—Tenemos tanto en común, que crees que te comprenderé como nadie y a la vez disfrutarás mi compañía, porque teniendo los mismos gustos es más fácil, pero, en definitiva, no estás enamorado de mí, propiamente, sino de una versión idealizada ante mis pasatiempos y forma de pensar que coinciden con los tuyos porque terminamos siendo iguales, eso no es amor, es una ilusión de algo tan perfecto que terminará aburriendo al ponerlo en práctica.
—Sabes, con solo decirme que no quieres ser mi novia estaba bien para rechazarme… —respondió el chico de cabello negro y ojos oscuros con el que había salido un par de veces cuando estaba aburrida y buscando como distraerme de mis pensamientos.
Cuando me preguntó: «¿Quieres ser mi novia?», me tomó desprevenida, estábamos en la sala de juegos en un centro comercial, donde habíamos pasado una tarde agradable, yo no podía negarlo, más que todo porque resultaba fácil hablar con él, era un chico comprensivo y dulce, demasiado inteligente y sincero, teníamos mucho en común respecto a gustos, lo que generaba más de qué hablar y tuvimos platicas interesantes, siempre hablábamos de cualquier cosa en nuestras citas, excepto de nuestros sentimientos.
Yo sabía que le gustaba, o al menos le atraía, siempre me buscaba y estaba ahí para mí, pero yo no le prestaba demasiada atención, y si era oportuno simplemente aceptaba sus invitaciones cuando necesitaba distraerme.
Con él lo lograba, pero nuestra relación no era demasiado profunda para pensar en algo serio, o desarrollar ciertos sentimientos. Como cinco citas y no nos habíamos besado, se basaban en puros coqueteos, bromas y conversaciones.
¿Cómo podría despertar mis sentimientos por él?
Realmente, ¿cómo podría despertar sentimientos por alguien?
Y me regañé mentalmente por siquiera considerarlo, ¿Por qué lo estoy considerando?
Un momento de debilidad, sí, eso debe ser, me sentía tan mal respecto a Lenin y tan confundida cuando pensaba en Zedler que el pensar en otro chico disipaba la realidad.
«Wilton, tan oportuno como siempre», pensé mientras dejaba escapar un suspiro.
Deposité la pistola de plástico en su lugar, su pregunta me había distraído e hizo que perdiera en el juego de mata zombies que jugábamos con anterioridad.
—¿Por qué arruinarlo todo con etiquetas y nombres? —pregunté en cambio, sin voltear a ver.
—Para tener la certeza que, por el momento, su corazón se enfocará solo en ti, por así decirlo, como una promesa de que no existirán terceros en la relación —respondió suavemente. Podía sentir su oscura mirada sobre mí, expectante.
Todos esperaban, todos, siempre, tenían al menos una expectativa que querían que yo cumpliera.
Y yo era especialista en decepcionar... Porque no me regía por lo que ellos querían, no, me regía por lo que yo quería, y eso lo tenía demasiado claro casi todo el tiempo.
«Zedler», pensé, mordí mi labio y enfrente al chico dulce para romperle el corazón.
—Fue una mala pregunta, no me molestaré en siquiera responderla, ¿sabes una cosa? Es una lástima, me agradaba pasar el rato contigo, pero ya lo arruinaste, así que me temo que tocará despedirme…
—Se me escapó, por favor, ¿podrías hacer como si no dije nada? No quise arruinarlo, se me metió un impulso de idiotez, sigamos jugando —me interrumpió Wilton, con un tono herido. En ese momento quise decir que la vida era cruel, que el amor dolía y que una etiqueta no asegurará que existan terceros, en un mundo de corazones solitarios y mentes libres que no querían anclarse a un puerto y preferían seguir navegando en el mar buscando el puerto indicado, que, en realidad, nunca existirá.
«¿El amor realmente existe?», me pregunté con tristeza.
Me acerqué a él, era más alto que yo y su contextura no estaba mal, no era músculo y tampoco feo, pero era demasiado bueno para hacerle eso.
