Fueron días de tormento, se podía respirar el aire contaminado de tristeza y como los ojos de los ciudadanos carecían de su profundo sueño.
Días anteriores se notaba el cambio del planeta, la luna tan resplandeciente y amarillenta que daba ya su color siniestro comulgando con las nubes grises de malos ojos.
–Lo note raro- me dije esa noche de viento travieso.
Sin tomar cuenta de la situación me aferre a mi resfriado tome pastillas y fueron tantas que los muebles de la casa se movían, quise terminar mi trabajo en el notebook, pero, ya los medicamentos surgieron el efecto malvado de hacer callar mis labios y adormecer mi alma a un sueño profundo; ¡No desperté!, pero, fui jalada de mi brazo derecho con apuro, estaba dormida aunque se sintió una copa de delicadeza caer por detrás de mí y fue así como desperté del efecto denso del sueño, iba corriendo inconscientemente con mi padre, no entendía que ocurría en esos instantes, sin embargo, al momento de sentir los grandes movimientos telúricos solo abrase con gran fuerza a mi padre, subiéndonos a la cama que parecía el nido perfecto de mi familia. Tuve tranquilidad al saber que mi hermano pequeño dormía aun, no despertó, pero, lo abrase como jamás lo volveré hacer; Esa noche solo pensé: aquí se acaba todo.
No fue como pensé, sobreviví y fue alegría, por consecuencia, mis intestinos se amarraron con un nudo ciego, no comía, no dormía, las manos temblaban y lloraba internamente como niño asustado.
En la madrugada me levante con las piernas temblorosas y procedí a caminar entre las baldosas quebradas con mi vista acumulada de terror, hasta que abrí la puerta principal y el desorden comunitario daba la nostalgia de aquellos momentos de depresión natural. Me senté en la silla de playa de mi padre que compro con esmero y observe claramente que aquel 27 de febrero nada volvería a ser lo mismo, que la realidad supera a la ficción, que por consiguiente la naturaleza supero a la raza humana
P.E. Soto