Tenebris

Cazadores y presas.

Cazadores y presas.

Los corredores estaban impregnados con el aroma a rocío, resultado de toda la llovizna presente en la noche anterior. Para algunos, aquel aroma era más como un hedor que preferirían olvidar, pero al ser aquello algo de todos los días, uno debía acostumbrarse o simplemente seguir renegando como el resto. El ambiente del castillo era hostil cuando la mayoría de los equipos se encontraban presentes; miembros de diferentes familias coexistiendo en un mismo espacio, siempre compitiendo por bien que conseguía más misiones, quien dominaba más pueblos humanos o quien sometía a más especies. Siempre buscando estar bajo la mirada de la familia Ventrue. A estas alturas, el aroma del rocío era lo único que transmitía calma en todo este lugar. Afortunadamente, este exceso de población era algo muy corto si tomábamos en cuenta que siempre había trabajo para todos, por lo que el castillo normalmente estaba deshabitado.

Antes de dirigirme al gran salón en el centro del reino, decidí hacer una visita a la enfermería para conocer el estado de Aline, aunque la pregunta de si podría esta vez tener el valor para acercarme y verla no dejaba mi cabeza. Era muy extraño que un miembro de cualquier escuadrón necesitara estar en la enfermería más de un día. Eso solía ser razón de burla cuando alguien más se enteraba de las bajas temporales. Llegué sin molestia alguna, nadie se encontraba cerca para comentarios innecesarios, pero a pesar de ello, nuevamente no tuve el valor de pasar más allá de la puerta. Las enfermeras confirmaron que el efecto del veneno había sido eliminado casi en su totalidad, pero que Aline aún se encontraba inconsciente, por lo que debería estar bajo observación un poco más de lo previsto; una parte de mí se sentía más tranquila, pero eso no era suficiente para estar bien. Me gustara o no, era la responsable de que Aline estuviera fuera de combate. Si tan solo fuera más fuerte.

-Si te quedas ahí parada, el Gran Maestro nos castigará por tu culpa –No me había percatado de cuando legó, pero Henry estaba ahí. ¿Acaso le habría ido a visitar? No, no parecía ser eso. No era la clase de persona que se preocupara tan a fondo por las personas, aun si se trataba de un compañero–. Hora de irnos.

Caminó mientras recogía parte de su cabellera, aunque de forma intencional, dejaba hebras de cabello sueltas por un costado de su rostro, buscando que aquella sutil cicatriz se ocultara entre las sombras mientras su andar se mostraba más firme. Estaba más callado de lo habitual.

-¿Los demás no venían contigo?

-Me importa más llegar a tiempo y cuidar mi espalda. Si el resto desea demorarse, es su problema.

-Si fuera así, no te habrías molestado en advertirme.

-¡No te pongas arrogante, princesa! Eres la favorita de nuestro líder. Si llegó y tú no estás, querrán hacerme responsable por tus errores. Tu amiga no se irá de donde está.

Eso había dolido; tenía sus razones en querer mantenerse lejos de los problemas. Los castigos físicos no eran algo que Henry quisiera; nadie más que él odiaba que las cicatrices estropearan su cuerpo o rostro. Su uniforme estaba impecable, todo en él –por vez primera, tal vez– parecía estar en orden. Desde su caminar tan elegante, hasta su nuevo peinado, parecía finalmente un soldado modelo y no un mero patán.

Durante el camino, diferentes escuadrones salían con sus respectivas misiones, mismas que podían ser temas de debate sobre que misión era mejor, sobre que sitio tenía monstruos más peligrosos o sobre quien resolvería antes lo que debían. Claro que no todos aquí tenían misiones de caza y conquista; algunos cuantos debían limpiar los establos, otros debían hacer guardia o dar mantenimiento a los diferentes equipos, fuesen de armamento o armaduras. Todos teníamos un deber, no importaba que fuer, todo era importante para preservar el orden.

Los guardias del salón principal abrirían las puertas y nos dieron paso a Henry y a mí, dejando a la vista la enorme mesa de centro con los diferentes pergaminos para cada escuadrón. En el fondo, el torno del Gran Maestro estaba siendo ocupado por él, quien nos observaba con cierta confusión y molestia, pues no estaba solo: Rebecca y Laureen estaban frente a la mesa. Zeeb no se encontraba entre ellos. El anciano se levantaría de su trono y caminaría hasta nosotros en un paso tranquilo, consiguiendo llegar luego de instantes para que sus largos dedos pudieran deslizarse hasta un pergamino semiabierto, descubriendo ante nosotros un mapa del exterior. El mundo humano. Todos los guardias del Gran Maestro se habían arrodillado cuando él estuvo frente a nosotros como una señal de respeto, incluso Henry había hecho aquello cuando se nos permitía descansar de la formalidad del resto.

-La señorita Aline, ¿Cómo se encuentra?

Pero nadie supo responder. Al no haberse dirigido a nadie en concreto, era difícil deducir a quien preguntaba, hasta que la mirada del anciano se guiaría a Henry, quien se levantó y saludó con un gesto militar Molbori, antes de responder a su superior.

-Estable, señor. Aún no ha despertado, pero se espera que solo sea un efecto del veneno y seguirá bajo observación.

Así que era por eso. Parecía demasiado bueno para ser verdad.

El Gran Maestro asintió con un semblante muy  neutral, quedándose en silencio mientras tomaba una pluma para escribir en un pergamino en blanco una serie de coordenadas antes de poder escribir la misión que tocaría a nuestro equipo. Sin embargo, Henry parecía desconcertado, inquieto, y lograba entender el porqué de su inquietud, aunque él sería quien lo haría saber.




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