Estaba furiosa, tanto que no me esperé hasta que se hiciera el lunes para poder hablar con el director como Ryan me había pedido. Fui a la casa de esa psicópata y le golpeé la puerta.
—¿Sí?—pregunta una mujer de unos cuarenta y tantos. Debe de ser su mamá.
Un hombre apareció y supuse que era su marido.
—¿Está Nina?—pregunté con la respiración entrecortada, solo Dios sabe lo que me esforcé para no entrar como loca y buscarla de donde sea y sacarla de los pelos para afuera.
Ambos me miran ya que no entendían muy bien qué me pasaba y sí, quizás me veía un poco loca.
El hombre fue a llamarla y al verme y yo a ella, la muy idiota sonríe, ya sabía por qué me presentaba en ese lugar. Cuando veo a mi hermano me quedé estupefacta. Pero no me importó en ese momento. En lo único que podía pensar era en ella pelada.
—¿Qué hacés acá, Sofía?—pregunta Nacho.
—Esta perra psicótica trató de matarme.—la señalé desde la puerta. Su madre me hizo entrar.
—¿Qué? —pregunta mi hermano sin entender nada.
—¿Qué hiciste, hija?
—Nada, papá. Me odia y no me quiere con su hermano, es eso.
Ay, no. Que alguien me agarre porque la mato. Y esta vez no es amenaza.
—Sofía, vamos a casa.—negué. Agarra su teléfono y escribe algo en él.
—Estás ciego, Nacho. ¿No te das cuenta que ella te usa?—la señalé con bronca e ironía—. No terminaste de cruzar la puerta que ya lo tiene a Dani metido en su cama.
La madre me levantó el dedo índice con advertencia—. No voy a permitir que hables así de mi hija en mi casa.
Sonreí con ironía—. Su hija es una atorranta. Lo que realmente me sorprende es que no lo sepa.—le respondí.
Nina se acerca amenazante—¿Quién es la perra?—me desafía. Cuando iba a contestar, el timbre se escucha—. ¿Quién es?—pregunta mirando a sus padres.
—Yo lo llamé.—dice Nacho y va hacia la puerta.
Cuando la abre no puedo creer lo que mis ojos ven en ese momento.
—¿Por qué siempre tiene que aparecer él?—pregunté señalándolo indignada.
—¡Porque estás fuera de sí!—responde mi hermano.
—Vamos.—me ordena Ryan queriendo agarrarme del brazo.
—¡No! Esta hija de perra tiene que ir a la cárcel.—dije alterada. La vi a la muy zorra, me sonríe con perversidad y en ese momento la odié con ganas. La odio. La odio demasiado. Es una perra.
—No, vos te vas conmigo y se acabó el problema.—vuelve a decir Ryan con esa voz autoritaria que posee muchas veces.
Lo desafié con la mirada y le di la espalda para volver al individuo más detestable que vi en mi vida.
—No entiendo por qué decís que ella te quiso matar.—repite su mamá.
—Ella fue la que me tiró por el barranco, ¡ella!—repetí por si a alguno de los presentes no les quedaba claro.
—Sofía, entiendo que se odien pero de ahí a que sea una asesina hay un trecho muy largo.—responde mi hermano intentando justificarla.
—¿Vos de verdad la estás defendiendo?—me indigné—. Te muestra el culo y ya te ponés en contra mío, ¿no es así?—estaba volviéndome loca y parecía chiflada, pero siento que tengo que defenderme y una expulsión de la escuela no me bastaría.
Ryan me agarra de los brazos y me obliga a que le preste atención. Intenté zafarme pero era imposible.
—Sof, estás fuera de control.
—¡Claro, porque intentaron matarme al tirarme por un maldito barranco en medio de la nada! ¡Por eso estoy fuera de control!—respondí con ironía.
—¿Nos calmamos?—interviene el señor Wesley—. ¿Por qué decís que fue ella?
Me calmé y volví a darle la espalda a mi vecino. Al fin alguien que sí quiere escuchar.
—Era la única que estaba a mi lado cuando corríamos de vuelta al campamento.—respondí más calmada.
La psicótica lanza una sonrisa irónica y niega. Dicen que hay que amar al prójimo, pero si el prójimo no colabora con la tarea me parece un poco imposible poder entablar una relación amistosa.
—No puedo creer todo el maldito escándalo que estás haciendo por llamar la atención de todos.—ladea la cabeza—: la de tu hermano... y la de tu vecino que, a decir verdad, está demasiado bueno, pero es mayor. Y creo que ya recibiste una advertencia en cuanto a relacionarte con él. Es un profesor.—esto tiene que ser una maldita broma.
Ahí fue cuando me cayó la ficha.
—Fuiste vos.—dije señalándola y a punto de abalanzarme sobre ella—. Vos fuiste la que nos sacó esa foto para que él pierda su trabajo y que a mí me echen de la escuela.
Cuando quise ir por ella y darle su merecido otra vez Ryan interfiere y me agarra de la cintura. Esta vez no me quedé quieta. No. Empecé a moverme y a intentar apartarme usando todas mis fuerzas para que me soltara. Cuando ya logré calmarme, lentamente va aflojando su agarre. Quise fingir que me había tranquilizado para que me soltara, pero cuando escuché la rara conversación entre él y mi hermano, decidí quedarme quieta.
—¿Trajiste lo que te pedí?—pregunta mi hermano y yo giré mi cabeza hacia él, todavía dándole la espalda a su amigo.
—¿De qué estás hablando?—pregunté confundida.
—Ay, esto es lo que me pasa por hacerle caso a un mocoso de quince años. Me voy a arrepentir por esto.—se lamenta.
Cuando quise volver a preguntar Ryan me toma por detrás y con un pañuelo me cubre la nariz y la boca. Intenté zafarme pero no podía. No esta vez. Puse mi mano sobre la suya para intentar apartarla pero cada vez iba perdiendo más fuerzas y el conocimiento, hasta que se me volvió todo negro.
***
Desperté y me tomó unos segundos en darme cuenta de lo que pasaba. Estaba en mi casa recostada en el sillón.
Cuando lo vi a Ryan lo empujé.
—Vos me... ¡Imbécil!—lo empujé con toda la furia que se me era permitida—. ¡Me drogaste, me desmayaste y me trajiste para acá! ¡Sos un idiota!—le pegué en el hombro.
—Sofi, ¿cómo te sentís?—pregunta Jenna.
—Mal, este hijo de perra me durmió.—dije con bronca.
—¡Deberías agradecerme! Si no fuera por mí, estarías llorando en una comisaria esperando doce horas a que puedan retirarte, ya que presa no irías porque no tenés los dieciocho.