ELIAS DANKWORTH
—Deja que te ayude.—me frena Isabella entrando en la habitación y tomando las mangas de mi camisa.
—Odio ser incapaz incluso de vestirme.—farfullo escondiendo una mueca de dolor al mover los brazos hacia atrás.
Los golpes que recibí en la iglesia me han dejado cicatriz y pese que me encuentro mucho mejor, los médicos me han dejado claro que me van a quedar marcas y me han recetado unas pastillas para mitigar el dolor. Si el dolor fuera físico...
—Te lo provocaste tú mismo.—me recuerda por séptima vez entregándome uno de los bastones de madera que he estado utilizando.
Suspiro ya cansado y, sin esperar que me diga nada más o me presione para hablar, salgo de la habitación y, lentamente, comienzo a bajar las escaleras. Primero una pierna, luego otra. Parte de mi peso lo sostiene el bastón y la barandilla impide que me caiga de bruces, sin embargo, con cada movimiento de mis brazos, mi espalda pide a gritos un respiro.
—Espera, yo te ayudo.—vuelve a interrumpirme mi hermana sujetándome por el brazo sin previo aviso.
—¡No!—salto apartándome súbitamente de su agarre y ganándome una expresión confusa.—Puedo solo.—estos días están siendo muy duros. No solo por lo evidente, sino emocionalmente.
No es un secreto que he estado sufriendo ataques de ansiedad recientemente, pero nadie sabe el por qué de estos. Trato de controlarme, de mantenerme sereno en todo momento, sin embargo mis emociones están a flor de piel y el más mínimo contacto, reacciono alejando a quién sea.
—Buenos días hijo,—me saluda padre al llegar a la cocina, no sin esfuerzo.—¿cómo te encuentras? ¿Te duele la espalda? ¿Necesitas algo?—deja de ordenar su cartera y empieza a mover las sillas de un lado a otro para dejarme más espacio y me tiende todo tipo de comida sobre la mesa.
—Estoy bien, gracias.—niego ofreciéndole una minúscula sonrisa. Realmente aprecio mucho lo que hace por mí, lo que todos están haciendo.
Padre nunca ha sido de los seres más cariñosos, pero puedo ver el esfuerzo que le está suponiendo saber manejar esta situación y no mostrar lo perdido que se encuentra. Esa es una de las razones por las que hago lo que hago. Todos tenemos que poner de nuestra parte.
En ningún momento parece demasiado convencido y se me queda viendo con el ceño fruncido mientras tomo asiento cuidadosamente en el taburete, aunque opta por callar y asentir en mi dirección a modo de despedida antes de desaparecer por la puerta.
Puede que me excediera en aceptar lo que acepté, pero no voy a negar que fue una manera de desconectar de todo lo que estaba y continua sucediendo en mi vida. El asesinato de Harriet y el de otra chica parecida, las investigaciones para encontrar al mal nacido que le quitó la vida a una niña de trece años y, por si fuera poco, mis sentimientos por un hombre.
Por un momento, se sintió bien no sentir.
—Buenos días, Elias.—me saluda una alegre Daisy bajando los últimos escalones con una radiante sonrisa.—¿Como te has encontrado esta noche? Tienes mejor aspecto hoy.—su floreado vestido ondea con cada paso que da y su dorada cabellera recogida en un impresionante moño.
Sus halagos no me alivian en absoluto y su característica jovialidad que solía contagiarme, ahora sólo consigue irritarme.
—¿Ah, sí? Entonces debería plantearme empezar a reducir mi horario de sueño.—no he podido evitar mi tono sarcástico y su sonrisa titubea levemente antes de recomponerse haciendo oídos sordos.
—Cualquier cosa que quieras o que necesites, me lo haces saber sin problema. ¿De acuerdo?—recalca seria acercándose a mi silla y apretándome el hombro con cariño.
Asiento lentamente en silencio y presiono su mano para demostrar que aprecio genuinamente su preocupación, pero no quiero su ayuda. Ni la de nadie, realmente.
Sé que Daisy se preocupa mucho por todos y eso es una de las cosas que más aprecio porque padre necesita a alguien que se asegure de su bienestar, sin embargo, me agobia que me controlen todos los aspectos de mi vida.
—En serio te lo digo, para cualquier cosa estoy aquí. Si necesitas hablar, llorar, gritar...—reitera mirándome fijamente a los ojos hasta el punto de empezar a ser algo incómodo. ¿Por qué tanta insistencia? Por Dios.
—Gracias, pero estoy bien.—aseguro lo más convencido que soy capaz y hago ademán de levantarme para alegarme de ella disimuladamente.
Pasan unos segundos en los que siento sus ojos clavados en mi nuca mientras intento tragar mi zumo de naranja. No puedo verla directamente porque le doy la espalda, pero través del reflejo de la luz en la ventana, advierto su postura tensa en mi dirección.
—Está bien.—se rinde suspirando sonoramente y mis hombros se relajan inmediatamente.—De todos modos te iré poniendo al día del trabajo en la empresa y de los informes de los químicos.—y sin esperar respuesta por mi parte, decide dejar de hacer esperar a padre.
***
A través de la ventana la veo montarse en el coche de padre y desaparece con una gran humareda que me deja momentáneamente embobado. La humareda es densa pero los viandantes sigue pasando como si nada, es como un velo invisible que vendara los ojos a la gente para no darse cuenta de lo realmente pasa. Nadie se da cuenta.
—¿Espiando al personal?—me sobresalta Isabella parándose a mi lado con la vista fija en mi misma dirección.
Estaba tan ensimismado en mis propios pensamientos y en las dudas que llevo arrastrando desde hace tanto tiempo, que no la he escuchado llegar y su mera presencia me pone algo nervioso. Quiero contarle lo que me está pasando, pero no sé pode donde empezar. Necesito su apoyo, pero no sé cómo perdérsela.
—No estoy seguro acerca de Daisy.—confieso en un murmullo sin apartar la vista de la ventana.
A mi lado, percibo la clara impresión que mi comentario ha causado en mi hermana y, lentamente se mueve de modo que queda frente a mí y su intensa mirada se fija en mi perfil. Hay una pausa demasiado larga para mi gusto y, por un instante, temo haber cometido un error, aunque ya es muy tarde para rectificar.