El Látex rosa
por Danny Camacho
TUM, PRA, TUM, PRA, TUM, PRA…
El primer escuadrón marchaba hacia el hangar donde abordarán el avión. El sonido de las botas golpeando el piso a pasodoble me retumbaba en el alma. Todos parecía que le apretaban el corazón en cada paso que se escuchaba, pero nadie se inmuto, nadie habló.
Nos atacarían en cualquier momento, no teníamos noticias de nada ni nadie. El estrés nos carcomía por dentro y este silencio se sentía como una bala de cañón en el estómago.
La neblina cubría el cielo y la tierra, se arrastraba en la planicie, trepaba suavemente los árboles hasta llegar a descansar en la cumbre de las montañas. El silencio se apodera del indeciso color de la hora que precede al crepúsculo, el poco alboroto que había se disipó junto con la naranja del cielo.
En vano intentaba recordar la cara de mi novia, de mi madre… el miedo se encargaba de borrar cada huella de algún recuerdo feliz en mi mente, recuerdos donde mi única preocupación era ser feliz.
Traté de ahogar mi ansiedad mirando el paisaje por la ventana. El edificio del comando no. 2 que tenía a la izquierda, se veía peculiarmente hermoso con esta triste iluminación que nos daba el cielo. En la escalera del segundo piso había una figura pequeña color rosa, que contrastaba con todo lo negro, marrón y verde de este lugar. Me levanté del camarote y saque la cabeza por la ventana para ver mejor, pero no tuve éxito.
Por alguna extraña razón la curiosidad me hizo caminar hasta allá, así que bajé hasta la explanada y caminé por el alrededor del comando no. 2 para ver de cerca la figura rosada.
Vi un vestido ajustado de espaldas, que llegaba justo a la frontera de lo obsceno. Un sargento iba bajando en ese instante y le propinó una nalgada sin detenerse en su trayecto. Al exaltarse por el golpe se giró de frente a mí, que la observaba embelesado desde abajo escaneandola de los pies a la cabeza. Miré sus delgadas extremidades, su pelo rizo rubio pero con las raíces oscuras, sus grandes ojos, su nariz perfilada, su boca diminuta y sus pequeños pechos que casi no abultaban el látex de su ajustado vestido. Era solo una niña.
Me vio fijamente a los ojos por un largo rato hasta que se abrió violentamente una puerta del comando, salió otro sargento de ella que tomó a la joven por la cintura y la llevó adentro.
Me quedé de pie frente al comando no. 2 pensando en cómo cada persona tiene maneras diferentes de enfrentar el estrés y el miedo. El sargento salió un poco apurado, pero otro soldado lo sustituyó de inmediato.
Soldados entraban y salían. La imagen de esos degenerados besando esa joven prostituta me asqueaba más que toda la muerte y mierda que había visto en este infierno. Me quedé meditando aproximadamente diez minutos hasta que oscureció por completo, luego eché a andar.
No pude dormir en toda la noche. Al menos ya no sentía miedo a la batalla, se me había borrado todo lo que me agobiaba horas atrás. La fría brisa de la madrugaba me traía dudas, dudas que antes no tenía. Dudas sobre si esta carnicería era lo correcto o no. Ya no sé qué problemas podría resolver una guerra, pero sí sé que problemas podría causar.
Ya no sé si la sociedad merecía que yo derramara sangre para proteger esta tierra donde adolescentes deben prostituirse para subsistir. Una sociedad donde las personas encargadas de
mantener el orden no sienten titubeo al hundir sus sucias uñas en la piel tierna de una niña confundida para satisfacer sus deseos fétidos.
Esos pensamientos deambularon en mi cabeza durante toda la noche. Por el soslayo de mi ojo vi el sol salir detrás de una montaña al unísono de la diana. Aunque en mis pensamientos actuará como si estuviera entendiendo la vida, que la guerra no es la solución tratando de convencerme a mí mismo de que todo esto es un error. En el fondo sé que el vestido rosa de látex fue lo que me puso al revés. Así es, aunque no quiera aceptarlo.
Quizás para entender la vida no necesitamos una experiencia inmensa o una explicación extensa, quizás solo necesitamos un momento pequeño, tan simple que podamos entenderlo, tan profundo que nos toque el alma y tan poderoso que nos abra los ojos.
Quizás.
Fue mi último pensamiento antes de escuchar el bullicio que venía de lejos. Mi mente se quedó en blanco cuando escuché el primer disparo.
Ya no pensaba en aquel vestido rosa cuando corría a buscar mi casco y mi fusil.