Testigo Criminal

CAPÍTULO 27

LILIAN KANE

Cuando dejo caer mi brazo fuera de la cama, percibo un tacto extraño en las sábanas y me acurruco contra él porque se siente caliente y blando. No es hasta que me suena el despertador por segunda vez que, soltando un profundo gruñido, abro los ojos y aparto el edredón. Sin embargo, esa "sábana" no es una sábana y mucho menos un colchón.

Soltando un chillido y con el corazón en la boca, pego un bote y empujo a Frank fuera de mí cama, lo más lejos posible de la habitación.

—¡¿Se puede saber que estás haciendo?!—vocifero aún notando el pulso desbocado.

Como si recién aterrizara en la tierra, el aludido se incorpora con algo de dificultad rascándose los ojos y tratando de desenrollarse la tela de su cuerpo semi desnudo.

—Dormir.—se limita a responder con la voz aún ronca de dormir como un tronco.

Involuntariamente, mis ojos siguen el recorrido de sus manos hasta posarse en el bajo de su estómago y siento mi cara arder ante semejante vista. Parece que se cuida la figura y su piel bronceada resalta sobre el blanco de las sábanas, dejándome momentáneamente embobada.

—No me vengas con gilipolleces.—escupo dura levantándome de golpe haciendo ver que no he visto nada ni que Frank me está mirando de una manera inquietante.—En ningún momento te he permitido que pudieras dormir en mí cama, ¡o en ninguna cama, de echo!—salto irónica cruzándome de brazos y esforzándome por no mirar más de la cuenta.

Suspirando sonoramente y sujetándose a la tela, consigue levantarse y me mira derrotado y algo apenado, pero no me dejo engañar por sus trucos baratos. Ya son muchos años de conviviendo con ladrones y asesinos, reconozco a un mentiroso cuando lo veo. 

—Es sólo que el sofá era incómodo y no podía dormir.—se queja haciendo un puchero como si tuviera diez años.

—Por el simple hecho de que ayer me contaste lo que realmente, según tú,—clarifico haciendo comillas con los dedos, echo que parece mosquearle. No me importa en absoluto.—sucedió para que me abandonaras, no voy a olvidarlo de la noche a la mañana y hacer de cuenta que somos una parejita feliz, porque no es así y vas a necesitar más que un milagro para que me olvide.—termino apuntándolo con el dedo y respirando por la boca.

Si tuvo que fingir enamorarse de otra mujer porque sus padres querían alejarlo de esta vida o si tuvo que esperar a que su padre muriera y su madre fuera internada en una residencia, no es mi problema y no debería haber mantenido pa farsa durante tanto tiempo.

Además, aún no entiendo por qué mi corazón sigue desbocado y mis manos tan inquietas. Necesito un poco de aire y a él fuera de mí habitación cuanto antes.

—No quiero que lo olvides,—asegura elevado la voz cuando intento escaparme a toda prisa fingiendo que llego tarde.—solo espero que con el tiempo puedas perdonarme.—esas palabras me dejan estática en el sitio y, lentamente me vuelvo hacia él.

Sus manos continúan prietas en la cintura y su postura se mantiene erguida, segura de si misma. Cuando sus ojos entran en contacto con los míos, siento esa descarga eléctrica que pensaba perdida y me incita a acercarme y susurrarle al oído que lo he echado de menos, que lo quiero olvidar. Pero tengo más dignidad que eso y antes de echarme a los brazos de nadie, quiero estar segura que esa persona va a estar conmigo pase lo que pase. Lo aprendí a las malas.

—No puedo asegurar nada, Frank.—niego en apenas un susurro, sin querer elevar el tono.—Han pasado muchos años y ya no sé lo que siento por ti.—confieso tratado de ser lo más honesta posible.

Sí, no voy a negar que su regreso me ha traído muchos recuerdos, buenos y malos y que su presencia altera mis hormonas, pero no sé hasta que punto es posible retomar una relación tan dañada.

—Lo entiendo.—suspira perdiendo parte de su seguridad que segundos atrás imponía.

Me voy la vuelta para, por fin, alejarme de él y dirigirme a la seguridad de mi oficina cuando una gran y fuerte mano vuelve a detenerme.

—Déjame acompañarte.—sentencia obligándome a darme al vuelta y verlo con una media sonrisa insegura surcándole los labios.

—¿Acompañarme?—repito escéptica tratando de ocultar la sorpresa en mi voz.—Tengo un precioso coche que puedo conducir y un trabajo que quiero conservar, así que no gracias.—finalizo retirándole la mano de golpe.

Mi trabajo es mi lugar sagrado y en dónde puedo ser yo misma y sentirme segura, con la convicción que nadie puede atacarme ni humillarme. Es terreno infranqueable.

—Ya sé que tienes un coche. —persiste siguiéndome escaleras abajo. Cada vez mis pasos son más apresurados y los suyos también, a ese paso no tardará en alcanzarme.

—Primero vístete y luego hablamos, campeón.—lo detengo posando una mano en su pecho para luego retirarla con suma rapidez.—Y estamos en pleno diciembre. No se si te has olvidado, pero hace frío.—me burlo aprovechando ese segundo de confusión para abrir la puerta y escabullirme. Se mira sin entender nada y ruedo los ojos.—Abrígate.

Y dicho esto cierro la puerta detrás mío y lo dejo detrás, no sin antes advertir la lenta sonrisa que se le forma en los labios.

—¡Solo por ti!—proclama antes de meterse en el calor de la casa nuevamente.

***
Lo primero que hago al llegar a la comisaría es buscar a Morrison, pero no lo encuentro por ningún lado. Al único que diviso es al irritante de Harold y me veo en la obligación de respirar varias veces por la nariz y poner mi mejor cara antes de acercarme a él.

—Buenos días,—saludo seca, pero eso sí, con la educación ante todo. Poca aunque importante.—¿Sabes dónde está Morrison? Necesito hablar con él.

Mi pregunta no parece tomarle por sorpresa, puesto que ni siquiera me devuelve el saludo y continúa hojeando una carpeta llena de folios sobre antiguos casos sin resolver. No se si viene aquí para perder el tiempo o para molestar el personal. 




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