Te Quiero y me Duele

14

Ryan

Desde que Lydia se fue, sentí que algo dentro de mí también se apagó. Como si el mundo hubiera perdido su color, como si cada día fuera una simple repetición del anterior, sin propósito ni esperanza. Durante estos últimos cuatro años, me acostumbré a vivir en esa sombra, a sobrevivir más que a vivir. Pero ahora... ahora siento algo diferente. Por primera vez en todo este tiempo, algo se encendió dentro de mí, algo que creía muerto: la ilusión. Y el motivo, porque el único motivo por el cual despierto cada día, es porque sé que la voy a volver a ver, aunque sea por unos instantes, hace que las mañanas tengan sentido otra vez. Me despierto con ganas, con una ansiedad casi infantil, porque sé que en algún momento de este día, nuestros caminos van a volver a cruzarse. Siempre pasa, de un modo u otro, como si el universo conspirara para acercarnos, aunque solamente pase por unos segundos.

A veces es Nacho, quien parece tener la misión personal de querer que nosotros dos estemos juntos, y no voy a mentirles, yo también lo deseo. Lo deseo con cada fibra de mi ser. Ella tiene esa capacidad de devolverle la vida a mi corazón muerto, de hacer que el mundo parezca menos frío, menos vacío. Pero hay algo que no puedo ignorar: esta no es mi historia. No soy el protagonista en su cuento. En esta vida, por mucho que lo desee, no soy yo a quien le toca.

Quizás en otra vida, cuando las circunstancias sean diferentes, cuando las heridas no pesen tanto y el tiempo juegue a nuestro favor, quizá entonces sea mi turno. Pero no ahora. Ahora, me conformo con verla desde lejos, con esos pequeños instantes en los que nuestras miradas se encuentran, y el mundo, por un segundo, parece detenerse. Porque aunque no me pertenezca, verla feliz es suficiente para recordarme que, tal vez, la vida no es tan cruel como solía creer.

Bajé a desayunar y no vi a mi mamá, me pareció raro porque hoy no le correspondía trabajar de mañana, por otro lado, el silencio en la cocina era inusual, el único sonido en ella era el de la taza de café que Romeo estaba tomando, y del tenedor que chocaba contra su plato de frutas.

—Buenos días.—Saludé, aunque al mirar su cara, supe que para él de buenos no tenían nada—. ¿Te pasó algo?—Pregunté, intentando sonar como un hermano mayor comprensivo, aunque no siempre lograra el papel. Siendo sincero, estaba acostumbrado a meter la pata más seguido de lo que me gustaría admitir.

—Sofía terminó conmigo.

Esas tres palabras me golpearon más fuerte de lo que esperaba. Me quedé paralizado por un segundo, procesando lo que acababa de decir. No lo veía venir; acababan de volver a estar juntos, y todo parecía ir bien... o al menos eso creía.

—Bueno... eh... lo lamento. Sé cuánto la querés.—Las palabras salieron torpes, carentes de peso. ¿Qué se supone que uno dice en un momento así, cuando lo último que quiere es ahondar en el dolor de alguien más?

Él dejó el tenedor en la mesa y suspiró profundamente, como si cargara el peso del mundo sobre los hombros.

—Me dejó porque necesita tiempo. Y yo quiero respetarlo, de verdad. No la quiero perder.

Su voz temblaba, y verlo así me hizo sentir como la peor persona del mundo. Porque en el fondo, sabía que yo era parte del problema. Mis sentimientos hacia Sofía eran un secreto que me carcomía, una traición silenciosa que no merecía cometer. Ella era su mundo, y aunque no quisiera admitirlo, yo la deseaba en el mío.

En ese momento, sentí la culpa apuñalarme. ¿Cómo podía siquiera pensar en ella de esa forma cuando mi propio hermano estaba destrozado? Era un imbécil, el peor hermano que él podría tener. Y por eso, aunque doliera, tenía claro lo que debía hacer: alejarme de ella, por él, por ambos. Era lo correcto… ¿no?

—¿Vos no tenés idea de cómo hacer que se enamore otra vez?—Me preguntó de repente, con una mirada cargada de desesperación.

Por un instante, quise mentirle. Decirle que no sabía, que no tenía respuestas. Pero, como siempre, mi bocota tuvo otros planes. Y lo que salió de mí, en lugar de palabras sensatas, fue algo que me perseguiría por mucho tiempo.

—Un beso bajo la lluvia.—Lo solté antes de pensarlo, y su mirada pasó de desconcierto a puro desprecio en cuestión de segundos. Me apresuré a justificarme—. Digo, no es que sepa que eso es lo que ella quiere, más bien... es experiencia. A las chicas les parece romántico, o eso dicen.

Intenté restarle importancia con un gesto de indiferencia, pero por dentro, sabía perfectamente por qué había dicho eso. No era casualidad. Lo había dicho porque sabía que iba a llover. Lo había dicho, porque ese era el sueño de Sof. Pero también sabía algo más, algo que hizo que mi estómago se revolviera mientras lo decía: Sof le temía a las tormentas.

Nacho me lo había contado antes, aunque no estaba seguro si era a la lluvia en sí o a los truenos. Miré por la ventana y noté que no había señales de relámpagos, solo una lluvia suave que empezaba a caer. Quizás, solo quizás, esta vez no habría problema. Quizás ella pudiera cumplir su sueño sin miedo.

Aun así, mientras veía a mi hermano procesar mis palabras, supe que no debería haber dicho nada. Porque, aunque quisiera lo mejor para él, no podía negar que una parte de mí quería que fuera ella quien eligiera con quién compartir ese beso bajo la lluvia. Y sabía que esa parte de mí era egoísta.

—Gracias... creo.—Romeo finalmente habló, aunque su tono no dejaba de ser escéptico.




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