ADAM
Todavía puedo sentir su frágil cuerpo entre mis brazos, esas manos delicadas aferradas a mi camisa, el ligero temblor de sus labios provocados por los sollozos que trataba de reprimir, quizás por vergüenza o por temor a que me burlara, pero como hacerlo si parecía un bello ángel tratando de evitar su caída. Sus mejillas estaban teñidas de un leve sonrojo, opacado por el surco de lágrimas.
La chica que me encontré el día anterior en la cena no se parecía en nada a la joven que lloró en mi hombro, ella era más atrevida, segura de sí misma y eso me gustó. Me volvió loco la tenacidad con la que respondía a cada una de mis palabras y me sostenía la mirada, pero no me pude contener, la rabia qué sentí al verla en ese estado tan vulnerable me hizo pensar en el idiota con que se fue anoche y formular dos interrogantes: ¿Quién será él para ella? Y ¿qué habrá echo para apagar esa chispa en sus ojos?
—Bro ¿puedes tomarte la cerveza más despacio? —habla Hugo devolviéndome a la realidad.
—¿Qué decías? —pregunto confuso, observando el ambiente que nos rodea; un bar de mala muerte donde Hugo me invitó a tomar unos tragos. Todas las mesas están llenas de borrachos y chicas jóvenes que bailan a su alrededor y se sientan en su regazo, con el fin de obtener una buena propina.
—¿Qué te tiene tan distraído? Desde que llegamos estás perdido en tus pensamientos y dando largos tragos a la cerveza, para ya hombre. Te vas a emborrachar.
—Es complicado Hugo, déjalo estar —digo tratando de finalizar la conversación, apartando a Nicole de mi cabeza —Cuéntame ¿cómo están las cosas por el barrio?
—Adam, tarde o temprano acabarás contándome, así que por favor hazlo ahora y no desvíes más el tema.
—Vale, ¿por dónde quieres que empiece?
—Por el principio, ¿por dónde más? —responde creyéndose gracioso.
—Ok —demoro unos segundos antes de comenzar a hablar —
Mi madre y yo llegamos hace dos días, su familia en cuanto se enteró nos invitó a cenar para darnos la bienvenida, así que fui a comprar un pastel. En la tienda me encontré con una rubia extremadamente ardiente...
—Espera, detente ahí. ¿Qué tiene que ver eso con Nicole? —interrumpe Hugo confundido.
—¿Me dejas acabar? —asiente dando otro trago a su bebida
—Bueno, al llegar a la casa de los padres de Nicole, una chica preciosa bajó las escaleras y mi madre corrió a abrazarla. Todo cobró sentido en mi mente, la chica de la pastelería y la chica por la que mi madre lloraba eran la misma, tenía a Nicole frente a mis ojos y no paraba de mirarla embobado.
—¿Estás diciendo que tu amor de infancia ahora está crecidita y bien proporcionada? —pregunta mi amigo con cara de entusiasmo.
—No seas idiota Hugo —gruño por lo bajo.
—Admítelo, está buena.
—¡Por Dios! Sí, está buenísima, pero tiene un carácter de perros y es terca a rabiar —grito causando que varias personas centren su atención en nuestra mesa y Hugo estalle en carcajadas —Nicole es muy testaruda, se burló en mi cara porque le pregunté a donde iba tan tarde.
—Hermano, estás en problemas —dice Hugo y es mi turno de reírme —Esa chica te gusta.
Mi rostro pasa de diversión a confusión.
Detengo el coche frente a mi casa y tardo unos segundos en bajarme. Las palabras de mi amigo hacen eco en mi cabeza, así como las cervezas que me tomé.
¿Gustarme Nicole? ¿Acaso es idiota? Si, definitivamente, lo es.
Algo en la vivienda junto a la mía llama mi atención, en la ventana del segundo piso hay una chica observando fijamente unas plantas. Lo más deslumbrante es la sonrisa que adorna su rostro.
Bajo del auto y el tirón de la puerta causa que mire en mi dirección, parece sorprendida.
—Buenas noches Nicole —digo suficientemente alto para que me escuche.
—Buenas noches Adam —y se pierde en la oscuridad de su habitación.
Doy varios traspiés hasta encontrar mi cuarto y poder tumbarme en la cama. El sueño no se hace esperar y con el, una rubia baila en la profundidad de mi mente.