Tesoros y Mentiras

Escuálido, torpe y débil.

PRIMERA PARTE

Tiempos de guerra presente

Cap. 1. Escuálido, torpe y débil.

 

La forma más fácil de recordar a alguien, es tener una muy mala primera impresión sobre esa persona.

 

En las fronteras del infierno siempre hay batallas,

Y solo un puñado de valientes, pelean en el infierno.

Quizás fuese valiente,

Pero la valentía ha llevado tontos a la muerte.

 

Ese era, sin duda alguna, el cadete más raro de los que estaban bajo la dirección del capitán Guillermo Brizuela. Escuálido, torpe, débil; esas eran las cualidades que el capitán solía recalcar cuando hablaba al respecto. Zuri Lazcano era su nombre, otro motivo de burlas; pues la carencia de género de aquel apelativo causaba risas entre sus compañeros. El capitán estaba cansado, pues ninguno de los cadetes quería tener a Lazcano de compañero, sin importar cuál fuese el castigo por negarse. 

Varios se quejaron de que era muy flaco, que sus manos eran muy delgadas, que se sentían incómodos cuando lo tenían cerca y algunos incluso temían partirlo al medio si lo llegaban a golpear. El capitán decidió que le pondría un compañero permanente y valiéndose de su condición de padre, obligó a su hijo Santiago a cargar con la tarea. Guillermo se aprovechó además del hecho de que Santiago era igual de patético que el mismo Lazcano, por lo que, cada uno sería responsable de la vida y la seguridad del otro. Pues si algo le sucedía, pagaría el mismo precio. 

El capitán pensó que así, se animarían el uno al otro, al verse cada cual más patético qué el anterior. Lo hizo, además, con la esperanza de que ambos pensarán, qué estaban allí para mantener al otro con vida. Su hijo Santiago, no era precisamente su orgullo como cadete, era de hecho casi una réplica de Lazcano. Sin importar cuánto se esforzara, Santiago caía irremediablemente en la categoría de lo lamentable. La idea de ponerlos juntos para no escuchar más quejas dio resultados para el capitán, no obstante, Zuri y Santiago no creían lo mismo. 

No se llevaban bien y para desgracia de ambos, debían andar juntos. Pasaban la mayor parte del tiempo sin dirigirse la palabra, procurando en lo posible ignorarse el uno al otro, hasta qué no quedaba más remedio qué romper el silencio para conversaciones muy específicas, como cuando se encontraban realmente aburridos o querían evitarse un castigo.

—Oye Zuri, ¿te dormiste?

—No —respondió con desgano—. Supuse que tú te dormirías primero.

—Casi —reconoció avergonzado—, pero quería estar seguro de que no te habías dormido tú.

—¿Quieres tomar turnos?

—¿Podemos? —preguntó Santiago entusiasmado.

—Supongo que sí —dijo encogiéndose de hombros—. Al fin y al cabo, es mejor que dormirnos los dos. Como la última vez.

—Ese castigo no fue divertido, aún me zumban los oídos —se quejó mientras sacudía la cabeza.

—No. Y la verdad no estoy de humor para pasar por eso de nuevo.

—Tampoco yo. 

—Entonces, cierra la boca y duérmete de una buena vez —ordenó en tono enojón—. Te despertaré cuando sea tu turno de vigilar.

—Gracias, Zuri.

Esas eran las conversaciones más comunes qué tenían. A pesar de lo poco que hablaban, habían aprendido a llevarse mejor. Aunque realmente no eran amigos, estaban conscientes de que era más fácil sobrevivir con la ayuda de su compañero y evitando que muriera para no morir de la misma manera. Sin embargo, contrario a lo que se esperaría, con el pasar del tiempo, mientras más se conocían, menos deseos tenían de estar juntos. Lazcano se daba cuenta de que Santiago era bastante atento, al punto de ser atosigante. Siempre estaba sonriendo cuál imbécil y no conforme con eso, era demasiado entrometido para su gusto. 

Santiago, por su parte, trataba con un esfuerzo sobrehumano ser lo más antipático posible, pero no lo conseguía. Comenzó a pensar qué estaba volviéndose loco. Estaba aliviado por el hecho de que Zuri no le devolviera las atenciones que él cometía sin pensar. Le tomó afecto, quizás por el hecho de que nunca tuvo una amistad. Creía qué tal vez así se sentía tener un amigo, aunque también pensaba qué la razón, eran los extraños comportamientos de Zuri. 

Entre esos comportamientos, llamaba su atención el incontrolable temor qué Lazcano sentía por las serpientes. Santiago jamás vio a nadie reaccionar como Zuri lo hacía. En una ocasión en la que caminaban hacia el cuartel, una víbora se cruzó en su camino, causando qué Zuri dejara escapar un grito y subiera al árbol más cercano, negándose rotundamente a bajar hasta qué el animal estuviera fuera de su vista.

—Oye espera. —Santiago extendió la mano para tratar de sujetar a Lazcano, pero se le escurrió entre los dedos.

—¿Esperar qué? —preguntó con pánico— ¡Mátala!

—Pero es inofensiva —dijo mirando al animal.

—Ay, si tú, inofensiva —reclamó fuertemente sujeto al árbol—. Eso decían de mi padre.

—Zuri baja ya —Santiago levantó la mirada para ver donde se había subido—. Vamos a llegar tarde. Deja de actuar como tonto.



#323 en Joven Adulto
#517 en Thriller
#254 en Misterio

En el texto hay: traicion, romance, muerte

Editado: 28.02.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.