La chica de cabello castaño, ojos verdes esmeralda y delicadas facciones se sentó sobre la cama. Con las manos sobre su amplio vestido azul cielo, se perdió entre sus pensamientos. Uno tras otro, no dejaban de aparecer en su mente. No podía más. Estaba agotada. No podía hacer nada. Era presa de su propia casa, si es que aquel lugar se le podía denominar así. Unos leves toques en la puerta la sacaron de sus pensamientos. Con otro suspiro, se levantó de allí y abrió la puerta dejando entrar a sus criadas. Una de ellas, Paulina, le señaló la silla en el tocador. Ellen se sentó allí y mientras acomodaba su vestido, tres doncellas le peinaban su sedoso cabello mientras otras dos buscaban en su armario algo "ideal" para la ocasión. Sin opción a negarse Ellen tuvo que resignarse y aceptar la proposición de matrimonio con el reino vecino. Sus padres, los reyes, ni siquiera le habían consultado nada antes de aceptar. Ella se tuvo que enterar mediante los cuchicheos que habían por el palacio. Recordó la indignación que sintió al enterarse por Paulina. Su doncella más próxima. Algo cercano a una amiga. Pues Ellen no tenía amigos. Excepto Veryne. La joven la consideraba su única amiga en aquel lugar lleno de hienas. Veryne era una joven hija de un conde que había establecido amistad con ella tres años atrás cuando Ellen la había ayudado a deshacerse de un pretendiente que no la dejaba en paz. Ajena a quien era y a la profecía sobre sus hombros, empezó a hablar con la joven princesa que en aquellos momentos tan sólo tenía catorce años.
Ellen miró su reflejo en el espejo. Aquella chica que le devolvía la mirada era una chica que no era libre. Una chica sin derecho ni protesta en su vida. Una sombra de lo que deseaba ser. Muchas la envidiarian por su estatus y dinero. La tachaban de un niña caprichosa, egoísta y creída que estaba haciendo un simple berrinche por casarse con un apuesto príncipe que no la amaba. Pensaban que la falta de amor se compensaba con el poder que conllevaría la corona de su prometido.
Las doncellas, le trenzaron cuidadosamente el cabello y le pusieron una tiara en su cabeza. Con unos pendientes de diamantes y unas cuantas joyas más que hacían notar su posición, Ellen pudo salir de su habitación e ir hacia la sala de Tronos. Lugar en donde sus padres la habían citado para hablar sobre asuntos del matrimonio en compañía de los reyes vecinos.
Cuando llegó, inspiró profundamente y entró a la sala. Allí, sus padres la aguardaban junto a tres desconocidos. Inclinándose en una profunda reverencia, Ellen pudo ver perfectamente las sonrisas de sus padres. Su padre, la miraba con ojos calculadores y fríos, como siempre. Su madre, en cambio, la miraba con orgullo. Al ver eso, Ellen sintió como algo en su estómago se retorcía. Su madre, jamás la había mirado así. Y ahora lo hacía sólo porque se casaría con un completo desconocido que les daría más poder aún. Componiendo su mejor sonrisa dulce, se irguió. Su padre, la presentó ante los otros reyes.
-Brian, mi hija, Ellen. Ahora que tenemos a mi querida hija aquí, podemos hablar con más detalles sobre el matrimonio. - dijo el rey mientras señalaba los sillones allí colocados expresamente. Con un asentimiento por parte del otro hombre, se sentaron. En ese momento, fue cuando la joven levantó la cabeza dejando de mirar el suelo y estudió a los otros mientras los adultos conversaban. Ninguno parecía prestarle atención por lo que Ellen tuvo más libertad a la hora de analizarlos. El rey Brian, era un hombre de unos 50 años, al igual que su esposa, con una barba que acababa de ser afeitada y unas cuantas canas entre sus negros cabellos, parecía un hombre de guerra. Su esposa, poseía el cabello castaño suelto y unas cuantas joyas al igual que Ellen y su madre. La chica no se distrajo mucho analizándolo, pues, no le interesaba. Lo que de verdad llamaba su atención, era el muchacho sentado delante suyo. Con ojos castaños y cabello negro, parecía pensativo. Su cara, no demostraba ningún sentimiento. Parecía indiferente por el tema que los adultos estaban hablando.
Ellen no apartó la mirada en cuanto el joven la miró detenidamente. Aquellos ojos castaños parecían saber todos tus miedos. Unos momentos después, el chico rompió contacto visual y sonrió amistosamente mientras inclinaba la cabeza levemente en señal de respeto. Anonadada, Ellen repitió el gesto totalmente sorprendida aunque su rostro no lo revelase. El muchacho, se inclino hacia ella acortando los centímetros que antes los separaban. Ellen se estremeció en cuanto notó su aliento contra su oreja.
-Vos y yo, no estamos de acuerdo con este matrimonio. Le propongo, entonces, una vía de escape de este. - sorprendida, la chica contuvo un grito que deseaba salir por su boca y lo miró fulminante intentando descubrir si era una treta. Pero, los ojos del otro joven eran claros como el agua. No mentía. Lentamente, y sin fiarse ni un solo pelo, la joven asintió. Aquello hizo que la sonrisa del otro fuera más grande aún. Los dos apartaron la vista del otro cuando los adultos dejaron de hablar.
Fingieron no haber hecho nada en cuanto ellos se acercaron.
Con una reverencia, los tres extranjeros se despidieron, no sin antes lanzarle una mirada a Ellen. Sin inmutarse, la chica mantuvo su mirada en el suelo.
Cuando la puerta se cerró, alzó la vista y vio a su padre sonreír. Su madre, en cambio, tenía una cara seria.
-Hija, hemos llegado a un acuerdo. Finalmente, tras dos décadas, firmaremos una alianza. Y será mediante el príncipe Liam y tú. ¡Seréis los mayores reyes del continente! - expresó con júbilo el rey. Ellen, sintió arcadas pero lo ocultó bastante bien.
-Necesitamos que esto salga bien. Sino, será la perdición de nuestro reino. Por lo tanto, debes enamorar al príncipe. - aclaró su madre. La joven frunció los labios antes de pronunciarse.
-Pero la decisión ya está tomada. ¿Para que enamorarlo? No serviría de nada. Él y yo estamos obligados a casarnos. - dijo con voz que expresaba su ira. - No nos han dado opción. No hemos tenido ni voz ni voto. Por lo tanto, deberíamos casarnos sin interrupciones, no? - añadió con voz tres octavas más alta.
-¡Estúpida! - bramó el rey. Por el rabillo del ojo vio a la reina negar con la cabeza. - El príncipe tiene poder suficiente en su reino como para anular el compromiso. Tiene contactos y amigos muy poderosos e influyentes en todo el continente. Si se niega, ni su padre podría obligarlo a casarse. Por eso, niña estúpida, debes enamorarlo. - Ellen sintió como la ira burbujeaba en su estómago. Pero, no la dejó salir. Con las mejillas sonrojadas, hizo una rápida reverencia antes de salir apresuradamente del salón sin darle tiempo a sus padres para decir u ordenar algo.