Había amanecido y el sol empujaba a la luna para tener el dominio del cielo. El odio y el desprecio se hacían presentes en la mansión noroeste o así era como lo sentía Pacifica.
Sus padres no eran una gran compañía, Pacifica disfrutaba cada momento cuando sus padres no entraban cerca podía parecer algo malvado que una hija odie estar cerca de sus padres.
Pero la verdad era más poderosa que los valores de amor y respeto. León y Pacifica se preparaban para bajar y enfrentar el juicio de los señores de la casa.
Aquel chico marcuz había sembrado una mala semilla y está comenzaba a echar raíces, por alguna razón preston lo adoraba casi como si fuera su propio hijo.
Escuchar esas palabras dejaba un mal sabor de boca para Pacifica, su padre no tenía pelos en la lengua en el pasado este le contó que jamás quiso una hija, su corazón solo tenía lugar para un niño barón que pudiera heredar su fortuna y su casa.
Tanto meditar eso le despedasaba el alma, nunca podía olvidarlo siempre que su padre lo mencionaba era como decirle que muriera y que desapareciera.
Una difícil situación, a pesar de eso Pacifica todavía quería a su padres pero tal vez esas esperanzas serían traicionadas.