicos, y al final,
simplemente dejé de venir. Supongo que así es como funciona el tiempo: va enfriando lo
que alguna vez fue cotidiano hasta convertirlo en un recuerdo difuso.
Ahora, después de tantos años, he vuelto. Esta vez no se trata de una visita breve ni de un
intento nostálgico por reconectar con el pasado. He tomado una decisión: quiero quedarme,
al menos por un tiempo. Estoy reformando el piso donde crecí, ese pequeño espacio que
fue testigo de mis primeros pasos, de mis juegos, mis enfados y mis sueños de
adolescente. Es curioso cómo un lugar puede conservar tanto de uno mismo, incluso
cuando uno ha cambiado tanto.
Llevo ya un par de años encadenando trabajos aquí y allá, moviéndome sin parar, sobre
todo en el mundo de la hostelería y en puestos de recepción. Pero esta vez es distinto. Por
primera vez en mucho tiempo siento que estoy dando un paso firme hacia algo que
realmente deseo. El centro de salud de la zona abrió una vacante para técnico en
documentación sanitaria. No es un puesto llamativo ni glamuroso, pero es exactamente lo
que estudié, y además mi experiencia en recepción me da la confianza de que podré
desempeñarlo bien. Aún faltan unas semanas para que me incorpore oficialmente, pero
quise instalarme con antelación, aclimatarme a esta nueva —o vieja— vida antes de
comenzar.
Hoy es mi primer día de vuelta, el primero en muchos años, y todo me resulta tan surreal
como emocionante. Camino sin rumbo fijo, dejándome llevar por los recuerdos que se
activan con cada esquina, cada fachada, cada banco del parque. Me siento una extraña en

mi propia historia. Tal vez por eso me sobresalto tanto cuando noto una mano en mi
hombro. Nadie sabía que regresaba; no se lo conté a nadie aún, ni siquiera a mi amiga
Laura ni a Abel, mis dos únicos vínculos persistentes con este lugar. Por un instante, pienso
que tal vez nadie más recordaría mi rostro, que a nadie más le importaría mi regreso. Pero
esa mano, ese gesto repentino, me dice que quizás me equivocaba.

Mi sorpresa se multiplica cuando me giro y me encuentro frente a un chico de cabello
castaño, tan largo que casi le oculta los ojos, unos ojos del mismo color, aunque más
apagados que los que recuerdo. Bajo ellos, unas ojeras marcadas ensombrecen su rostro,
dándole un aire agotado y melancólico. Pero no necesito más de un segundo para
reconocerlo. Pese a lo cambiado que está, pese a la delgadez y ese gesto de cansancio
que parece haberse aferrado a sus facciones, lo identificó al instante.
—¡Simón! —exclamó, sorprendida y alegre, con una emoción genuina que me toma por
sorpresa incluso a mí.
Podría, tal vez debería, resultarme incómodo verlo así, después de tantos años, después de
cómo terminó todo entre nosotros... Pero no lo es. Al contrario. Sigo viendo en él al mismo
niño tímido que me seguía en todas mis locuras, que aguantaba mis ideas absurdas sin
quejarse, que se reía bajito cuando nadie más lo hacía. Me inunda una oleada de ternura y
nostalgia que no puedo contener. Antes de que pueda pensarlo siquiera, me lanzo hacia él
y lo abrazo. Siento su cuerpo tensarse un instante, y es entonces cuando soy consciente de
lo impulsiva que acabo de ser. Pero no tarda en corresponderme. Sus brazos me envuelven
con esa calidez discreta que recordaba.
—Hola, Car —responde con una sonrisa al separarse, sus labios curvándose con lentitud,
como si no recordaran muy bien cómo hacerlo—. Vi esa melena tuya y supe que solo
podías ser tú —añade con un tono suave, mientras coge un mechón de mi pelo, uno
cercano a mi rostro. Lo sostiene entre sus dedos durante un instante, lo observa como si
fuera algo precioso, familiar, y luego lo suelta con delicadeza—. Me alegra verte. Estás
igual... pero más alta, más grande.
Lo miro detenidamente, durante más de un minuto. Me gustaría decirle que él también está
igual, que no ha cambiado nada, pero no puedo. Hay algo en él que no es el Simón que yo
recordaba. Se ha afinado, está más delgado, casi frágil. Lleva una sudadera negra ancha,
de esas que parecen querer esconder a quien las lleva, y unos pantalones marrón oscuro
que contrastan con su palidez. Y sin embargo, me sigue recordando al chocolate, como el
primer día en que lo conocí. Pero este Simón adulto... este Simón se ve desgastado, casi
desdibujado por algo que no alcanzo a entender del todo.
—Bueno... he vuelto —digo al fin, tratando de sonar natural, de no dejar ver la marea de
pensamientos que me cruzan la cabeza—. Estoy de nuevo en la ciudad, así que... supongo
que me verás más seguido.
Sé que ha pasado mucho tiempo. Sé que no puedo pretender que todo sea igual, pero no
puedo evitar decirlo, como si de verdad creyera que estamos a un paso de recuperar lo que
fuimos. Porque, por un instante, lo parece. Por un instante, es como si nada hubiera




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.