Capitulo II.
La callejuela estaba en completo silencio, de no ser por el cuerpo que estaba tirado y la persona que lo observaba, esta se encontraría sola; el halo de luz de la lámpara se esforzaba por romper la poderosa niebla y la oscuridad de la noche, cerca pululaban algunos insectos, atraídos por su brillo y un poco de calor, un leve tintineo en su iluminar indicaba que estaba cerca de expirar su vida útil.
Thomas con su frente perlada de sudor y la respiración agitada, se detuvo muy cerca frente al poste de luz, al amparo de éste decidió observar mejor el cuerpo que estaba en el suelo, al ver su rostro se dio cuenta que era un hombre, contextura obesa, vestía un grueso chaquetón con capucha, este cubría parcialmente su rostro, en su expresión facial se podía observar un gran dolor, el cuerpo se encontraba inerte, pasando la vista íntegramente por todo el cuerpo no halló rastro de sangre alguno, por un momento levanto la vista hacia su alrededor – que estoy haciendo, esto es la escena de un crimen… si alguien llega y me ve aquí, pensará que yo fui el que lo hizo -, este pensamiento se cruzó por su mente, miró vacilante hacia los lados, dirigió su mirada a las paredes a su alrededor, eran altas y aunque la bruma era espesa, pudo notar que no había ventanas, bajó su mirada y la acentuó hacia el sitio del cual había venido, no se veía nada claramente, pero no observó algún movimiento, luego volteó hacia el otro lado, tampoco notó nada inusual, respiro hondo, su corazón latía fuerte y rápidamente, coloco su mano en el pecho sintiendo su respiración agitada, respiro nuevamente, despacio, serenándose lentamente, regresó la vista directamente al cuerpo – tuvo que ser un golpe en la cabeza, sin duda –, pensó algo vacilante, pero fijándose bien, noto una leve mancha de sangre que empezaba a salir detrás de su nuca; instintivamente se retiró del cuerpo, tragó saliva, su rostro se enfiló hacia el cielo, lentamente bajo su mirada hacia la cabeza de nuevo, la sangre seguía expandiéndose, decidió que era el momento de irse, al desviar la mirada ésta se situó directamente hacia la base del poste, muy cerca de éste se encontraba un trozo de papel, dirigió sus pasos hasta allí, inclinándose lo tomó entre sus manos, en él había escrito un número de nueve dígitos, rápidamente lo dobló y lo guardo en uno de sus bolsillos.
Se dirigió de vuelta hacia el café, cuando salió del callejón observo lenta pero distraídamente hacia los lados, sin notar algo inusual, a buen paso atravesó de nuevo la plaza, en su recorrido no dejaba de pensar en el hombre que había muerto y también sobre la otra persona que había entrado en el callejón, no encontró algún indicio de que había sucedido con ella.
Al entrar se dirigió hacia su mesa, de pronto notó la mirada del mesero, pues éste lo había visto salir corriendo del sitio sin razón alguna.
-Señor, lo siento, pero antes de que vuelva a salir de esa manera... esta es su cuenta.
-Oh, lo siento no volverá a suceder, recordé que tenía que hacer algo urgente, y por ello salí desaforadamente, espero me disculpe.
-Señor, entenderá usted que viendo la forma en que salió tan abruptamente del sitio pues… no se preocupe, por favor tome asiento y disfrute su bebida.
-Gracias.
Thomas bebió otro sorbo de su olvidado café, aún conservaba algo de tibieza, saco entonces el papel que había guardado, miro el número otra vez, ello podría significar algo, pero no sabia que, tal vez estaba ahí por mera casualidad, pero también podía tener algo que ver con el cuerpo inerte de aquel hombre…
-Hasta pronto señor esperamos su pronta visita.
-Gracias de nuevo, hasta pronto.
La densa niebla había bajado un poco, ya se podía observar mejor, recordó que debía hacer unas cuantas compras de algunos víveres, cruzó varias calles, se dirigió al sitio donde regularmente compraba, le gustaba este sitio, la atención era muy cálida, y se mantenía abierto hasta tarde en la noche.
-Buenas noches.
-Buena noche, bienvenido a Minimart GV, será un gusto atenderle.
-Muchas gracias, es usted muy amable.
Después del saludo Thomas fue en busca de los víveres que necesitaba, aunque no era un excelente cocinero, le gustaba de vez en cuando prepararse su propia alimentación, aunque por su trabajo, regularmente comía en algún restaurante que estuviera cercano de donde se hallara en ese momento.
Al salir de la tienda, notó que había mucho menos gente en la calle, habían empezado a irse a sus casas, miró el reloj, eran las diez y treinta, se dio prisa, debía madrugar como todos los lunes a su trabajo en la oficina postal, al pasar por una cabina telefónica, se detuvo a los pocos pasos, de inmediato se le ocurrió una idea, saco el papel y se dirigió hacia ella, descolgó el auricular y marco...