Las manecillas del reloj marcaban las 2:56 a.m. y aún no podía decidir si lo que sentía era ansiedad, emoción o un miedo irracional, aunque, viniendo de mí, lo último parecía bastante racional. Revisé mi teléfono por última vez, no porque esperara otro mensaje, sino porque mi cuerpo necesitaba hacer algo que no fuera esperar.
El mensaje de fuego que Cuervo me había enviado todavía flotaba en mi mente. Letras rojas que se desvanecieron en el aire antes de que pudiera parpadear, pero que no necesitaban quedarse más tiempo para quemarse en mi memoria:
“3 en punto. Prepárate.”
Entonces pensé en él, Draelith.
El nombre por sí solo ya me daba escalofríos. Como si pronunciándolo se me secara la boca o se me congelara el alma.
Hailyn casi se cae de espaldas cuando se lo mencioné. Recuerdo perfectamente la cara que puso, la expresión en sus ojos y el tono entre alarmado y resignado con el que dijo:
—Sabes quién es, ¿verdad? Es el hijo de Lucifer. Literal. No de manera simbólica o porque sea muy malo. Literalmente es su hijo.
Y ahí fue cuando, una vez más, me cuestioné por qué demonios había confiado tanto en Cuervo. Tal vez sí estaba loco. Tal vez yo estaba aún más demente por seguirlo. Pero el miedo no me hizo retroceder. Me incomodaba, me apretaba el pecho… pero también me impulsaba. Era lo más parecido a estar viva que había sentido en semanas.
Un golpe leve en el cristal me hizo brincar como si me hubieran disparado. Me giré de golpe, con el corazón en la garganta, solo para encontrarme con el rostro adormilado de Hailyn asomado desde su ventana, envuelta en una cobija y con cara de: “No te vas a escapar sin mí”.
—¿Aún no te vas? —susurró, intentando no despertar a nadie.
—Me estoy preparando —le respondí con el mismo volumen—. Vete a dormir, Hailyn.
—No. Quiero ver a Cuervo —replicó con terquedad.
—No creo que eso sea posible —negué, cruzándome de brazos—. Él no… se presenta, así como así.
Ella alzó una ceja, como si no creyera una palabra, pero dejó pasar el comentario. En lugar de eso, su mirada se fue hacia la calle oscura más allá de su enorme cercado.
—¿Sabes? Esto me da un déjà vu muy fuerte.
No necesitaba decir más. Sabía exactamente a qué se refería. Aquella vez que me escapé por la misma ventana y por la misma calle, pero con Sawyer. Ese día también estaba oscuro, y yo también tenía el estómago hecho nudos. Solo que esta vez la diferencia era que no corría hacia una aventura adolescente, sino hacia algo que podía literalmente condenarme.
Y aun así… no podía evitarlo.
—Será diferente esta vez —murmuré, no sé si para ella o para mí.
Hailyn no respondió. Solo me lanzó una mirada triste, como si no pudiera evitar preocuparse, pero supiera que no podría detenerme.
Una ráfaga de viento más fuerte de lo normal sopló en ese momento, apagando la farola de la esquina.
—Esta vez no está nevando —murmuré, aturdida por el recuerdo.
Pero en cuanto terminé de pronunciar esas palabras, una brisa helada me envolvió desde los pies hasta los huesos. Tan afilada, tan antinatural, que no necesitaba voltear para saber que había llegado. Y aun así lo hice, porque era imposible resistirse a la presencia que siempre parecía tragarse el mundo a su alrededor.
Cuervo estaba frente a mí.
—¿Lista? —preguntó con voz grave, como si no estuviera viendo a Hailyn a punto de desmayarse detrás de mí.
—Sí —respondí, enderezándome como si pudiera fingir que no estaba temblando—. Pero deberías dejar de aparecerte así. Vas a matarnos de un susto.
—No —contestó, seco, con esa naturalidad tan suya que me daban ganas de empujarlo por un precipicio.
—¡Qué grosero eres! —le soltó Hailyn, cruzándose de brazos, pero sin poder ocultar el temblor en su voz.
Cuervo bufó, como si acabara de oír el chiste más malo del universo, y dio un paso hacia un lado. En un parpadeo, literalmente, ya no estaba ahí.
—¿Eh? —fue lo único que alcanzó a decir Hailyn, antes de que él apareciera justo detrás de ella.
El grito que soltó fue agudo y breve. Apenas un chillido entre sorprendida y aterrada. Yo me giré de golpe, pero Cuervo ya estaba otra vez a mi lado, como si nada hubiera pasado.
—Un poco de diversión antes de condenarse al inframundo no le hace daño a nadie —dijo con su tono mordaz habitual, sin siquiera mirarme.
Iba a decirle que dejara de jugar con la gente así, pero en ese momento Hailyn se recompuso y se giró para encararlo.
—¡Eres…! —comenzó a decir, pero se quedó muda justo cuando él se quitó la capucha.
Fue un segundo. Apenas un segundo de silencio lleno de electricidad, de sorpresa y de algo que no supo verbalizar.
—Eres… muy guapo —soltó al final, como si las palabras se le hubieran escapado sin permiso.
Me tapé la cara con una mano, incapaz de contener la risa. Cuervo se limitó a arquear una ceja con un deje de soberbia indiferente.
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Editado: 04.07.2025