RYAN
Entré mis valijas a mi cuarto y lo primero que hice fue abrir las ventanas y cortinas ya que el olor a encierro era insoportable. Había mandado mi equipaje en taxi y acababa de llegar.
—Linda tu nueva amiga, es... preciosa.—dije sin mirar a mi hermano. Él estaba apoyado en el umbral de la puerta.
—No la molestes. Quiero hacer amigos, y no me gustaría que la espantes, no a ella.—arrugué mi ceño y lo miré extrañado.
—¿Ya te enamoraste, hermanito? ¿Cuánto llevás conociéndola? ¿Cinco minutos?—rueda los ojos y yo sonreí.
—No seas odioso, y sí, me gusta, ¿está mal?—en mi escritorio había una botella de Whisky y un vaso, me serví un poco y le di un buen sorbo.
—El amor es lo que está mal.—rodé los ojos y vacié el vaso.
—Vos estás mal.—abre mi valija y saca un porta-retrato para señalármelo, yo me puse serio—. Está mal que sigas con esto. Tenés que superarlo, es lo que Lydia hubiese querido.
Le arrebaté la foto y la puse en mi escritorio.
—Lo voy a superar cuando a mí se me dé la gana. No quieras hacer que me olvide de ella. Precisamente no vos.—respondí a regañadientes mientras me servía un poco más de bebida.
—Ryan, no seas así, no te comportes como un imbécil.—rodé los ojos y lo señalé.
—No me vuelvas a llamar imbécil o te meto este vaso por el trasero.—rueda los ojos.
—Ry, ¿cuándo fue la última vez que saliste con una chica?
—Salgo con chicas, pero nada importante, nada de amor.—palmea mi espalda y me aprieta los hombros.
—¿Te parece linda?—cambia de tema señalando a la ventana. Giré mi vista hacia donde él me indicaba y ahí estaba la chica a la cual casi atropello hoy.
Es hermosa.
—Es linda, y ahora salí de mi cuarto que quiero darme una ducha.
Lo eché y cerré mi puerta para después volver mi vista a ella. Se estaba cambiando. No me malinterpreten. Ella estaba de espaldas, así que no vi nada de más, pero aun así una sonrisa se escapó de mis labios. Era muy hermosa. Se parecía a Lydia en eso.
Sus ojos marrones, su pelo, sus labios... incluso son igual de agresivas. Y lo sé porque en ocasiones me he ligado un buen puñetazo derecho de mi novia.
Dejé de verla y volví a la foto en mi escritorio. Esa foto nos la habíamos sacado en su cumpleaños, ella los cumplía un mes antes que yo, y tenía dos años más que mi hermano. Es más, nos conocimos en la escuela, ella estaba en el último año y yo daba clases de educación física. Eso hizo que mantengamos nuestra relación en secreto ya que no se permiten relaciones románticas entre alumno y profesor. Por más que solo sean dos años de diferencia. Ella tenía diecisiete y yo diecinueve, nuestra relación duró un par de meses.
Pero como dice el dicho: las mentiras tiene patas cortas. Y así fue, el director se enteró de lo nuestro, bah, toda la institución, y me dieron a elegir si quedarme y alejarme de ella, o ser despedido, y yo preferí la segunda opción. La amaba tanto, que ni loco iba a dejarla. Fue la primera y única vez que amé con locura.
Abrí la ventana y mi vecina igual.
—Que suerte la mía.—le dije con una sonrisa egocéntrica.
Rueda los ojos—. ¿El destino no me odia lo suficiente?—fingí que sus palabras me hirieron. Aunque... a decir verdad, no me gusta la manera en que ella me rechaza, tiene tanto rechazo hacia mí y ni siquiera me conoce, está bien, admito que yo tampoco puse de mi parte para ganarme aunque sea una buena impresión.
Para que no notara mi cara de angustia, decidí contestar con otra frase soberbia. Últimamente era lo que mejor se me daba, y nadie nota mis verdaderas emociones.
—El destino te favorece.—hice una sonrisa coqueta—. El destino te favorece porque no todos los días te encontrás con un hombre como yo.
Y no todos los días encuentro una mujer como vos.
Ella rió. Rió como si le hubiese contado un chiste, rodé los ojos gracioso.
—Seguro le decís lo mismo a todas.
Aunque ella no me creería que es mentira, pues sí, es mentira porque ella es a la segunda que le voy con comentarios como estos, la primera fue Lydia. Y una vez me confesó que así se enamoró de mí, por mi estima, mis sonrisas coquetas, y mis ojos. Pero que quede claro que ella no es Lydia. Es una chica linda que conocí hace dos segundos.
—Negá todo lo que quieras, pero yo sé que te parezco sexy.
Ella no contestó nada, mantuvo su sonrisa de “sos un imbécil gracioso” y se fue sin decir más.
Cuando ella se alejó de su cuarto yo salí del mío y fui directo a la cocina.
—¿Vas a comer con nosotros?—pregunta mi mamá. Asentí y besé su cabeza.
Hace tanto que no los veía que olvidaba lo que era estar todos juntos en familia. Comimos un rico estofado hecho por ella y después le ayudé a juntar la mesa.
—Porque estoy contento de que estés acá, voy a lavar los platos yo, pero ya mañana te toca, hermanito.—me dice Rom, reí y asentí mientras le palmeaba la espalda.
Fui a mi cuarto para darme la ducha que no me di hoy y salí con una toalla envuelta en la cintura.
—Vas a quedarte, ¿no?—pregunta mi mamá estando en el marco de la puerta mientras yo me ponía una remera.
—Por el momento sí. Me gusta este lugar, y... las cosas que hay.
Ella, principalmente. Quiero conocerla y saber qué se esconde detrás de esos hermoso ojos negros.
—¿Y Lydia?—suspiré y la miré con el ceño fruncido.
—Mamá, Lydia ya no está, estuve tres años mal por ella pero siento que ya es momento de avanzar. Quizás pueda, quizás no. Eso lo va a determinar el tiempo.—ella besa mi cabeza, sonríe con los labios apretados y se va cerrando la puerta detrás de ella.
Quizás, pero con el quizás no hago nada, tengo que intentarlo, y tengo que poder. Ella me dio sus mejores meses, y yo le entregué todo, pero no puedo seguir con su fantasma para todos lados. Ella merece que la deje descansar en paz, necesito dejarla ir. Al ver de nuevo a la chica de al lado, y notar que no estaba bien, me acerqué a la ventana y al encontrar sus ojos, no pude evitar mi preocupación.