Terrores en las Sombras de Montevideo

El Lamento de la Plaza Zabala

En el lóbrego ocaso de Montevideo, cuando el sol arrojaba su última luz sobre las callejuelas empedradas, una sombra se alzaba en la figura de la ancestral casa en la esquina de la Plaza Zabala. Esta residencia, ajada por el tiempo yace, silenciosa yace, con sus ventanas rotas y su fachada resquebrajada.

En una noche envuelta en la niebla del Río de la Plata, un alma intrépida, de nombre Alejandro, se aventuró a penetrar el umbral de esa edificación olvidada. El crujir de las tablas viejas parecía un lamento, un eco de susurros de antaño que resonaban en la penumbra.

En el vestíbulo, el hálito frío del invierno se entrelazaba con un aire viciado, impregnado de desesperación. Con paso cauteloso, Alejandro ascendió la escalera de madera carcomida, cuyos peldaños resonaban con sus propios latidos, como si el corazón mismo de la casa palpitara en consonancia.

Al alcanzar la planta superior, se topó con una puerta entreabierta que dejaba entrever un resplandor mortecino. Con valentía temeraria, empujó la puerta y penetró en la estancia iluminada por una vela titilante. El mobiliario, cubierto por telas polvorientas, estaba congelado en el tiempo, como espectros de una era pasada.

En el rincón más oscuro, descubrió un retrato antiguo, un semblante femenino que observaba con ojos desvaídos. La mirada, fija e inmutable, parecía arrastrar a Alejandro a los abismos de la tristeza. Entonces, como un suspiro del más allá, resonaron palabras susurradas por una voz etérea.

"Mi amor, perdido en las brumas del tiempo, aguarda en las sombras. ¿Te atreves a desentrañar el misterio de este lugar olvidado?"

La vela parpadeó, y la temperatura descendió abruptamente. Sombras danzantes se materializaron, cobrando formas fantasmagóricas que parecían lamentar un destino trágico. El retrato de la dama se animó, los ojos centelleando con una melancolía que atravesaba el alma.

Sintiendo la presión del pasado, Alejandro intentó huir, pero la puerta se cerró con un estruendo, aprisionándolo en la oscura maraña de recuerdos. Voces sepulcrales reverberaban en la habitación, narrando la tragedia de aquellos que habitaron la morada en la Plaza Zabala.

La dama del retrato extendió sus brazos hacia Alejandro, implorando redención. El eco de un lamento ancestral envolvió al intrépido visitante, quien se vio arrastrado hacia el abismo de un pasado enterrado en las sombras de Montevideo.

Y así, en la penumbra de la antigua casa, el silencio se volvió eterno, mientras el eco de una tragedia olvidada resonaba en cada rincón, perpetuando el susurro de almas atrapadas en la melancolía de Montevideo.




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