Derek
¿Cómo no me iba a gustar Daisy si a cada piropo que le decía se sonrojaba como un delicioso tomate? Dios, era hermosa.
Luego de que la salvara de una muerte pasada por agua—¿lo has pillado? Pasada por agua… Vale, ya paro—, y me contara rápidamente su historia familiar, nos pusimos a jugar a Mortal Kombat X en la Playstation. Y he de decir que era bastante manco con todo lo que se refería a los juegos de consola.
—¿Cómo puedes perder tantas veces? —me preguntó burlona, luego de volver a ganarme un combate. —Eres un tío. Se supone que nacéis con un mando y una cerveza en las manos.
—Eso ha sonado a estereotipo y no soy malo, eres tú que haces trampa de algún modo que desconozco—me excuse muy pobremente.
—¿Cómo supones que hago trampas? —río Daisy. Y tenía que decir que me gustaba su risa y como se formaban hoyuelos en sus mejillas cuando sonreía. Sí, tenía que reconocerlo, estaba pillado hasta las trancas por ella y ni siquiera había pasado una semana aún.
—Pues… — Pensé rápido una respuesta. No se me daba bien eso, así que salió bastante mal. —…Le das demasiado rápido a los botones. Por eso haces trampas.
Volvió a reír por mi mierda de excusa.
—Yo no tengo la culpa de que seas lento con los dedos.
—Pues con otras cosas no soy lento—lo dije a propósito para ver como sus mejillas se sonrojaban lentamente al entender el doble sentido de mis palabras. Me reí y ella me lanzó un golpe que no me dolió nada pero que fingí que sí lo había hecho. —Oh vamos, reconoce que me lo has puesto a huevo.
—¡Cállate! —me pegó otra vez, y otra vez fingí que me había hecho daño. —¿Por qué a los hombres les cuesta admitir que las mujeres les pueden ganar? Parece que os hiere en el orgullo o algo.
—No me hieres el orgullo. Haces trampas y por eso he perdido.
—¿Veinte veces seguidas? —alzó una ceja. Puso su mano en mi hombro. —¿No crees que eso significa algo? ¿Cómo que eres un manta en el Mortal Kombat X, tal vez?
—Vale, me has obligado a decirlo—estaba contra las cuerdas y no tuve más opción—, te he dejado ganar.
Se retorció en el suelo de la risa y me crucé de brazos molesto—aunque por dentro estuviera muerto de ternura con la imagen de Daisy llorando por la risa—. No era tan malo, por dios. ¡Solo había perdido veinte veces! ¡No es para tanto!
—Eso no se lo cree nadie—río más fuerte si podía, se sujetó el estómago y empezó a dar golpes en el suelo mientras seguía soltando carcajada tras carcajada.
—¿Has acabado ya? —pregunté harto de que me humillara vilmente.
—Sí—se sentó de nuevo a mi lado y se serenó después de haber tenido un ataque incontrolable de risa.
No me importó que se riera de mí desastrosa habilidad para los juegos de consola, al contrario, me encantó saber que el responsable de ese ataque de risa era yo. Yo la había hecho reír así. Y eso me encantaba.
(…)
Era de noche y papá se había empeñado en hacer una barbacoa. Las chicas estaban con mamá hablando mientras que Harry y yo nos encontrábamos sentados en dos sillas bebiendo una cerveza cada uno. Daisy estaba muy guapa. Llevaba un vestido floreado, corto hasta la rodilla y su pelo estaba en una coleta. Me la quedé mirando como un bobo durante mucho rato.
—¿Y qué tal lo llevas?
Volví al mundo real y miré confuso a Harry. Él bufo y negó con su cabeza.
—Que qué tal lo llevas con Daisy—preguntó de nuevo, siendo más específico. Me encogí de hombros.
—Bien. Supongo—murmuré en voz baja.
—¿Supones? Cuando supones algo es que no está bien. ¿La has besado ya?
Puse mis ojos en blanco.
—¿Solo piensas en eso o qué?
Harry ignoró mi pregunta y siguió dándome la tabarra:
—Tienes que besarla. Ya. Ahora.
Lo miré como si se hubiera vuelto majareta.
—¡No voy a besarla aún! —grité bajito. —Nos acabamos de hacer amigos, por dios. Que tú seas un caradura sinvergüenza no significa que yo sea igual, Harry. Necesito tomarme mi tiempo y ver si de verdad le gusto…
—Bla Bla Bla—me interrumpió haciendo un gesto con su mano. —Déjate de tonterías y ataca a tu presa.
—¡Daisy no es ninguna presa!
—Tienes que ser el Rey de la Selva, un león todo poderoso—volvió a ignorarme—, un león como bien manda y no como lo que eres.
Alcé una ceja mirándolo irritado.
—¿Y qué se supone que soy?
—Eres un león gay como el de Disney.
—No sé ni para que te he preguntado—bufé y bebí de mi cerveza.
—Es la verdad hermanito—siguió diciendo—, eres demasiado blando y eso no le gusta a las mujeres.