El sol se encontraba ya brillando en el cielo. Y Armand aún seguía en cama. Estaba despierto, pero casi siempre se desvelaba por muchas razones. Su única excusa era que los pájaros que se posaban en su ventana raspaban el vidrio el cual le incomodaba. Pero en realidad era mentira, no podía dormir porque estaba solo y se sentía solo, y lo único que recordaba era a su esposa fallecida hace diez años.
Vivía en un edifico de departamentos, y Armand trabajaba como catedrático en La universidad de Villa Grande. Y aunque a veces enfermaba por distintas razones, siempre prefería ir a su trabajo para poder sentirse acompañado con los jóvenes. Era muy querido por ellos, y eso llenaba su corazón cansado y lastimado.
Mira su despertador, eran las seis y diez. Esperaría a que este tocara su bulliciosa música. Mientras tanto, tomó un álbum de fotos que guardaba en su baúl debajo de su cama. Y al revisarlo, recordó que había servido al ejército durante su juventud, y adquirió parte de un comportamiento recto y recio. Y a los treinta años, dejó la milicia para estudiar una carrera y vivir una vida alejada del peligro. Y es en la universidad donde conoce a Dolores, una chica en ese tiempo de veintiún años, joven y hermoso. Él se sentía avergonzado, de hecho porque él ya tenía treinta y tres. Pero eso no impidió su enamoramiento, y luego de siete años, casarse.
Por años vivieron en el mismo departamento, y tenían planeado formar una familia. Pero Dolores no podía, y luego, ella comenzó a sentirse mal. Olvidaba algunas cosas, y se mareaba constantemente. Por lo que al hacerse exámenes, fue diagnosticada con un tumor cerebral. Falleció meses después, y Armand quedó muy mal.
Pero le prometió a su esposa que seguiría viviendo amándola, porque fue la mujer que siempre soñó y llegó en el mejor momento de su vida.
Las lágrimas caían de su rostro al recordarla. Pero ya era hora de levantarse, así que besó la última foto que le tomó y guardó el álbum de fotos.
Encendió el televisor, y se quitó la ropa para ducharse. Luego se preparó el desayuno, y lo tomó en su comedor, solo y mirando a la ventana que daba con una vista hacia la ciudad.
—Y usted que piensa. — escuchó Armand desde el televisor
—Pues la verdad, es que este virus transforma a la gente en criaturas agresivas, puesto que corrompe gran parte de la masa encefálica.
—Pero, pero. ¿Estamos hablando de zombis?
—No, no son zombis. Se les puede llamar así por el conocimiento básico y popular de esto, pero no son zombis. Su comportamiento es muy especial, y sus reacciones son bastante extrañas. Además, este virus no reanima muertos. Yo los llamaría infectados, nada más.
Armand no había escuchado el inicio de aquella noticia. Pero aquello último le llamó la atención, se levantó con la taza de avena en la mano. Y caminó hacia la pequeña sala. Una periodista estaba entrevistando a un Médico, y debajo se leía: “El nuevo virus que está aterrando al mundo entero”
—Entonces, ¿hay alguna cura?
—No, la verdad es que no la hay.
“Cura, pero que cura… que enfermedad…”, piensa Armand.
—Solo puedo recomendar que la gente no salga de sus casas, lo más probable es que el presidente anuncie toque de queda desde hoy.
Y mientras regresaba hacia el comedor para dejar la taza en el lavavajillas. Alguien comienza a tocar su puerta con desesperación.
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Editado: 28.04.2021