El caos comenzaba a surgir en una de las alas del Kanner, exactamente en la zona de estacionamiento privada, en la entrada de ello, yacía el cuerpo de una jovencita no mayor de veinte años, la gente que aún quedaba en el bar, sobre todo aquellos curiosos accedieron al lugar para echar un vistazo de la situación, todo mundo sabía que aquel lugar era una de las zonas más seguras, el bar era reconocido por ser elegante, de buen servicio, pero sobre todo seguro. Nunca había pasado una situación así, por eso la gente cuchicheaba lo extraño de la situación. En medio de esas personas, la figura de Orestes y Simone podían verse inéditos, con una expresión de impotencia; pues ellos más que nadie, sabían que el cadáver de esa jovencita, no era más que una de las muñecas de los Jerarcas, la habían visto regularmente días anteriores, y justo esa noche, volvieron a verla sentada en las piernas de los asquerosos jerarcas.
Simone, observaba aquello con las manos apretadas, entonces, recuerdos pasados llegaron nuevamente a ella, ahí de pie, miraba el cadáver tirado boca abajo, su cabello regado tapando parte de su cara, las manos por encima de su cabeza, sus piernas semiabiertas sin zapatos, seguramente los había perdido por la prisa que traía al correr de sus verdugos, y en su espalda, cinco disparos los cuales le habían cegado la vida. De pronto, la imagen de dos personas a las que había amado con toda su vida, llegaron a su mente. Respiró hondo, tratando de despejar su mente y relajar su cuerpo al ver que inconscientemente sus puños se habían cerrado. Así que metió sus manos a los bolcillos de su pantalón y miró a Orestes que parecía igual o más impotente que ella.
—Malditos hijo de puta— susurró Orestes mientras una lagrima resbalaba por su mejilla, Simone sonrió a medias y paso una de sus manos por los hombros del chico, ella más que nadie sabía lo sensible que era Orestes a esos temas de violencia y abuso a las personas.
—Guarda silencio, si dices algo más, podrían escucharnos— el chico asintió, y se limpió las lágrimas con la manga de su camisa —Recuerda que este lugar tiene oídos y ojos por todas partes—
—Sí, Perdón. Solo fue el sentimiento triste de ver a una chica joven morir de esa manera, escapando de un infierno que quien sabe cuánto tiempo vivió— tragó grueso para luego volver a ver a su amiga que parecía haber perdido el brillo de sus ojos.
Simone a pesar de su humor negro, y lo alegre que solía ser con aquellos que le llegasen a caer bien, nunca la había visto con sus ojos brillantes, menos que expresasen algo, aquella chica parecía un robot expresando palabras, inteligencia, bromas, pero por dentro, era como si algo le faltase, como si su amiga solamente existiera, mas no viviera en su mismo mundo. “¿Qué podría haberle pasado? ¿Por qué cada vez que sonreía parecía una triste imitación del Guasón?” Eran preguntas que rondaban en la cabeza de Orestes, pero de las cuales nunca se atrevió a preguntar, no quería excavar en las profundidades de aquella mirada triste y vacía, porque tenía la impresión que, al hacerlo, sería como esos libros de portadas bonitas, pero que, en cada página escrita, solo es tragedia y dolor.
A lo lejos, las sirenas de la patrullas policiales y ambulancia se comenzaron a escuchar, Simone soltó a Orestes quien reciente salía de sus cavilaciones a causa de los ojos de la chica, y miraron hacia atrás, las luces de las patrullas y ambulancia iluminaron el lugar por las luces neón sobre ellas, se hicieron a un lado en cuantos los agentes y los criminalistas bajaron exigiendo despejar la escena del crimen. Orestes observo como uno de los paramédicos entraba al parqueo, se movió un poco para ver si había alguien más herido pero la distancia era larga difícil de ver.
—¡Por favor! Despejen el área— exclamó un agente policial con un rollo de cinta amarilla para rodear el perímetro de la escena —Paso atrás por favor—
Simone tomó de la mano a Orestes y lo alejo del lugar, los criminalistas se dedicaron a ocular el perímetro, las señales, el recorrido de los últimos segundos de la joven para ver que tanto le podían decir de la causa de su muerte, mientras que los forenses procesaban el cuerpo de la chica. De pronto, la cara de Orestes se sintió helada, su espalda parecía una carga eléctrica por la sensación de ver a quien solo unos minutos atrás, estuvo entre sus piernas follandole con pasión. Entre un grupo de cinco personas incluido los paramédicos, estaba Dorian, con aquel porte tan singular de él, parado con los brazos cruzado por sobre su pecho, mirando al hombre sentado en suelo y al quien los paramédicos revisaban lo que parecía ser una herida en el brazo.
—¿Un Jerarca? — siseo Simone al ver en la dirección que observaba su amigo. Los bellos de los brazos de Orestes se pusieron de punta al escuchar ese nombre ¿Qué demonios hacia Dorian con un maldito Jerarca? —Es extraño… —
—¿Qué es extraño? — inquirió el chico sin dejar de ver a Dorian que parecía estar demasiado concentrado en observando el lugar, como si estuviera protegiendo al tipo sentado en el suelo.
—¿Por qué atacarían a un Jerarca? — fue lo que se preguntó mirando de nuevo a la chica siendo procesada por el forense, mientras las luces de la sirena de las patrullas seguían iluminando escandalosamente el Kanner. —La chica es una de sus muñecas… —
—No crees, que seguramente la chica intento defenderse antes de escapar y por eso… ¿La mataron? — sus ojos aun no podían despegarse de Dorian, mientras lo miraba, paso sus manos sobre su falda, como si limpiase el sudor a causa de los nervios y de la adrenalina al saber que posiblemente ahora, Dorian podría estar involucrado con esos tipos, por esa razón, el muy imbécil había dejado de ser un simple mesero en aquel lugar.