Terrores en las Sombras de Montevideo

Lamento Eterno

La bruma se cernía sobre las aguas del Río de la Plata, lanzando sombras fantasmales que bailaban en la oscuridad. En las orillas, un pequeño pueblo pesquero yacía sumido en un silencio sepulcral. La leyenda hablaba de susurros nocturnos y de algo oscuro que acechaba a la luz de la luna.

En ese tranquilo pueblo, un grupo de niños curiosos decidieron aventurarse hacia las orillas del río en una noche nublada. Con linternas en mano, se adentraron en la penumbra con risas y chistes, ajeno al frío que se intensificaba con cada paso.

De repente, un murmullo sutil comenzó a filtrarse entre los susurros del viento. Los niños se detuvieron, inseguros, pero la curiosidad superó el miedo. Avanzaron hacia el sonido que provenía de la espesura.

Entre los árboles retorcidos, descubrieron una figura vestida de blanco, con cabellos largos que ondeaban con el viento. Era una niña pálida como la luna, con ojos profundos que reflejaban la tristeza. Les miró con una expresión insondable.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó con una voz suave, pero cargada de melancolía.

Los niños, fascinados por la extraña aparición, apenas pudieron articular palabras. La niña les instó a seguirla hacia el río. Intrigados, la siguieron en silencio mientras el murmullo del agua se intensificaba.

Llegaron a un pequeño muelle abandonado, donde la niña señaló hacia el agua turbia. Los niños vieron rostros pálidos y manos fantasmales asomándose desde las profundidades del río. Eran almas perdidas de niños que, como ellos, habían sucumbido a la curiosidad y ahora yacían atrapados entre dos mundos.

La niña explicó que, décadas atrás, el río había cobrado venganza por la imprudencia de algunos niños que se aventuraron demasiado lejos. Desde entonces, las almas errantes buscaban compañía para aliviar su sufrimiento.

El terror se apoderó de los niños al comprender que la niña que los guiaba también era una de esas almas perdidas. En un susurro triste, les advirtió que, si no partían de inmediato, se unirían al coro de lamentos eternos.

Asustados, los niños corrieron de regreso al pueblo, pero el eco de los lamentos resonó en sus oídos mucho después de abandonar las orillas del Río de la Plata. Desde entonces, el pueblo pesquero llevó consigo la marca de aquella noche, recordando a todos que el río guardaba secretos oscuros y que la curiosidad podía llevar a lugares de los que no hay retorno.




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