Horas después, el agente especial y francotirador del FBI, Rodrigo Collins, salió de su cuarto de hospital. El médico encargado lo dio de alta tras curarle las pocas heridas de su cuerpo. Sin embargo, la preocupación del agente no era precisamente su propia salud, sino la de su compañero Manases, que según los médicos y enfermeras, había sufrido una fuerte lesión en el estómago a causa del impacto contra el volante.
Cuando el agente Collins consiguió entrar a su habitación, le vio recostado sobre la almohada blanca, comiendo una gelatina de piña y viendo un programa de caricaturas en el televisor.
—Vine a preguntarte cómo te encuentras, pero a juzgar por esa sonrisa, puedo deducir que estás bien.
—Hierba mala nunca muere, Rodrigo. Sigo vivo, que ya es una ganancia. Pero vamos, no te concentres tanto en mi apariencia y dime, ¿qué pasó con Stan?
—El imbécil se quitó la vida, lo hizo con una bomba.
—¿Una bomba? ¿Entonces eso fue la explosión que se escuchó? ¿Tú estabas ahí?
—De hecho, se la quitó porque yo lo acorralé.
—¿Y ahora te sientes culpable?
—Está muerto y no podrá ser encarcelado.
—Vamos Rodrigo, recuerda que lo habíamos perfilado como un homicida-suicida. Sabíamos que si lográbamos acorralarlo, el idiota buscaría la forma de matarse.
—¿Sabes lo que encontraron en el pequeño maletín que cargaba? Había dos brazos desmembrados y un par de dedos. Seguramente eran de su última víctima.
—¡Diablos! Somos militares, no forenses para ver ese tipo de cosas.
Rodrigo le sonrió.
—Como si en la guerra no se vieran cosas peores.
Después de un par de días que se dedicaron a la elaboración del informe, a que el agente sanara sus heridas y pudiera ser el encargado de sellar la caja con evidencias y el expediente de Xavier Stan, conocido como El Caníbal de Sokie, Rodrigo finalmente pudo volver a casa, su casa, con su amada esposa y su pequeña hija de tres años. Durante el tiempo que le llevó estacionarse, Collins se cuestionó su propia existencia, pensó en lo cerca que estuvo de haber muerto a manos de Xavier Stan, pues si tan solo hubiese estado más cerca de ese hombre, la explosión también lo habría alcanzado.
Esto es lo que sucede cuando eres policía y tienes una familia, personas que esperan tu llegada mientras lidias con los horrores de la existencia, con la malicia, el mundo y sus mentiras. ¿De verdad el ser humano se encuentra preparado para enfrentarse día a día a ello?
Las luces estaban apagadas, la calefacción encendida, un letrero de bienvenida escrito con crayones y una dulce niña que dormía profundamente en el sillón de la sala, justo donde su madre le acariciaba el cabello.
—Mi intención era llegar antes de que se quedara dormida, pero las carreteras están horribles.
Su esposa lo miró:
—¡Dios del cielo! ¿Qué fue lo que te pasó? ¿Estás bien?
—No te preocupes, ya me curaron en el hospital.
—¿Qué fue lo que pasó?
—Lo arrestamos, detuvimos a Xavier Stan.
—¿De verdad? ¡Qué maravilla! Por fin ese malnacido dejará de seguir asesinando hombres indefensos.
—Lástima que no vivió para recibir su sentencia.
—¿Lo mataste tú?
—No, él se voló con una bomba.
—¿Y tú estuviste ahí? ¡Dios mío, Rodrigo! Te pudo haber matado a ti también. ¡Mírate! Todos estos vendajes son porque esa explosión te alcanzó, ¿verdad?
—Merry —intentó calmarla—, deja de preocuparte, todo estará bien.
—¿Cómo puedes decirme esto? —sus lágrimas le oscurecieron los ojos—. Rodrigo, si a ti te pasara una desgracia, yo…
—Tranquila, cielo. Pienso renunciar por un tiempo.
—¿Qué?
—No quiero alejarme más de ti y de mi hija. Quiero ver a Elaine crecer…
—¿Y convertirse en lo mismo que tú?
—No creo que quiera hacerlo.
—Rodrigo, Elaine quiere seguir tus pasos. Es una niña muy lista, incluso la maestra dice que ella resuelve los casos de su escuela, como por ejemplo el robo de un sacapuntas. Hoy me llamaron de la dirección.
—¿Qué hizo?
—Se hizo una placa de policía con plastilina y gritó que todos quedaban bajo arresto.
El agente comenzó a reírse.
—No cabe duda —le acarició el cabello a su preciosa hija—. Elaine se convertirá en una policía de la cual voy a estar más que orgulloso.
2
Las clases volvieron a comenzar, las vacaciones habían llegado a su fin y Volker debía regresar a esos amplios salones carentes de emociones y alegría. Jamás imaginó encontrarse con alguien en los pasillos de la facultad, o lo que era más interesante, jamás imaginó que alguien, o que ella, lo detuviera para intentar coquetearle.
—Hola, John.
Sandy MacGregor era una joven realmente bonita, era la clásica rubia de ojos azules y piel suave, la hermana de Rory MacGregor, el mariscal de campo y líder de equipo de futbol americano del campus. La joven llevaba casi un año enamorada del muchacho de ojos oscuros que siempre gozaba de sentarse al frente del salón, aquel de excelentes calificaciones, reservado y poco amistoso que sin duda alguna, sería el blanco preferido de muchas jóvenes universitarias que cruzaban los pasillos de la facultad.
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Editado: 07.05.2024