–¡Por qué tanta cara de asustada, ex compañerita!–exclama Jordan con una actitud que indica que está disfrutando cada momento de esta sorpresa. Acto seguido se pone de pie y bordea la mesa enorme que tiene para trabajar, muy distinta al escritorio que está en un lugar bastante incómodo el cual me toca a mí–. ¿Qué sucede? ¿Por qué tienes tanta cara de asustada?–me pregunta con un tono de suficiencia y sarcasmo tan característico de su persona que ya casi había olvidado con el tiempo–. Juzgaría que deberías tener más pinta de seguridad considerando que todo este tiempo estuviste estudiando mucho, muuuucho, ¿verdad? Hasta graduada con honores. Waaao. ¡Felicitaciones! ¡Te graduaste y conseguiste un empleo casi de inmediato!
La incredulidad se refleja en mi rostro mientras permanezco de pie, quedando frente a él aún tratando de procesar en mi cabeza lo que esta intrépida realidad ha tenido guardado para mí.
–¿Jordan?–murmuro aún contemplándolo como si hubiesen puesto a un doble en su lugar o como si estuviese intentando atar cabos de algo que me resulta ajeno de comprender–. ¿Eres…mi jefe?
Aún estoy tratando de asimilar la realidad.
Sí, sigue siendo tan atractivo como siempre. De hecho, conserva el pelo largo, pero se ha quitado el arete del labio y el de la oreja, ahora conserva una barba que le adorna las mejillas y le marca el contorno del rostro
Él asiente con satisfacción.
–Sorpresa. Parece que el destino nos ha reunido nuevamente. Ahora soy tu jefe y estoy emocionado de trabajar contigo–responde con una chispa de triunfo en sus ojos que colisiona de lleno con las opiniones que he escuchado de él hasta ahora, un hombre tannnn generoso… Sí, claro. ¡Conmigo sobre todo!
La ironía de la situación no se pierde en mí. La misma persona que alguna vez desafié en la universidad ahora está a cargo de mi desarrollo profesional. Mi mente se llena de preguntas sobre cómo manejar lo que se viene.
–Jordan. ¿Cómo fue que terminaste aquí? Es decir, no creo que seas incompetente al cargo, pero eras…
Me llamo al silencio.
Mala idea si en tu primer día del trabajo insultas a tu jefe por muy ciertas que sean tus palabras.
–¿Era qué, Holly? ¿Irresponsable, irrespetuoso, un ladrón de trabajos y de calificaciones? Vamos. Dilo. Desahógate. De seguro durante años le contaste a todos la anécdota de cómo hiciste expulsar al patán de la clase de la universidad. –En sus ojos hay fuego, no tengo duda alguna de ello–. Al que condenaste con un castigo tan severo como el echarlo de la universidad y que tenga vetado el ingreso a cualquier universidad durante diez años, ¿sabías de esa regla?
–¿Diez…años?
–Claro, como para tener tiempo suficiente como para pensar y recapacitar en lo que uno hizo. ¿No es eso lo que querías? Que me castigaran. Estabas satisfecha cuando me dijeron que ya no me tendrías encima para seguirte robando tus calificaciones maravillosas y tus trabajos impecables.
–Jordan, no sabía que no podrías seguir estudiando, creí que te habían pasado a otra universidad–mi voz se pone aguda mientras hablo. De hecho, a los días de su expulsión le vi en un lavadero de coches trabajando. No tiene nada de indigno, pero estaba claro que sin mi “ayuda” él no podría progresar en otro lugar, yo era su chivo expiatorio.
–¿Un pase? ¿Acaso no conoces el concepto de “expulsión”? Con una severa sanción que no solo me valió mi carrera sino también la deshonra de mi familia, me echaron de la casa, mi padre no quiso volver a hablarme y cuando murió hace unos meses no tuve oportunidad siquiera de decirle adiós.
Me llevo las manos a la obra, completamente sorprendida por lo que acaba de confesarme.
No tenía idea de que le había traído esa clase de consecuencias.
–Viví en la calle unos días, ¿sabes? Eso fue lo primero que pude comprender: que tenía amigos basura que no me echarían una mano nunca y ninguno lo hizo, de hecho.
Mis ojos se llenan de lágrimas. Quiero llorar.
–La segunda lección es que no te puedes copiar y la tercera es que vivir en la calle es una verdadera porquería.
A medida que la conversación avanza, intento mantener mi profesionalismo, pero él lo ha vuelto personal.
Hay mucho odio y resentimiento en su voz.
¿Eso me provoca miedo? Puede ser.
–Creo… Creo que debo irme, no me siento bien–le digo, evadiendo sus ojos inyectados en sangre.
Pero él me sujeta de un brazo.
Cielos…
Puedo sentir su perfume delicioso, puedo sentir su presencia firme cercana a mí, ya esto no tiene tintes profesionales en absoluto.
¿Qué hago exactamente en este lugar?
–Dé… ¡Déjame ir!–le pido–. ¡Suéltame!
–Por supuesto que no, linda. Durante años esperé este día: el de mi venganza.
–¿Qué?–mi voz es apenas audible. Tengo el corazón a mil, pero finalmente el imbécil de Jordan Cooper me suelta, se aparta de mí y se sienta en su sillón ejecutivo delante del enorme ventanal.
–Vete–dice soltando una risotada–. Ya puedes irte a casa. Te espero mañana a primera hora: espero que ya te hayan mencionado tu horario de trabajo. De cinco treinta de la madrugada a cinco treinta de la tarde.
Parpadeo, asombrada.
–Y no llegues tarde. El presentismo es muy valioso en la empresa, pero contigo lo será aún más.
Me tiemblan las rodillas, pero lo dejo pasar por mi cabeza como si ese paraíso al que llegó al comienzo se convirtiese ahora exactamente en lo contrario.
Al salir, ya casi todos se han ido.
Yo también debo irme.
Caray, caray, caray. ¡¿Ahora qué voy a hacer?!
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Editado: 22.05.2024