Intenté actuar indiferente al decir: —Es tiempo de irme, de todas formas.
—Yo te puedo llevar…
—No, simplemente, dejémoslo hasta ahí, ¿te parece?
—Tengo una frase que te describiría —dijo en cambio, ignorando que empecé a caminar hacia la salida—. «Ella, ante su incapacidad para enamorarse, empezó a jugar con los hombres».
Me detuve, atónita, mi cerebro absorbió las palabras y estas entraron a mi corazón, de tal forma que este empezó a doler y me costó respirar.
Ninguna lágrima salió de mis ojos, pero mi cerebro quedó nublado por la confusión y la comprensión.
¿Es una posibilidad…?
«Deja el drama, Julissa, no lo haces por eso», me recordé, giré y quedé viendo a Wilton, el cual lucía decepcionado, ¿decepcionado de mí? ¿o de él mismo por haber sido tan idiota como para creer que marcaría una diferencia en mí?
¿Qué se necesitaría para marcar una diferencia en mí?, era lo que siempre me preguntaba.
«Zedler».
Salí del salón de juegos en Metrocentro, vi que tenía un mensaje de él citándome en un lugar y empecé a correr sin cuidado, por lo que a medio camino tropecé con alguien.
—¿Qué no ves por dónde vas cuando corres? —espetó una chica menuda de cabello negro como la noche con puntas purpuras, sobándose el hombro.
—¿Qué no ves por donde vas cuando caminas? —dije en cambio, me levanté, tomé mi bolso y seguí mi camino, sin disculparme, aunque el hecho me carcomió la consciencia y me regresé donde la chica seguía en el piso con un celular entre sus manos.
—Lo siento por no haberme fijado y haberte chocado, que tengas buen día —dije rápidamente y seguí corriendo, llegué a la salida y tomé un taxi para que me llevara al lugar donde Zedler me citó.
Llegué minutos antes del atardecer, y al subir las escaleras y ver su figura de espaldas mi corazón dio un salto.
Solo que, el sentimiento se evaporó tan rápido como llegó, al ver que el que estaba ahí no era Zedler.
Y fue reemplazado por la estupefacción e impotencia al ver unos ojos de un café tan oscuro que parecían negros, en conjunto con una mirada que me dejó sin aliento y sin pensar realmente, hasta que regresé a la realidad y contemplé su cabello negro como el carbón, sus cejas pobladas del mismo color, su labio inferior más grande que el superior y su piel morena haciendo un contraste que lo hacía un chico muy guapo.
Pero lo que más me llamó la atención fueron las calcomanías de estrellas doradas adheridas por debajo de sus ojos, sin orden aparente se esparcían por sus pómulos hasta su nariz, por encima de la curita celeste que la cubría.
Él chico se me quedó viendo de la misma forma en la que yo lo observé, sin embargo, sus labios formaron una dulce sonrisa.
Ninguno dijo nada por un momento que lo sentí eterno, simplemente nos quedamos viendo, como si intentásemos penetrar en el interior del otro con una simple mirada.
O competencia de miradas, hasta que yo hice un intento por hablar que fue silenciado por la voz de alguien más a mis espaldas.
—¿Julissa? —La voz de Zedler me sacó del estado de estupefacción en el que ese chico extraño me atrapó—. Diablos, llegaste antes que yo.
El chico de ojos extraordinarios quedó viendo a Zedler para después mover la cabeza en un movimiento de negación, tomar la libreta del asiento e irse del lugar.
Me volteé para verlo irse, de espaldas, algo dentro de mí me dijo que le persiguiera y parara para preguntarle su nombre.
No era problema para mí, pero en ese mismo instante decidí no ir tras él.
Quizá nunca más me lo volvería a encontrar, pero eso ya dependerá de la vida y el susodicho destino. Se me olvidaría, al fin y al cabo, o tal vez no…
—¿Ya es mi turno? —pregunto Zedler con una sonrisa, le quedé viendo y me lancé a hacia él para abrazarlo, pero el debilucho no soportó mi peso sorpresa que llegó con una inclinación inestable, por lo que terminé derrumbándolo en el pasto verde, estábamos en el mirador de su residencial, el cual tenía una vista al atardecer estupenda. A mi me encantaban.
