Te Quiero y me Duele

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Hoy era mi primer día de nuevo en la escuela, hace tanto que no convivía con gente de mi misma edad que se me había olvidado lo que era socializar. Con las únicas personas que estaba era con mi tía, mi hermano y mi mejor amiga. Seis meses sin asomarme siquiera al umbral de la puerta, en noviembre mis padres murieron, cuatro meses de eso, la única vez en estos diez meses que salí de la casa fue para ir a su velorio, espantoso, ¿no lo creen? Pero ya no quería quedarme atrás, tenía que iniciar de nuevo la rutina escolar, volver a rodearme de gente, disfrutar como lo hacia antes, no someterme a la tristeza que sentía en mis cuatro paredes, que mi único acercamiento con la luz del sol ya no sea solamente cuando me acerco a la ventana. Me aparté de ahí, abrí las cortinas de par en par y volví a la cama para agarrar la mochila.

Suspiré, estaba nerviosa, se sentía como mi primera vez en un ambiente lleno de alumnos de mi misma edad, mi corazón latía con fuerza, salí de mi cuarto y bajé a desayunar. Cuando entré en la cocina mi tía Jenna estaba preparando nuestro desayuno.

Ella era hermana menor de mi mamá, tiene veintitrés años y aunque no es mucho más grande que yo, se hace cargo de nosotros ya que yo todavía no tengo la mayoría de edad, y agradezco mucho que sea ella nuestra tutora.

—Buenas, buenas.—dice animada. Sonreí.

—Hoy va a ser un buen día.—dije positiva.

—Te lo aseguro, mi amor.—hoy mi tía estaba más animada que de costumbre.

—¿Por qué tan animada?—tomé un sorbo de café.

—Voy a ir a buscar trabajo, y espero conseguir alguno. Y por eso sonrío, tengo que presentar mi mejor sonrisa.

Asentí—. Te va a ir bien, Jenna, tené confianza en que sí.—asiente.

Agarra mi mano por encima de la mesa—. Vos también vas a tener un gran día.—sonreí con los labios apretados.

—Eso espero.—agaché la cabeza—. Tengo mucho miedo de salir otra vez al mundo. Es como si... todo el tiempo me sintiese observada, en peligro. Miro a la calle, y solamente puedo volver a ese día.—mi voz tembló.

—Sé lo espantoso que fue ese día, Sofi, pero no podés quedarte estancada, tenés que volver a vivir.

Ella tenía razón, diez meses antes yo era otra persona, alegre, divertida, pero después me apagaron. Apagaron la luz que yo tenía.

Después de desayunar salimos las dos juntas, una vez fuera de la casa, fruncí el ceño.

—¿Y Nacho?—ella se encoge de hombros preguntándose lo mismo, ambas miramos para nuestro costado y vemos al nuevo vecino. Ese chico se nos acercó con una sonrisa amistosa. Su pelo era negro, sus ojos divinamente grises y entrecerrados por el sol, y su piel ligeramente bronceada.

—Hola.—dice con una sonrisa.

—Hola.—respondemos Jenna y yo al unísono.

Sobre los nuevos vecinos mi tía me había comentado algo, pero no sabía que tan pronta era esa mudanza.

Él agarra mi mano y besa mi dorso—Soy Romeo Vannucci, un placer.—sonreí y con la cara ardiendo miré a mi tía, quien estaba con una sonrisa imposible de disimular, estaba más emocionada que yo por la acción del chico.

—Yo soy...—me había puesto nerviosa—. Yo soy Sofía y ella es mi tía Jenna.—él hace una pequeña reverencia.

Le hacía honor a su nombre, eso es lo que me diría Jen si estuviésemos solas.

El momento fue interrumpido porque la puerta de mi casa abriéndose llamó nuestra atención. Era mi hermano.

—Nacho, ¿a dónde vas?—lo agarré del brazo para que se dé la vuelta y me mire.

—¿Qué te importa?—responde con su tono tan brusco y cargado de rebeldía. Suspiré lista para responderle pero esta vez nos interrumpió mi tía.

—Nacho, tenés que ir a la escuela. Es el primer día.

—No molesten.—se pone los auriculares y se va como si nada.

Suspiramos al mismo tiempo y nos dedicamos miradas frustradas.

—¿Hermano?—asentí con agotamiento.

—Hermano menor, difícil y rebelde. ¿Algo más para agregar?—me dirigí a mi tía y ella ladeó la cabeza.

—Te entiendo. Por lo de hermano difícil, digo. La diferencia es que él es el mayor y que hace mucho no lo veo.—Asentí atenta.

—Me voy.—nos interrumpe Jenna con una sonrisa—. A la tarde hablamos con Nacho.

Ella se va y nosotros nos sonreímos.

—Y mucho no puedo culparlo. Nuestros padres murieron y ya nada es como antes.—seguí hablando con el chico, él asiente.

—Lo siento mucho.—sonreí con los labios apretados.

—Gracias.

No quería deprimirme en ese momento, así que le cambié de tema. Le pregunté si iba a la escuela y él asintió. Daba la casualidad de que íbamos a la misma, así que me ofrecí para llevarlo.

Cuando llegamos, estacioné el auto, bajamos y empezamos a caminar a la par, bah, él me seguía ya que la escuela era grande y no la conocía. Apenas entramos, vi a mi mejor amiga.

—¡Sofi!—va corriendo a abrazarme.

—¡Mili!—dije contenta por verla en medio del abrazo, nos abrazamos como si hubiesen pasado años, bueno, se sentía como años ya que no nos veíamos desde hace dos meses.

—Pensé que no ibas a venir.—me dice una vez que nos separamos.

—Pero acá estoy.—soltamos nuestras manos, que en ese momeno estaban unidas, y le señalo al chico que estaba a mi lado—. Él es Romeo, mi nuevo vecino.

Ambos se saludan y se presentan de manera más formal;

Después de las primeras cuatro horas empezó el recreo, estaba caminando con mi nuevo amigo, en ese momento estábamos yendo a la cancha.

—¿Vos no hacés ningún deporte?

Negué—. Acá en la escuela no, solía estar en el equipo de porristas, pero ya no. Y fuera de la escuela tampoco.—asiente con lentitud comprendiendo. Me senté en la grada a esperarlo mientras él tenía que ir a la cancha.

—Espero caerle bien al entrenador.—nos sonreímos y le deseé suerte.

Estaba feliz, contenta, extrañaba esta sensación de felicidad en mi pecho. Rom era así, en estas horas que pasamos juntos me hizo ver que hay chicos buenos, que era un completo caballero, y la mirada que tenía era preciosa. No me malinterpreten, no lo conozco mucho, pero si su mirada no me engaña, él es una buena persona. En el aula nos sentamos juntos y no paraba de mirarme, al menos es lo que Mili me decía por mensaje, pero a veces ella exagera, y también sentí su mirada en mí en varias ocasiones.




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