—Debiste escucharme.
Roto los ojos ignorando a la persona detrás mío y mis dientes tiritan con el frío.
—Es ese auto gris.
Sigo de largo al vehículo. Es uno de esos que las personas ven y dicen "Ahí va alguien con bastante dinero". Del auto baja un hombre que me abre la puerta con una elegante inclinación. La que me faltaba.
—Señorita Stemberg, mis condolencias—Toma las cosas que traigo.
Aprieto los labios—Gracias.
Subo y espero a que arranque ignorando el ardor en mis ojos y concentrándome en cómo me llamó. Que este señor se sepa mi apellido ya me da una sensación extraña. ¿Es un vampiro? Seguramente. Le hecho una mirada a mi tía para que me diga a donde vamos.
—Castillo—Mueve los labios sin que nadie lo note. Dudo que no lo hayan hecho, si yo la escuché de seguro ellos también.
Un castillo, espero que haya algo para abrigarme. ¡¿Y no se supone que soy una princesa?! Ese señor debería darme su saco que luce tan calentito. Me estremezco al darme cuenta de la ligereza con la que estoy llevando todo, apoyo mi cabeza en el hombro de Sonia, necesito su consuelo y ella el mío, no puedo estar enojada.
Observo el paisaje, hay montañas por todas partes. Tengo entendido que aquí cae nieve y los inviernos son prácticamente sin sol, no sé en que estación estarán, el viento me dice que es entrado el invierno.
Las piernas ya me duelen por el viaje, el estómago pronto me hace ruido y por un momento dudo de mi existencia. ¿Cómo es que soy una... eso, y la comida humana no me hacía nada? Claro que ahora me entero que mi tía le ponía un ingrediente de más a sus comidas, pero es extraño. Estos seres raros no parecen ser como en las películas.
Miro por la ventana, poco a poco comienzan a aparecer casas de distintos tamaños y colores. Mansiones, cabañas, lo que parecen ser colegios y locales de ropa. Me maravillo con las calles, son de esos ladrillos cuadrados color gris, hacen ver a la capital como un cuento de hadas antiguo.
A los minutos, voy divisando un edificio enorme con apariencia de antiguo. Me pregunto si Dracula lo habitó.
—¿Es ahí?
—Si, cuando entres no te me separes.
Muevo ligeramente la cabeza, el auto se acerca y la enorme reja se abre dejándonos pasar. La estructura es intimidante con sus inmensos jardines, de cerca puedo ver las paredes rojizas y miles de ventanas blancas. Una fila de lo que parecen ser soldados se posan a los laterales, tres hombres esperan al final del improvisado pasillo. Todos visten de negro y llevan una cinta azul y roja en el pecho. Me siento desacorde al observar mi short negro, más aún con la piel de gallina.
Bajamos y el hombre que nos acompañó no me permite tomar mis cosas, le vuelvo a agradecer y camino pegada a mi tía hacia los señores que aguardan.
—Lamentamos lo sucedido.
Nuevamente sólo muevo la cabeza en respeto y agradecimiento, mi tía hace lo mismo.
—Tenemos asuntos que tratar, por favor pasen.
Ignoro el que no se presenten y solo hable el más anciano de los tres. Sigo a Sonia que no pronuncia palabra, parece estar guardándose algo. ¿Así se recibe a la hermana del difunto rey?
Adentro la calidez me llena de placer, froto mis manos y me permito ver el lugar en donde vivió mi familia.
Por dentro es enorme, una sala con paredes rojas y detalles en madera oscura nos recibe, dan un aire a oscuridad y elegancia. Mi mirada termina ahí, los hombres no se detienen y siguen caminando por varios pasillos hasta una enorme puerta doble. La abren como si el lugar les perteneciera y me quedo aún mas muda de lo que estoy al ver el interior.
¿Cómo lo explico? Hay al menos unos cien señores sentados perfectamente como si estuvieran en una corte o algo similar. De hecho, comienzo a creer que lo es. El anciano que nos habló se sienta en medio del lugar, tiene un largo escritorio que lo deja en el ojo de todos. Me indica que tome asiento frente a él y lo hago ante la mirada de todos. Mi tía se posiciona a mi lado y toma mi mano con fuerza. Ella no me dijo nada de estar en un cuarto con vampiros de rostros no muy amables que digamos.
—Teresia Valeska Stemberg Veltem, es un placer para el Parlamento Real de Noruega que esté usted aquí, lamentamos profundamente el momento.
La vista se me nubla y parpadeo para ahuyentar las lágrimas. No quiero que los mencionen, esto es mucho.
—Soy Asgar Emil Hilton, Jefe del Parlamento, imagino que su tía la puso al tanto de la situación.
—En efecto, Emil—Responde Sonia.
—Disculpen, ¿Podrían ponerme en contexto?
Bajo la mirada ante la del hombre tan intimidante. Error mio, no debo hacerlo ante nadie, eso me decía mi padre.
—El parlamento se opone a que una joven de diecisiete años los reine, querida—Suelta mi tía con enfado. Noto la tensión que maneja con ellos.
—Por favor, el rey reina pero no gobierna Sonia—Contesta el tal Emil.
—Tienen miedo de que lo hagas, Teressa—Replica.
—Tememos que no logre hacerlo bien. Señorita Veltem, usted ha sido criada sin ningún tipo de educación, me parece natural que dudemos de sus capacidades.
Veltem, usa el apellido de mi padre para nombrarme sabiendo bien que el primero es Stemberg y corresponde que me llame así. Mi madre cuando nací decidió ponerme el suyo delante, siempre pensé que era un acto de rebeldía ante las tradiciones, pero ahora me doy cuenta de que fue más por peso.
—A mi nadie me preguntó qué es lo que quería hacer. Señor Hilton, ¿Se me permite expresarme?
Mi tía me lanza una mala mirada, ella quiere que escuche y acepte sin mas, pero no. Está confundiendo mis propósitos y deseos.
—Por supuesto, siéntase libre de hablar—Se acomoda en la silla enorme color roja—La escuchamos.
Por supuesto que me van a escuchar. Él con sus aires de superioridad sobretodo.
—Vine a Noruega con un sólo propósito en mente, despedir a mis padres. En el camino se me cruzaron los planes—Miro nuevamente a mi tía—Aún no he procesado el hecho de ser... Como ustedes. Pido que me dejen hacer lo que vine a hacer y hablar luego.