Me fascinaba como el cielo se tiñe de colores en escalas, a veces de un rosa puro con retoques morados y la mayoría del tiempo, de un naranja amarillento, con matices rojos.
Zedler vivía cerca de Metrocentro, el centro comercial donde estaba, por lo cuál me fue fácil llegar antes, pero no me esperaba que la cita hubiera sido en ese mirador, que, si bajas unas escaleras adheridas, bajas a una cancha de baloncesto o futbol, aquí usan la misma para las dos cosas, e incluso hasta para el voleibol, en fin, el caso es que estaba rodeado de plantas y arboles gruesos. Por lo que el reflejo de la luz amarilla en ese momento hacía que incluso esa vista baja se viera bonita, como escena de película vintage.
Me hubiera gustado tener una cámara profesional para captar ese momento. Volteé a ver a Zedler de perfil, se veía tan guapo, con el atardecer reflejándose en sus suaves facciones y esos ojos tan bonitos, en ese momento, por la luz, parecían la mezcla entre un azul verdoso y amarillo, encantador, también quería captar como el sol del atardecer lo hacía verse tan guapo.
Pero me salí de esa ensoñación, mi corazón había empezado a latir como loco, pero suspiré, elaboré una pared en mi imaginación y me di cuenta que ya estaba perdida.
—¿Me puedes hacer un favor? —dije centrándome en él, enojada y confundida.
—Depende.
—¿De qué? —dije escéptica.
—¿Qué necesitas?
—Entender algo, ¿por qué no dejo de pensar en ti por más me esfuerce en distraerme?
Él sonrió mostrando sus lindos dientes, tenía un par chuecos, pero no dejaba de tener una sonrisa bonita, la perfección en la imperfección, y acarició mi cabeza, me tensé por un momento porque no estaba acostumbrada a que alguien lo hiciese. Hice memoria y ningún chico lo había hecho antes, motivo por el cual solté otro suspiro.
Cansada, apoyé el rostro en su pecho y él susurró: —Ve el atardecer, ¿te parece perfecto?
Alcé la cabeza y quedé viendo al cielo, un atardecer ordinario y con poca fuerza en la tinción de los rayos de sol. No era perfecto, era débil y no me llenaba. Aún así, un atardecer nunca dejaba de ser bonito y de tintar el ambiente en un tono suave y reconfortante.
—He visto mejores.
—¿No te llena? Recordé que estás en la búsqueda del atardecer perfecto y por eso te cité aquí, descubrí este lugar un par de años atrás y hoy quise mostrártelo y que contemplaras esta hermosa vista al atardecer… Tuve la esperanza que aquí encontraras al atardecer perfecto.
—Me encanta el lugar, pero este no es el atardecer perfecto que busco. Misión fallida, lo lamento —respondí, un poco odiosa al final, para construir una barrera a mi alrededor, para alejarme de él.
Pero cada vez que me miraba con esos ojos preciosos, esa barrera se desmoronaba, en un suspiro, en una mirada, en sus labios moviéndose de tal forma que de ellos sale mi nombre…
Lo odio, lo odio, lo odio.
¿Qué es esto? No lo reconozco, de la nada y ya estoy pensando en tonterías. No estoy enamorada, es imposible, pero sí creo que me gusta y atrae.
—¿Qué tiene que tener para que sea perfecto? —preguntó él sacándome de mis pensamientos.
—Eso lo sabré cuando lo vea.
—A mí me pareció el más perfecto que he visto hasta ahora.
—¿Te llenó? ¿cómo? Y no solo eso, era uno débil y típico…
—Lo sentí perfecto porque estabas a mi lado.
—Zedler, señor de las cursilerías —bromeé cerrando los ojos, no comprendía por qué sus palabras me llegaban, demasiados pensamientos en mi cabeza, esta era un desastre.
