Tesoros y Mentiras

Maestra de música.

Las pequeñas cosas a veces me parecen un tanto difíciles de recordar, pero cada pequeño acontecimiento cuenta, no importa si es bueno o malo.

 

En las fronteras del infierno, hasta los más valientes sienten frío. Se apodera de ti cada vez que la muerte pasa a tu lado. Es como sentir un beso por primera vez. Un torrente de sensaciones inexplicables y al final lo único que distingues, es el frío recorriendo tu cuerpo. Solo unos pocos valientes disfrutan los besos llenos de amor en los labios de la muerte.

 

Después de cambiarse, se fueron a descansar y justo como Santiago predijo, acabó durmiendo como un oso y como su compañero pensaba, roncando. Sin embargo, ni siquiera eso bastó para despertar a Zuri qué no estaba lejos de alcanzar a Santiago en agotamiento. En la mañana, mientras caminaban de regreso al fuerte, fueron interceptados por un grupo de cadetes de su propio batallón, quienes los separaron y tras darle una paliza a Zuri, qué en vano procuró defenderse tanto como pudo; los encerraron en celdas separadas. Santiago estaba cansado de gritar cuando por fin un soldado de mayor rango, que él conocía perfectamente bien, apareció.

—Lo lamento. Santiago —dijo enojado—. No se suponía qué te encerrarán a ti, son unos idiotas —añadió mientras abría la puerta de la celda.

—Esto fue tu idea ¿No es así? —preguntó sin sorpresa.

—Eres hijo del capitán, —dijo mirándolo enojado—. Los guardias me contaron qué te dejaste vencer por el don nadie de Lazcano —rezongó—. No puedes humillar a nuestro padre de esta manera.

—Ya habíamos resuelto nuestras diferencias —aseguró—. Y no necesité tu estúpida intervención —dijo dándole un empujón.

—Claro, —sonrió burlón y satisfecho—, pero ahora él luce más golpeado que tú. Sal de allí.

—¿Dónde está Zuri?

—¿Lo llamas por su nombre? —inquirió sorprendido—. Qué patéticos son los dos. No lo sé, debe estar en alguna de esas celdas.

—Dame la llave —ordenó con molestia.

—Yo no la tengo, tonto. Debo irme ya o llegaré tarde —dijo mientras se alejaba por el pasillo—. Mi padre no te castigará por perder a tu perro, no te preocupes.

—Eres un idiota —gritó.

Santiago comenzó a buscar de celda en celda después de que su hermano se fue. Cuando encontró a Zuri no pudo evitar sentir terror. Vio que la llave estaba dentro de la celda a su lado, quizás con la intención de que saliera cuando se pudiera levantar, pero estaba claro qué le tomaría un buen rato despertar a menos que él hiciera algo. Santiago sacudió la puerta con fuerza, haciendo la mayor cantidad de ruido posible, hasta que alcanzó a escuchar un quejido.

—Zuri. ¿Me oyes? —interrogó preocupado—. Dime algo, por favor.

—Cállate, Santiago —pidió en un quejido—. Me duele la cabeza.

—Qué alivio, no estás muerto —suspiró golpeando la cabeza contra la puerta—. Zuri escúchame, la llave está a tu lado, debes salir de allí.

—No quiero salir, tu hermano tiene razón —indicó sin moverse—. Tu padre no te castigará por perder un perro. Yo ya me cansé de esto.

—¿De qué hablas? —interrogó mirándolo—. Vamos sal de una vez.

—No debí aceptar. Debí negarme desde el principio.

—Te sacaré de allí —dijo con firmeza—. Buscaré otra llave.

—Déjame en paz, zalamero —gritó con furia—. Esto es bueno para ambos. A ti te ascenderán y yo seré libre de irme antes —aseguró bajando la voz—. Podré irme de esta ciudad y terminar con esta pesadilla.

—Ya empiezas a decir sandeces —recriminó Santiago dándole la espalda—. Buscaré la llave.

—No te atrevas.

—Te llevaré a tiempo, así tenga que cargarte —exclamó disgustado—. No voy a dejar qué te rindas.

En vano se cansó Santiago de buscar una réplica de la llave. Si lo pensaba con calma, tenía sentido ¿Por qué tendría una celda dos llaves? Regresó entonces y se sentó contra la puerta de la celda.

—Zuri, necesito que te levantes —pidió con tranquilidad.

—Déjame en paz, Santiago —reprochó Zuri con fastidio—. Acaba de irte de una buena vez. Mira, si no le dices a nadie que estoy aquí, moriré de hambre y nadie lo sabrá.

—No es eso, es que mi hermano dijo algo más y tengo miedo de decírtelo —dijo con cautela—. Por eso necesito que te levantes y salgas de allí. Porque si lo descubres entrarás en pánico y te vas a lastimar.

—No me vas a engañar con eso —dijo con cansancio—. Déjame en paz.

—Como quieras —dijo con fingida indiferencia—. Dejaron una serpiente en la celda contigo, imbécil.

La reacción fue la que Santiago esperaba. Se apartó de la puerta justo cuando se abría, pero antes de que Zuri pudiera escapar, le sujetó los brazos para evitar que se lastimara más.

—¡Calma! —gritó sin soltarlo—. Te mentí, no hay nada allí.

—¿Qué? —interrogó Zuri aún con terror.

—Lo lamento. No podía dejarte allí dentro.

—Te mataré miserable —gritó volviéndose a mirarlo y sintiendo que el mundo se le oscurecía—. zalame…



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En el texto hay: traicion, romance, muerte

Editado: 28.02.2022

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