Te Quiero y me Duele

16

Llegué de la escuela y me tiré en la cama, llevaba una semana haciendo lo mismo, literalmente. Me deshice de las zapatillas y subí los pies a la cama para después ponerme boca a bajo.

Una semana en la que Ryan me estaba ignorando deliberadamente, como si no existiera.

Sería hipócrita de tu parte que te sientas mal, indignada o que quieras reprocharle.

Hundí la cabeza en mi almohada y solté un grito. Después de unos minutos más me levanté de la cama y lo que estaba a punto de hacer probablemente sea lo más contradictorio y patético que haya hecho, pero aun así me acerqué a la ventana, abrí las cortinas y miré hacia su cuarto, se notaba que no había nadie. Las luces apagadas, pero no por mucho ya que estas se prenden y fui tan cobarde que me escondí detrás de la ventana. Lentamente fui asomándome y pude respirar con tranquilidad cuando vi que se trataba de Rom. Él estaba sosteniendo un corpiño con una mueca de rareza y lo soltó en el suelo. Me ve y ambos abrimos la ventana y nos apoyamos en el marco.

—Me alegra que ahora podamos ser amigos. Empezar de cero.—sonreí con los labios apretados y asentí.

Cierto, no los había puesto al tanto, esta última semana en la escuela estuvimos conversando y acercándonos y llegamos a un acuerdo;

Lo nuestro pasó muy rápido, y entonces hablamos al respecto y llegamos a la conclusión de que si queremos lograr algo en un futuro teníamos que empezar siendo amigos, conocernos, enamorarnos, y cuando ya llevemos la historia como debe ser, al fin voy a poder mirarlo a los ojos, estar enamorada y poder sentir aquello que él me asegura que siente. Quiero enamorarme de él como tanto esperé y como él se merece.

—Me encantó conocerte, Rom.—dije con una sonrisa.

—A mí igual, vamos a ser muy buenos amigos.—dice con una sonrisa que hace que le brillen los ojos.

—Por favor, vayan a hablar a otro sitio, este es mi cuarto, no una cena a la luz de las velas.—rodé los ojos, por poco y me olvido de lo imbécil que es el noventa por ciento de las veces.

—Solamente vine a buscar algo, no es para que te enojes.—le dice su hermano.

—Yo no irrumpo en tu cuarto y me pongo a hablar con mi novia de los estúpidos sentimientos que aseguramos sentir como si estuviese en el mío, así que vos no lo hagas.

—No estábamos...

—Chau.—lo echa. Rom hace un gruñido de frustración pero termina saliendo. Se notaba a kilómetros que Ryan estaba borracho.

Lo miré con detenimiento y un poco de molestia en mi mirada. Entiendo que le dije cosas que no debí decirle, ¿pero es necesario que se comporte como un idiota?

—No tengo golosinas, bonita. ¿Qué tanto ves?—iba a responder pero el muy irrespetuoso cerró las cortinas en mi cara. Y sé que no le molestaba que esté ahí, sino el hecho de que lo estaba mirando con lástima.

Bufé con pesadez y salí de la casa para tomar un poco de aire. Ahí estaba Romeo, nos acercamos y yo me crucé de brazos.

—Te cerró la ventana en la cara, ¿no?—adivina y yo asentí con los labios apretados.

—Quisiera decir que estoy enojada por la forma tan imbécil en que se comportó pero lo vi... triste.

Asiente con un suspiro—. Hace varios días está así, se emborracha, dijo que estaba enfermo para no ir a trabajar, no lo veía así desde...

—¿Que murió Lydia?—completé y él asiente.

—Lamento si tenés que aguantar sus actitudes groseras. Como te dije muchas veces, es buen tipo, pero cuando se siente herido actúa como un imbécil y hace demasiadas estupideces.

Asentí—. Creéme que hace un mes y medio lo hubiese mandado a la mierda, pero ahora... creo que empiezo a comprenderlo. Y no, no es mal tipo.—asiente mostrándose comprensivo ante lo que estaba diciendo.

—Le tomaste cariño.—afirma.

—No es eso, es que... simplemente ahora veo las cosas más claras. Y no lo odio, ya no.

Asiente con la cabeza gacha y vi llegar a mi psicóloga y en ese instante me acordé que teníamos una cita, que oportuna. La invité a pasar y supe que nos teníamos que despedir.

—¿Hablamos más tarde?—asiente.

—Sí, claro.—me regala una sonrisa incómoda.

Me acerqué y besé su pómulo con ternura. Cuando me alejé él no se había movido, me miraba a los ojos con un brillo que no podía explicar, pero sentí como si quisiera decir algo más.

—¿Puedo... besarte?—su pregunta me tomó desprevenida, entreabrí la boca sin saber qué decir.

Sin embargo, lo hizo igual. Con sus manos acunó mi cara y me acercó a él con un tierno y cálido beso. Yo puse mis manos en su pecho y sentí algo en el estómago, e intuí que era algo bueno.

Nos separamos y por una extraña razón me quedé sin habla.

—Deberíamos...

—Sí, lo sé.—responde entendiendo mis palabras antes de que las dijera.

Nos despedimos medio nerviosos y al fin entré en casa. Saludé a la doctora Walton y subimos al cuarto.

—¿Cómo estuviste estas últimas dos semanas?—como siempre estaba con su cuaderno y con una lapicera lista para escribir.

¿Quiere saber la verdad doctora? Besé a un hermano y estoy tratando de enamorarme del otro, y por una razón que claramente conozco, al que besé no me habla porque fui tan cruel que herí sus sentimientos. Y ahora está como alma en pena y comportándose como un idiota, porque aparentemente eso hace cuando está triste.

¿Qué hago? ¿Le digo eso? Sin duda soy la paciente más loca que le haya tocado tener.

—Sé lo que estás pensando—me acusa con la lapicera—. Y no, no estás loca.

Guau, sí que es buena. Parecer leer la mente.

De eso se trata, la psicóloga está para leerte y entender qué te pasa, lista.

Sentí el cachetazo que me dio mi subconsciente por el tan estúpido comentario en el que pensé.

—Empecemos hablando de los chicos.—sugiere—. Por lo que hablamos la última sesión vos estabas confundida, ¿pudiste aclarar y despejar tu mente?

Si supiera...

—Créame que estoy peor que antes.—ella asiente con una sonrisa ya que lo dije con un poco de gracia. Pero ojalá fuera chistoso.




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