Mi cerebro formuló respuestas a mis preguntas, muchas opciones para luego ir descartándolas, y la única que se quedó porque sonaba muy lógica, fue la de que quizá, estaba llegando a un punto de quiebre en mi ser.
Inestabilidad emocional, justo en ese momento, y con las palabras de Zedler en su psicología inversa por hacerme interesar de la nada por él, era el conjunto perfecto para hacerme ceder ante sus encantos.
Necesitaba confirmar algo para poder estar segura de él, y así dejarme llevar sin pensarlo tanto, hacerlo todo más fácil, porque yo no necesitaba complicarme la vida, por eso les rompía el corazón a tantos chicos y terminaba jugando con todos, no estaba para nada serio, para nada que me hiciera esforzarme, porque no tenía fuerzas para dar el cien por cierto de mí.
No estaba hecha para el amor y para vivirlo por completo, y si me entregaba, con certeza, yo necesitaba a alguien capaz de calmar mis incendios mentales, que no me aburriera ya sería un gran logro, cosa muy difícil porque yo siempre me aburría de todas las personas.
El momento inicial, el conocerse, en un principio es muy entretenido y emocionante, luego conoces todo o realmente no conoces, lo sabes, porque saber es diferente de conocer, es entonces cuando yo no soy capaz de encadenarme a alguien, porque me termino aburriendo.
Admito que a veces me da pereza de solo pensarlo, el tener que esforzarme por permanecer con una única persona, ser cursis, apoyarse en todo, pensar solo en él, hacerle feliz, mantener la paz y la química, ni hablar la parte económica donde se tenía que pasar gastando dinero en cada salida a algún lado, y mucho más que yo me negaba a que me invitaran, los regalos, los detalles, uh, que absurdo, que molesto.
Me agotaba el solo pensarlo, así que me separé de Zedler, en un intento por alejarme de él y de mis pensamientos, me senté, suspiré y quedé viendo lo que quedaba del atardecer.
Yo no lo sentí como el amanecer perfecto, más bien, me recordó que si me dejaba llevar por Zedler, caería en lo que tanto ando huyendo, todas las molestias que me reservo al no tener nada serio con nadie. No quería dar mi cien por cierto, porque estaba tan jodidamente vacía.
Ni Lenin. Ni Zedler. Ni un chico guapo. Ni un chico divertido o interesante.
Ninguno me llenaba.
¿Cómo llenar ese vacío que me consumía por completo?
¿Conmigo misma?
Quizá…
Tampoco era suficiente. Yo no era suficiente para mi misma. Siempre estaría buscando más, necesitando más, quejándome de todo y aburriéndome fácilmente. Nada me ataba.
—¿Estás bien? —me preguntó Zedler.
—Si vacía es estar bien, estoy muy bien.
—¿Para qué obsesionarse con sentirte llena? Déjate llevar por la vida y acumula las experiencias, llénate de experiencias y momentos —dijo él, me quedó viendo pensativo y sin pestañear.
Me irritó su frase comercial y le dirigí una mirada de pesadumbre.
—Si no lo entiendes simplemente….
—Nadie más que yo podrá comprenderte, entiendo el sentimiento de vacío, así me sentí por mucho tiempo, como que me faltaba una pieza y nada tenía sentido, nada lograba encajar en esa pieza, y te consume por completo, dejándote en un estado de malestar y sin energía.
—¿Encontraste la pieza faltante?
—No —respondió simplemente—. Bueno, algo así, la hallé, pero no puede encajar en mí por múltiples factores.
—Entonces, ¿cómo le haces? —cuestioné confundida.
—Auto engaño y chocolate.
—¿Chocolate? —Fruncí los labios y me acerqué de nuevo.
—Como una barra de chocolate cada dos días y me zampo un helado eskimo al día. No me canso, lo amo, es como el amor de mi vida.
Solté un par de carcajadas y tomé su mano. —Voy a intentarlo.
—Oye, deberíamos irnos antes que sea muy noche.
