Cinco días habían pasado y al contrario de lo que se supone, más cotilleos no hacían olvidar los otros altercados.
Una exclusiva era una exclusiva, aunque fuese una inventada. La prensa eran buitres carroñeros que primero atacaban y después, si un juez lo ordenaba, ya pedirían disculpas.
Nosotros intentamos volver a la normalidad, como el abogado nos había aconsejado, pero claro estaba que nada iba a ser fácil. El primer día Sebas volvió del colegio cabizbajo y sin la ilusión que siempre lo acompañaba. Pensé que era un síndrome del revuelo que tenían nuestras vidas.
Que maldita costumbre la de los seres humanos de no ser capaces de ver todas las señales cuando están delante de nuestras narices. Yo fui la primera, estaba pendiente de él, o eso creía. Quizás mi intención de meterlo en una burbuja y no contarle lo que realmente pasaba, creyendo que era por su bien (otro error más a añadir a mis logros) fue con buena intención pero solo conseguí más miseria a mi alrededor y hacerle sufrir más.
Alguien debería recordarnos más a menudo que los niños, son niños, pero no son idiotas. Y esas edades preadolescentes, son muy crueles. Yo lo sufrí, porque creí que iba a ser diferente ahora.
Estaba sentada en la mesa del comedor, mirando a la nada mientras mi mente volvía con una insistencia diabólica al día anterior...
-¿Señorita Estrada?
-Sí. ¿Quién es?-
-Le llamo del Colegio Santo Domingo, sería necesaria su presencia a la mayor brevedad posible, el director necesita verla con urgencia-
-¿Es Sebas?¿Esta bien?¿Está herido?-
-Solo se que es un tema muy urgente que requiere su presencia para una reunión con el director-
-Estoy en el trabajo, estaré allí lo antes posible-
-Le agradeceríamos que no se demore mucho- oí decir a mi interlocutora antes del fin de llamada.
Cuando te llaman a cualquier despacho, sea donde sea, de un alto cargo rara vez es para algo bueno. Esta vez no iba a ser menos.
Como mi jefe no estaba, deje recado a mi compañera que me iba al colegio por Sebas mientras salía a toda velocidad hacía el colegio.
Nada más llegar, lo primero que vi fue a Sebas sentado con la mirada perdida en la punta de sus zapatos. Estaba en una esquina, sentado en una silla, solo.
Aquella estampa me partió el corazón, parecía tan indefenso. Solo el ánimo de la tranquilidad de ver que estaba bien y no estaba herido calmo un poco mis nervios. A éste paso me iba a dar una taquicardia. Necesitaba calmarme o iba a acabar mal, pero no sabía cómo hacerlo y lo peor es que no tenía tiempo para averiguarlo.
Los psicólogos tienen un dicho que reza algo así como <<Si un problema tiene solución, ¿porqué te preocupas? Y si no lo tiene¿porqué te preocupas?>> Recuerdo que mi madre solía decirlo.
Ahí estaba otra vez, esa punzada, ese dolor lacerante que siempre me acompañaba, que me hacía sentir al borde del colapso. Había aprendido que la mejor manera de intentar sobrevivir era intentar borrar todo recuerdo o pensamiento. Mi vida era Sebas, tenía que ser fuerte por el, ni por mi, ni por nadie, solo por él. Yo merecía este dolor que me acompañaría toda la vida pero él, tan pequeño, tan inocente, con un alma tan pura no merecía nada de lo que había sufrido. La terapia había sido un gasto que me había vaciado lo poco que mis padres habían ahorrado pero aquella buena mujer había conseguido que Sebas volviera a sonreír y le había ayudado mucho. No sabía qué habría podido hacer sin ella. Yo, no era el momento de pensar todo aquello. Cada cual tiene su destino escrito y el mío me lo había jugado yo a la ruleta rusa. Con el tan conocido peso de mi pecho hecho más bola, solté un suspiro cargado de arrepentimiento. Eso debió alertar de mi presencia porque justo en ese instante Sebas alzó el rostro hacía mi con una inmensa tristeza, y vergüenza, en sus ojos al tiempo que la secretaria salía de su cubículo y me decía algo a lo que yo ni me moleste en atender. Solo corrí hacía Sebas gritando de miedo.
¿No dije antes que los adultos somos lo más inútil e ignorante que existe? Nos creemos que lo sabemos todo y lo damos por hecho. También dije que Sebas estaba bien pero me hizo falta una ración de realidad para ver que no había nada bien.
Corrí a abrazarlo pero se escabulló de entre mis brazos con un siseo de dolor y los ojos anegados de lágrimas, intenté acercarme de nuevo pero esta vez le pedí permiso, él solo agachó la mirada avergonzado. ¿Qué diablos había pasado? ¿Y porqué estaba allí solo sentado y herido? Con el máximo cuidado le alce el rostro e intenté impregnar mi mirada de confianza, desnudé el amor que nos unía porque éramos un equipo y jamás nada iba a romper eso. No podía permitir que pensará que estaba enojada o dolida con él. Nunca.
Le susurré una dulces palabras de amor y cariño para tranquilizarlo, notaba su cuerpecito temblar y me estaba muriendo por dentro cada vez más con cada temblor. Por fin corrió a abrazarse a mi cuello pegándose a mi. Necesitaba mi fuerza y mi soporte. Tenía que dejar mis miedos y lamentos para fuera, él me necesitaba entera y no había cabida para debilidades. Ya no.
Con forme se iba tranquilizando, fui revisándolo, su bello rostro estaba magullado. Tenía un corte en el labio del que aún tenía los restos de sangre y se veía como se hinchaba por momentos. En el pómulo izquierdo también tenía un corte con sangre y el ojo derecho tenía un color rojo prominente que se oscurecía por momentos, tenía el párpado hinchado, no lo suficiente para que no pudiese abrirlo pero si para dejarlo rasgado. En la frente tenía un corte que llegaba hasta el nacimiento del cabello, que era un batiburrillo salvaje. Descubrí un arañazo en el otro ojo, era una línea roja que en diagonal cruzaba desde la ceja hasta la oreja, había pasado a milímetros del ojo, lo que podía haber sido mucho peor.
Recordando su quejido, alcé la camisa del uniforme y tuve que contener el grito que brotaba de mis entrañas al ver aquellos golpes en su cuerpecito, tenía las costillas magulladas. Una rabia se apoderó de mí. Lo veía todo rojo y cuánto más miraba a Sebas más me sentía como una olla a presión.
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Editado: 10.04.2024