Tomo con fuerza el objeto y lo alejo de mí. Me tomó años aceptar que esa cosa podía cambiar de color. Rojo, azul, amarillo, pero nunca negro. Negro no podía ser, ¡No debía!
—Dime que no es posible tía...—Susurro con lágrimas bajando por mis mejillas.
Ella aprieta los labios y su cara se deforma al contener el llanto.
—Me intentaré comunicar, esto...—Respira profundamente y suelta el aire—Debe ser un error.
Asiento y me quedo en silencio. Al sacarme el anillo mi cuerpo se sintió bien físicamente, no digo nada y asimilo en silencio lo que está pasando.
Siempre me decían que su trabajo era peligroso, que nunca sabían si volverían. A los ocho años me regalaron esa maldita alaja, recuerdo las suaves manos de Raner, mi padre, cuando me lo colocó y la sonrisa amarga de mi madre al verme con él puesto.
—Fue de mi madre, luego mío, y ahora tuyo... Mi vida.
Observo la delicada joya labrada en oro, no la quiero, tiene un significado malo.
—¿Cómo funciona?
Mi padre se agacha a mi altura, el gris de sus ojos parece una tormenta, eso dicen también de los míos. Una comparación tan banal y común que no los describe bien. Yo siempre le decía que son más como una hematita.
—Es mágico princesa.
Mágico. ¿Creía en la magia? En aquél momento no, luego fui descubriendo las religiones, me metí en libros de fantasía, vi el lado de la ciencia y dije ¿Por qué no? Negar su existencia es como decir que los humanos somos las únicas criaturas en el inmenso universo del que somos parte, sería muy egoísta y estúpido.
Un recuerdo asalta mi mente, mis padres riendo conmigo antes de irse nuevamente.
Otro donde me regalan hermosos vestidos que nunca necesité. Me veo llorando porque nuevamente se iban, luego pidiendo ir a Noruega en una de las llamadas en las madrugadas.
Había una diferencia entre esos momentos y el presente, ahora ya no hay esperanza de que vuelvan del viaje que emprendieron.
Otra ola de llanto me consume. Tapo mi rostro y grito intentando amortiguar el sonido, no pude despedirme, no pude decirles que aunque no comprendía su ausencia los amaba como a nadie.
Siento los brazos de mi tía rodeándome por detrás, me doy vuelta y la abrazo fuerte.
Me dejaron sola.
—¿Qué les sucedió?—Susurro.
—No importa eso ahora, sé...—Suspira y toma mi rostro con fuerza—Escúchame Teresa, sé que es apresurado, pero debemos ir a Noruega lo antes posible.
Muevo la cabeza de arriba a abajo, no me esperaba que el funeral sea aquí.
—Y no volver más a Argentina—Giró mi cabeza rápidamente hacia ella sintiendo como truena el hueso.
—¿Qué es eso de no volver?
—Tus padres tenían sus razones para no llevarte con ellos, y ahora esas mismas razones te esperan allí.
Frunzo el ceño confundida—¿Qué razones tía?
No me gustan sus palabras en código.
—No, no te explicaré ahora.
—No entiendo nada—Agarró mi cabello y lo tiro hacia atrás en un ataque de estrés.
Besa mi frente y seca mis lágrimas, intenta sonreír pero le sale una mueca rara. Otra gota resbala por mi mejilla.
—¿Podrías hablar con Catalina y Agus? No puedo despedirme.
Acepta y se va dejándome sola con el corazón vuelto mierda.
(...)
Mi mandíbula tiembla al armar el bolso. ¿Qué se supone que debo llevar?
Tomo una pelota de fútbol, aquella que me llevé luego de mi primer partido de niña, y la guardo junto a la camiseta de mi equipo favorito. Escojo unas prendas de ropa, mi tía dijo que el resto lo llevan después y no era necesario.
No puedo despedirme del equipo de fútbol, del colegio, algún vecino, de la señora que atiende el almacén de la otra cuadra, ni de mis amigas. Ellas me apoyaron cuando les mandé un mensaje por no tener la valentía de despedirlas en persona, hasta me mandaron fotos y regalos para tener conmigo siempre.
El aire parece combinarse con mi alma, se siente pesado y lúgubre. El sol poco a poco comienza a salir, la mañana del lunes se hace presente y con ella mi tía.
—¿Lista?
Sonia tiene los ojos hinchados, está sin maquillaje y ninguna sonrisa adorna su rostro. El cabello lo lleva en un rodete mal hecho, viste de negro al igual que yo.
—Lista.
Le pego una ojeada a mis cosas. Es solo una maleta pequeña y una mochila.
Bajo las escaleras repasando cada rincón de esta casa, cada detalle y adorno.
El beige de las paredes, los muebles, aquél jarrón que dentro contiene restos de otro que rompí. La ventana que agrieté la semana pasada jugando fútbol... Todos recuerdos que no pude compartir con mis padres, y ahora que puedo ir hacia donde ellos, es para verlos por ultima vez.
Observo el sol, parpadeo y duele, las lágrimas comienzan a salir. Cierro los ojos y alejo los pensamientos.
Doy un paso, luego otro, el taxi espera en la acera. Subo mis cosas, el corazón se me hunde. Observo a mi tía, entro en el auto y la fuerza de mi cuerpo parece irse. Cierro los ojos deseando poder dormir solo un poco.
—Al aeropuerto de Ezeiza.
(...)
Vuelo 93 con destino a Oslo.
—Teresa Valeria Stemberg—Entrego mi pasaporte.
No escucho lo que hablan con Sonia. Paso por una puerta y minutos después estoy subiendo al avión.
No disfruto la sensación de mi primer vuelo, no observo nada, solo busco el número de mi asiento.
—Es en primera clase linda.
Omito una respuesta y camino lentamente hacia lo que, creo, es esa sección.
Son pocos asientos y más grandes, una azafata de uniforme azul me indica mi lugar junto a la ventanilla. Observo a mi alrededor, no hay nadie.
—¿Nadie más viene aquí?
Miro a la única persona sentada a mi lado.
—Pedí que no. Son diecisiete horas de viaje, en cuanto despegue debemos hablar.
Suspiro. Hablar, hablar y hablar, es lo único que viene diciendo desde anoche. Yo no quiero hacerlo, no a menos que me diga qué le sucedió a mis padres y me aclare el asunto de mi anillo.