—Hagámoslo —dije de repente. Pensando que quizá, si lo probaba físicamente, sería capaz de olvidarme de él.
Él se levantó y quedó esperando a que yo lo hiciera también, ante mi falta de movimiento, preguntó confundido. —¿Ahora qué esperas?
—Te dije que lo hagamos, me referí mal, quise decir, tengamos sexo, aquí, ya mismo —dije con la mirada distraída.
Quería acabar con todo, en ese momento sí que dudé, y la mejor forma era esa.
Solo los chicos que aparentaban ser especiales para mí eran merecedores de mi cuerpo, el resto no pasaban de coqueteos y besos.
Todos se rendían a mis deseos, yo era la que decidía.
Zedler se puso a reír a carcajadas y me mordí la lengua, indignada.
—¿Qué es tan gracioso, idiota?
Se limpió una lagrimita y me quedó viendo con su sonrisa encantadora, me besó y mordió mi labio inferior para luego decir:
—No te quiero para tener sexo, tonta, y no lo tendremos, al menos por ahora.
—¿Por qué no? Yo quiero, te lo estoy pidiendo, debes de…
—Exactamente, siempre haces eso para darle fin a una relación que estuvo muy cerca de romper tus barreras y tomar tu corazón, es tu despedida porque decidiste dejarlo de una forma digna, pero ya te dije, Julissa, no me romperás el corazón, aunque lo intentes.
—Solo quería coger, nada profundo o filosófico, ni siquiera lo hago con cualquiera…
Mierda, me leyó la mente, ¿Tan predecible soy? ¿Mi rostro es tan fácil de leer para que él sepa exactamente cómo me siento? Será un buen psicólogo en el futuro, me pilló en el acto.
Demasiado bueno, hasta leerá mentes, eso lo tengo seguro.
—Exactamente, los afortunados elegidos son porque tienes miedo a que avancen más dentro de ti, y es que tú siempre esperas a que te hagan daño y te abandonen luego que le das lo que buscaban.
—Nunca lo han hecho —repliqué indignada. Yo era la que abandonaba, yo era la que rechazaba, yo era la que rompía todos sus corazones.
—Los sentimientos y emociones negativas, como el dolor momentáneo son lo más hermosos de las características del ser humano, porque luego la felicidad se saborea como un buen plato de carne asada.
—Filosofando, mi estimado. En serio, eres pésimo para las metáforas.
—Aunque tengo hambre —admitió.
—Vamos a cenar, ¿qué opinas de fritanga? Vi una afuera de este residencial pedorro —sugerí intentando distraer mis pensamientos con la comida, la mejor opción. Él accedió y nos encaminamos. Así pude desviar su atención de la conversación en la que nos estábamos adentrando.
Era un desastre, realmente, ¿Qué estaba haciendo con mi vida? ¿Por qué era incapaz de ser clara con Zedler? ¿Por qué era incapaz de rechazarlo?
Una fuerza magnética controlaba mi lengua, porque decía sí, a él, mientras que mi cerebro, o bien el área de razonamiento gritaba “no”, era irresistible.
Era confuso, realmente, y temía que eso me llevara a mi perdición.
Cuando quería decir no, terminaba diciéndole sí, y es que ni yo misma sabía que quería.
Aunque una parte dentro de mí si que lo sabía, tenía esperanza, quería intentarlo, quería experimentar la dulzura de entregarse a alguien por completo.
Pero mi cerebro era demasiado definido, que, seguía en una lucha interna con una respuesta demasiada obvia.
Antes de subirnos a su auto, le tomé la mano, le quedé viendo fijo por unos segundos, esos ojos azules, me fascinaban, acaricié su mejilla y él estaba tenso, hecho piedra, efecto que desapareció cuando acerqué mis labios a los suyos y los besé con dulzura.
En el comienzo de la noche, mientras yo lo besaba con los ojos abiertos y observaba la suavidad de su expresión con los ojos cerrados, se prendió una bombilla metafórica, donde me di cuenta de algo:
Por primera vez, quería “intentarlo” con Zedler, y eso era todo.