Estaba viendo la tableta de pastillas recetada por la doctora hace unos quince minutos, estaba intranquila. Ayer la señora Walton me dio una sola para que calmara mis nervios y no volví a ingerir ni una. Y ahora mis nervios estaban por salirse volando.
La doctora me dijo una sola cada doce horas pero... una o dos de más no me haría nada, ¿o sí? Solo para calmarme. No quiero ir a la escuela y parecer una loca recién fugada del manicomio.
Tomé las pastillas... Bueno, tomé dos... tres... o quizás cinco pastillas.
Salí de la casa casi a escondidas, mi hermano seguramente que se iría con su nuevo mejor amigo, y yo con mi novio. Hablando de él, no lo vi afuera así que decidí ir a tocar el timbre a su casa. Mi mano estaba hecha un puño lista para tocar pero la puerta es abierta antes de que yo pudiese tocarla. Quien aparece frente a mí es un Ryan semi desnudo y la profesora Meg que estaba a punto de salir de su casa.
—Ay, que vergüenza, Sofi. Hola.—dice apenada con una sonrisa nerviosa, yo hice una media sonrisa un poco falsa. Ella toca mi hombro—. Ni vos me viste, ni yo te vi.—asentí fingiendo estar de acuerdo y ella se fue.
Te hacés la dura pero querés explotar.
Ni en sus mejores sueños. No me importa lo que él haga o deje de hacer.
Te morís de celos.
—¿Se te perdió algo?—pregunta apoyando su brazo en la puerta y haciendo una sonrisa coqueta.
Imbécil.
—Estoy... Estoy buscando a tu hermano.—respondí un poco dubitativa.
—No está.—responde con una sonrisa—. Pero hay algo mejor.—señala su cuerpo con la mirada. Rodé los ojos.
—¿A dónde fue? Siempre vamos juntos a la escuela.
—Hoy no.—el muy idiota no borra esa sonrisa irritante de su boca.
Que boca tan bonita...
—¿Vuelve para la hora de ir al colegio?—pregunté intentando hacer caso omiso a mi voz interior.
—Mmm, no.—dice apretando los labios—. Se fue a hacer unos trámites e iba directo a la escuela. Creo que se olvidó de avisarte.—dice con sarcasmo.
—Andate a la mier...—en ese momento en el que estaba en pleno insulto sentí un fuerte aturdimiento que movió todo mi mundo.
Ryan borró todo rastro de diversión y se alejó de la puerta para acercarse.
—¿Bonita? ¿Estás bien?—me agarra de la cintura con preocupación. Asentí y poco a poco iba recuperando mi normalidad.
—¿Qué está pasando?—la voz de mi tío suena a mis espaldas. Él se había estacionado en ese preciso momento y había bajado de golpe para acercarse.
—Todo bien, yo me ocupo.—responde Ryan de manera tajante.
—¿Sofía?—sale Nacho de casa listo para ir a la escuela.
Yo no estaba inconsciente, simplemente sentía que me iba a desmayar, caí al suelo pero Ryan me había agarrado justo a tiempo.
Cuando ya me sentía mejor me puse de pie y Ryan me interrogó con la mirada. Acunó mi cara entre sus manos y observó mis pupilas.
—¿Qué te pasa?—pregunté con extrañeza.
—Tus pupilas están dilatadas.—gira su cabeza hacia mi hermano—. ¿Le diste drogas?—observé a Nacho y él frunce el ceño.
—¿Qué? Por supuesto que no. Hace mucho que yo no consumo y mucho menos le daría a ella.—dice ofendido.
—¿Cuántas pastillas tomaste?—alejé sus manos de mi cara e hice una mueca de desagrado.
—¿De qué estás hablando?—pregunté fingiendo ofensa.
—No te hagas la estúpida, Sofía y decime cuántas pastillas de las que te recetó la psicóloga te tomaste.—le pegué en el hombro indignada.
—Estúpido es tu cerebro.—le ataqué.
—Nacho, andá a su cuarto y buscá las pastillas.
—No están en el cuarto, vi cuando las guardó en el bolsillo de su pantalón.
Le lancé a mi vecino una mirada de advertencia y él con brusquedad metió su mano en el bolsillo trasero de mis jeans.
—Eso fue grosero.—lo acusé.
Agarró las pastillas y las observa.
—Sofía . Faltan seis pastillas. ¡Seis!—me recrimina—. ¿Cómo puede ser si ayer te las dio la doctora.
—¡Dame eso!—empecé a saltar para intentar quitarle mis pastillas pero era en vano.
—Nacho, ¿por qué no hablás con Jenna y se encargan de este asunto?—le tira mis pastillas y él asiente.
—¿Pasaste de ser el perrito de Nina al suyo?—le reproché.
—No es eso. Es porque sabe qué es lo que te conviene.—responde el idiota de Ryan.
—Te odio, imbécil.—me fui para la casa y como era de esperarse mi hermano le contó todo a mi tía.
—Por hoy quedate en casa.—dice ella—. Yo no trabajo así que puedo cuidarte. Pero yo me voy a hacer cargo de tus medicamentos.
Asentí a regañadientes y me obligó a ir a mi cuarto.
No era para tanto, solamente fueron unas pastillas de más para calmar mi ansiedad. Sé que fue una estupidez, pero eso me hizo sentir un poco más tranquila.
Drogada. Estás drogada.
Me repite mi subconsciente.
Me senté en la cama con la espalda apoyada en la pared y alcé mis rodillas al pecho para abrazarlas.
Sentía algo en mi pecho. Una sensación de vacío, angustia y temor. Algo que no puedo descifrar, ni explicar. La puerta se abre y aparece Diego con una sopa en un tazón. Mi cuerpo empezó a comportarse de una manera extraña. Empezó a temblar como si fuese un terremoto, y aunque sueno exagerada no lo soy.
—Tu tía me dijo que te trajera una sopa. ¿Cómo te sentís?—pregunta tocando mi rodilla. Evité su contacto corriéndola y él notó mi incomodidad—. Tomá la sopa de zapallo, Jenna dijo que te gusta bien cremosa, así que espero que la comas toda.
Vuelve a hacer contacto conmigo y otra vez toca mi pierna pero esta vez el músculo lateral casi llegando a mi muslo haciéndome sentir aún más incómoda.
Se va y yo escondí mi cabeza entre mis piernas.
¿Qué me está pasando? ¿Por qué esto que siento no se va?
Un mensaje sonando en mi teléfono me hace levantar la cabeza. Era Rom.
«Preciosa, ¿cómo estás? Tu hermano me dijo que no vas a venir y me quedé preocupado, ¿querés que salga antes así voy y te hago compañía? No quiero dejarte sola».