“Debo estar completamente loco, para estar haciendo esto…” se dijo aquel muchacho adolecente mirando las grandes letras “KRATOS” Iluminadas en una tenue luz roja y blanca, como los troncos de los árboles que rodeaban el camino que los llevaría a la puerta de aquel infierno. Vio a su izquierda a su amiga y vecina de la infancia, Jill; quien no quitaba la mirada de la fachada de aquel bar nocturno, pudo ver cómo sus ojos estaban rojo e hinchados seguramente por llorar ante su preocupación, y podía comprenderla, aunque en el fondo lo que ella estaba pasando tal vez no era parecido a lo que había vivido, Su padre había muerto naturalmente, y supieron de él lo vieron morir, pero la zozobra que Jill experimentaba en ese momento al no saber de su padre y tío desde un dia antes, debía ser demasiado feo para una adolecente.
En ese momento posiblemente cada uno maneja un miedo diferente al estar de pie ante aquel averno, Jill por encontrarse con una verdad que no quería, ¡Una verdad donde le demostrase un mundo sin su padre! mientras que Yeudiel, un miedo, una intriga de volverse a encontrar con el hijo de Satanás nacido en la tierra. El recelo de ver aquellos ojos tan misteriosos y llenos de odio le comenzaba a acobardar pensando en dejar abandonada a su amiga a pesar de haberse ofrecido a ayudarla… sabiendo que si Yago descubría que había salido de casa sin permiso, era capaz de romperle las piernas y mandarlo a un seminario con sus piernas aun sangrando.
“... —”¿Serías capaz de abandonarme ahora que te necesito?” — inquirió una voz quebradiza desde el otro lado del móvil de Yeudiel, el chico mantenía la mano apretada en el aparato sintiendo la presión y lo que era estar entre la espada y la pared —”Yuel, Solo iremos a ese lugar a ver si alguien me dice algo de mi padre… Acompáñame ¿Si?” —
Que dificil situacion para Yeudiel, y es que Jill, había sido más que su vecina, su mejor amiga desde la infancia, o mejor dicho la que su hermano mayor aprobaba por la intachable reputación de su familia dentro de la iglesia y por lo valores que conocía desde años, pero para Yeudiel aquello no tenía importancia, incluso al igual que Isaac, si Jill no tuviese la aprobación de su familia, seguiría siendo su amiga. Aquella chica de cabello negro y ojos demaciado expresivos habia demostrado que la palabra amistad, en verdad existia dentro de ellos, entonces a pesar de su temor ¿Como podia abandonarla ahora? ¡No podía! no podía hacer eso, sobre todo al escuchar el suave llanto que la chica trataba de esconder.
Cerró los ojos al tiempo que respiraba profundo, ¿Qué es lo peor que podía suceder? solo irían a ese lugar que no tenía idea donde era ya que Jill solo contaba con la dirección, entonces, pensó que su hermano no estaba en casa y que según Meredith ese hombre, llegaría tal vez hasta el siguiente dia, tenia ese punto a su favor, ¿Que lo descubriera su madre? no, eso era imposible.
—Está bien, pero si me prometes que solo iremos rápido, sin meternos en problemas— exclamó mientras sacaba un suéter de su armario.
—”¡Te lo aseguro! Solo necesito saber si mi padre en verdad estuvo en ese lugar”— la escuchó decir mientras metia una mano en la manga del sueter negro dejando la mitad de este colgando en su espalda al tener el movil en la mano —”Creo en la imagen intachable de mi padre, pero si esos rumores me llevana a una pista de él, ire”—
—¿Le has avisado a Isaac? —
—”Si, él ya debe estar allá, por eso debemos darnos prisa”— exclamó apurada la chica, Yeudiel asintió con la cabeza como si lo estuviera viendo —”Saldré justo ahorita de mi casa, espera diez minutos para hacerlo tú, te veo en la entrada de la iglesia”—
—Esta bien— ambos colgaron la llamada, y Yedudiel terminó de acomodarse el suéter, acomodó un pequeño bulto sobre su cama, solo por si su madre se daba una vuelta por su habitación, eso era algo demasiado trillado y cliché, pero que hasta el dia de hoy, seguía funcionando, menos con su hermano.
Como siempre, salió por la ventana, acomodando un pie en la frondosa rama del árbol que estaba frente a ella, con cuidado caminó por allí sin hacer la mayor brusquedad para no perturbar el descanso de las aves que habían hecho su hogar en las casitas de madera que solía colgar. Saltó por último mirando a todos lados esperando que ninguna luz se encendiera y lo descubrieran allí mismo, esperó un momento, y para su suerte, todo siguió el silencio y completo orden; siguió los pasos escondiéndose entre el arbusto recién cortado que adornaba con flores el camino de su casa a la calle y sin darse cuenta, tropezó con una rama que salía de uno de los arbusto, sin embargo, la agilidad y adrenalina del momento, le hizo rodar evitando golpear su rostro con unas piedras cerca.
—¡Jesús! — exclamó con sorpresa al llegar al final con el corazón alborotado en la mano —Tom Cruice debería estar orgulloso de mi, ante esta hazaña— sacudió su ropa para continuar su camino a la iglesia, pero de pronto, la voz de alguien lo alertó, cayendo de cuclillas tras el arbusto se quedo viendo entre las hojas, esperando que no fuera el ogro de su hermano. —Lo que me faltaba, que Yago haya sucumbido del infierno— Pero para sorpresa de Yeudiel, aquel diablo resultó ser un Ángel… —¿Meredith? —
El entrecejo de Yeudiel se frunció al ver esa dulce, tímida, y enigmática mujer caminar por la acera. ¿De dónde vendría? su cuñada caminaba por la calle vestida de una manera demasiado desconocida para él, juraría que si la viera en la calle tal vez no la reconocería, con aquella ropa… ¿Dónde estaba su feminidad? ¿Dónde había quedado la Meredith recatada, decente, delicada, dulce y femenina que él conocía? muchas veces escuchó decir de su abuela que: Nunca se termina de conocer a las personas, y cuando crees conocerlas, te sorprende… Y de pronto comienzan a hacer cosas que creímos jamás harían. Y justo ahora, cuando su hermano no estaba, veía a Meredith de aquella forma ¿Por qué? ¿Por qué salía de su casa sin permiso? es decir, no es como que tuviese moral para pensar aquello, pues justo él hacía lo mismo, pero, su caso era diferente, no estaba casado, no le debía fidelidad y obediencia a nadie, pero, Meredith, ella era la esposa de su hermano, estaban casados ante los ojos de Dios, y como Hombre ella debía rendirle obediencia, así lo mandaba la iglesia.