ELIAS DANKWORTH
Para estar en pleno mes de diciembre en Bath, la temperatura es sorprendentemente buena. Sin embargo, no la puedo disfrutar como es debido. Me he pasado los tres últimos días dentro de una rutina constante. Levantarme, comer, trabajar, dormir y vuelta a empezar.
Hace tres días que vi por última vez a Harold. Mi hermano nos dejó claro que lo tenía todo bien atado y eso fue lo que me dio más miedo. Nos confesó que iba a empezar a trabajar con la policía para evitar su escudriño y que nosotros éramos meras piezas en su ajedrez para seguir con sus misterios movimientos.
Eso es lo que somos para él. Simples peores en su juego de... ¿y si ese juego es solo una coartada para tapar lo inevitable? ¿Será él? ¡No! Él es mi hermano, no un asesino.
Bethany tampoco se mostró muy a gusto durante los primeros minutos del encuentro, lo que me hace reflexionar acerca del echo que hay demasiados gestos particularmente ensayados por parte de mi hermano hacia ella.
Estoy demasiado confundido con lo que siento hacia Harold. Lo quiero ayudar, en serio, pero tengo miedo de saber en lo que puede estar metido. Y, obviamente, no hay que añadir cómo me remarcó por lo menos cinco veces que no se lo dijera a Isabella. Nunca.
Justo en ese momento tuve miedo. Miedo de sus palabras, de sus intenciones y de la amenaza implícita que en ellas escondía.
Luego también está Wade. Wade...Joder. Con solo pronunciar su nombre se me eriza la piel y noto un escalofrío recorrerme la espalda. Hace cuatro días que no lo veo y siento que mi mente no para de darle vueltas a nuestro último encuentro.
«Flashback»
Hace diez minutos que Wade me ha llamado diciéndome que tiene que hablar conmigo de algo relacionado con el asesinato de Harriet. Estoy muy nervioso, la última vez que nos vimos yo estaba muy borracho y aún tengo el cosquilleo que sus manos dejaron por todo mi cuerpo. Sus suaves labios pegados a los míos y yo empujando mi lengua para apretarme más contra él.
Sacudo esos malos pensamientos de mi cabeza y me cuadro de hombros tomando una gran bocanada de aire antes de adentrarme en la comisaría.
Soy escoltado por dos policías hasta las oficinas principales y no puedo evitar desplazar los ojos por todo el recinto con algo de reticencia. No tengo un buen recuerdo de la última vez que estuve aquí y las miradas que me gano no me inspiran mucha confianza.
—Gracias por acompañarlo, oficiales.—la voz de Wade irrumpe la estancia e inmediatamente me tenso.
Dichos oficiales asienten una sola vez y, tras echarme una última ojeada, desaparecen por donde han venido.
Mis piernas se sienten débiles y tengo que forzar todo mi cuerpo para encararlo y cuando lo hago, contengo el aliento. No sé qué me esperaba ver, o sentir, pero está más que claro que por mucho que quiera borrarlo de mi mente y hacer de cuentas que no lo noto, me sigue atrayendo. Y más de lo que debería.
Sus rizos negros caen en cascada por su frente y sus ojos avellana me examinan con detenimiento. Como si trataran de descifrarme centímetro a centímetro.
—¿Cómo has estado?—se aclara la voz dando un paso más hacia mí.
—Bien.—apenas tengo voz y para evitar a costa su intensa mirada, meto las manos en mis bolsillos delanteros y hago ver que la máquina de escribir es lo más interesante del mundo.
—El otro día no quise despertarte,—sigue acercándose con voz grave y mi pulso se acelera.—te veías muy tranquilo y pensé que te vendría bien dormir un poco más.—lo recuerdo. Me dejó su cama y, a pesar de mis protestas, se fue al sofá.
—Gracias.—no sé decir más que monosílabos porque si me suelto, voy a terminar haciendo cosas de las que estoy seguro que me voy a arrepentir.—Bueno, por qué me has llamado.—sacudo la cabeza cambiando de tema para salir corriendo lo más lejos de él.
—Sí, cierto.—carraspea adoptando de nuevo su habitual postura de policía serio e imponente.—¿Te acuerdas del frasco que te mandé por correo el otro día?—asiento dejándome caer en la silla a su lado.—Se trata de una sustancia altamente tóxica que tu hermano Harold nos envió a modo de "regalo".
—¿Mi hermano?—susurro helado volviendo la vista al pequeño frasco. Claro, olvidaba que ahora colabora con la policía. Pero ¿de dónde lo ha sacado?
—Y eso no es lo mejor,—sigue inclinándose ligeramente hacia mi lado y bajando considerablemente la voz.—Hemos hecho las pruebas pertinentes y estamos casi seguros que esa fue la sustancia utilizada en el asesino de Harriet Donovan.—mis ojos de clavan fijos en los de Wade y los estudio detenidamente para descifrar sus palabras. No hay mentira en ellas.
Definitivamente voy a tener que hablar con mi hermano.
—Y por qué...—me aclaro la voz que me sale áspera.—¿por qué me lo estás contando? Pensaba que era información privada.—consigo pronunciar mientras a duras penas logro mantenerle la mirada.
—Oh, y lo es.—asiente como si no fuera la gran cosa y se acerca más hasta que puedo notar su rodilla en la mía. Me tenso.—Pero quiero compartirla contigo, porque me fío de ti. Porque veo lo afligido que estás desde el asesinato de Harriet.—lo dice con una intensidad y pasión que se me hace un nudo en el estómago. Pronuncia su nombre con fuerza y no pestañea al devolverme la mirada.
Me veo obligado a agarrarme fuertemente del borde de la silla y pensar en un cambio de tema rápido. No podré estar aquí por mucho más tiempo, y menos sintiendo la presión constante de su rodilla en la mía. ¿Por qué a él no le afecta?
—¿Sabes algo de la llave que te di?—carraspeo escondiendo las manos debajo la mesa para que no sienta su temblor.
—Aún no hemos logrado identificarla.—niega suspirando.—Es una llave antigua y no será nada fácil, pero sabemos quién puede ayudarnos.—lo asegura tan convencido de ello que, por un momento, yo también creo que lo van a averiguar.