Teriquito

Es Ella

Es Ella

por Danny Camacho

 

 

Hola, mi nombre es Carlos, soy un muchacho ligeramente atípico que suele fingir sociabilidad para que mi singularidad no llame la atención y la sociedad no me rechace por mi naturaleza.

En la escuela, en horario de recreo prefería llenar hojas y hojas de garabatos sin intención especifica y luego escribir todas las figuras o situaciones que podía reconocer, en vez de ir a recreo. Amo los paralelismos, no tengo amigos y no, nunca me he sentido sólo por la razón que sea, que hasta ahora es desconocida. Como soy muy torpe, no es como si la gente le gustara compartir conmigo durante mucho más de cinco minutos. En algunos compañeros podía notar que solo me preguntaban cosas vacías y mundanas para que no me sintiera excluido y aunque no me interesaba mucho la gente, eso era algo que apreciaba mucho.

Al inicio de mi vida adulta viví en carne propia el peor horror que quizás pocos humanos en la historia han llegado siquiera a imaginar.

¿Qué me pasó? Que no me pasó más bien... 

Cuando cumplí 7 años, atropellé un gato  mientras andaba en bicicleta, cuando caí perdí mi primer diente permanente. 

A  los 8 años jugando me caí de la azotea de mi casa, me rompí una pierna y la  barbilla. 

A los 11 mientras buscaba mangos, los dientes del perro de la vecina se  encontraron con mi pantorrilla. 

A los 12 un niño me interceptó en el ojo con su  tirapiedras, sin intención alguna, decía él. 

A los 14 me vi en una pelea en la  escuela, desde la vez del tirapiedras no veía bien del ojo derecho, así que ahí  perdí mi segundo diente permanente. 

A los 16 andaba en bicicleta nuevamente,  no recuerdo haber visto ni escuchado esa camioneta... pero sí que la sentí. Y ahí se me fueron al diablo tres costillas. 

Como ven, he experimentado dolor físico en cantidad, muchos accidentes casi trágicos... pero todo eso es insignificante, si  lo comparamos con lo que sentí en mi pecho, la primera vez que la vi.  

Tenía 19 cuando la vi por primera vez. En ella había algo que no había en las  demás mujeres. Su belleza, su voz, su mirada, tenía algo que al parecer solo yo  podía ver, su completa existencia diseñaba dentro de mí el más puro  sentimiento del homo sapiens. Podía durar horas y horas mirándola, sin  quejarme. 

Nunca tuve los cojones para hablarle o siquiera acercármele. Ella  era como un plano diseñado por el maestro Ludwig Mies Van Der Rohe, pero  más cálido y con más curvas.  

Tal vez este era algo parecido a el amor a primera vista como lo inmortalizo,  Edgar Allan Poe en su cuento ''Anteojos'', o quizás, simplemente uno de mis  accidentes me había dejado estúpido.

Difícil era evitar pensar en ella... cada nube que veía, cada ráfaga de viento que  golpeaba mi mejilla, cada rayo de luz solar que me calentaba... todo me  recordaba a ella. Es como si quisiera tenerla tan cerca de mí, que mi nariz  pudiera robar el aire de sus pulmones. 

Pronto iba a llegar el día de mi muerte, seguro provocada por mi torpeza y ni si  quiera le llegaría a dirigir la palabra. 

Un miedo del demonio se me inyectaba,  que me viera observándola siempre, a lo lejos, en la oscuridad, en el anonimato. Va a pensar que soy raro, que lo soy, pero al menos  trato de ocultarlo. 

 

Un día me sentí extraño, me entró un no sé qué, estaba ajeno a mi. ¿Valor? ¿Coraje? ¿Desesperación? ¿Locura? ¿Estupidez? No sé, pero algo de eso  me invadió. Así que le hablé.

Vividamente recuerdo ese instante, porque imaginé estar parado frente a un volcán en erupción y la lava que caía sobre mi cara se transformaba en inofensivas hojuelas de confeti cuando balanceé ese dolor con  el escalofrío que sentí con esa mirada que usó para penetrarme el alma.

Sus pestañas lucían como pequeñas hojas negras de palmeras que abrían paso a ese mar en sus ojos color caoba donde me perdí una eternidad deseando nunca salir de ahí.

No, esto era imposible.  

Le gustaba... siempre le gusté. Ella insistía en que nos viéramos de nuevo, fui  responsable de provocar en ella esa explosión divina de arquitectura celestial a  la que a ustedes les gusta llamar sonrisa.

Mi vida empezó de nuevo en ese instante. Nada me preocupaba, nada iba a  apagar ese éxtasis que corría en cada célula de mi cuerpo. 

Puedo decir que me sentía vivo. Me sentía... ¿Feliz? Sí, feliz. ¿Acaso estaré obsesionado? ¿La amo? Ninguna persona me había despertado semejante interés en toda mi miserable y corta vida, así que creo que un poco de las dos. 

Lo importante es que se sentía bien, como nunca me había sentido, se sentía bien pero algo no andaba nada bien.

Ese algo que me carcomía por dentro, esta inquietud inextinguible…

Me dolía el estomago cuando me hacía a mi mismo esa pregunta que nunca le encontré respuesta; una pregunta que jamás le encontré sentido pero aun así me veía en la maldita necesidad de responderla.  

Una pregunta... 

¿Por qué lo hice? 

Pregunta que me seguía haciendo infinitamente mientras miraba el cuchillo ensangrentado y lo dejaba caer al suelo.



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En el texto hay: muerte, sobrenatural, metaforas

Editado: 30.01.2021

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