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Naraly Dovan narraba, en medio de persistentes estremecimientos y ruidos de sirenas, los horrores de los que lamentablemente fue testigo cuando el asesino irrumpió en la residencia.
La residencia de Campus Park era alquilada por un grupo considerable de jovencitas que asistían a la universidad Estatal de Luisiana, las cuales no habían conseguido lugar para los dormitorios internos o que no contaban con el dinero suficiente para adquirir un departamento por los alrededores. Desgraciadamente la madrugada de un sábado, toda esa tranquilidad de la que siempre habían gozado, se vio cortada por la mano firme del hombre que empuñaba la ferocidad de una barra de acero.
Lo que la joven Naraly le contó a la policía fue que, alrededor de las tres quince de la madrugada, ella regresaba de una fiesta. Era la clausura de algunos talleres deportivos y algunos de sus compañeros decidieron festejar, pero que, al llegar al área de la casa que conformaba su habitación, su compañera y pareja de dormitorio, Valerie Harrison, se hallaba muerta sobre su cama. Naraly dijo que la joven tenía una expresión espantosa en el rostro, la habían golpeado varias veces en la cabeza y el asesino le había puesto un vestido morado.
¿Era Dante? Por supuesto que lo era, sin embargo, el modus operandi había cambiado casi por completo.
Desde el primer asesinato ocurrido algunos meses atrás, el caso del Nuevo Artífice de Muñecas no había cobrado el merecido impacto e indignación que debería haber tenido desde un principio. De hecho, los medios parecían estar enfrascados en cosas más “importantes” que la existencia de un hombre cazando mujeres en la ciudad para posteriormente asesinarlas. Pero, cuando toda la universidad se enteró del cruel asesinato de la compañera Harrison, era lógico pensar que una bomba explotaría, y que no iba a ser tan amable como el pueblo imaginaba. Desde ese día la seguridad en Luisiana se volvió extremista, no solo policías y patrulleros salieron a velar día y noche cada rincón de la ciudad, sino que también, los soldados tomaron la parte de intervenir y asegurar cada auto sospechoso que saliera o entrara al estado.
—Pobre chica —Joselyn Kepler le acarició el cabello—. Tan joven, bonita y con toda una vida por delante.
Elaine la observaba desde el umbral de la puerta, pues muy a pesar del papel de forense que había adquirido, Jocelyn Kepler era una mujer sumamente tierna, un ser humano de una sencillez impresionante que representaba su cariño y desilusión cuando los cuerpos que llegaban a sus manos eran de jóvenes y niños que ya no pudieron continuar con su futuro.
La agente dio algunas indicaciones, ordenó que las muestras fueran enviadas lo más pronto posible al laboratorio y después se retiró.
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Cinco agentes; cuatro principales que no habían dejado de trabajar en el caso; Rodrigo Collins, Martha Susan, Michelle Stefan, Elaine Collins y una agente de apoyo; Gabriela Stone, que si bien ya no portaba el beneficio y el poder de una placa, sí conocía lo bastante del caso como para intervenir en él.
Elaine colocó la fotografía de la nueva víctima en un espacio en blanco de la pizarra, algo que inmediatamente llamó la atención de la agente Stefan.
—Ya me perdí —dijo ella—. ¿A quién se supone que está representando Valerie Harrison?
—Se supone que representa a Natalia Lips.
—Aunque de Natalia no tiene nada.
—En realidad, y si se ponen a pensar, estos dos últimos homicidios no tuvieron mucha similitud con los anteriores. Por ejemplo, el vestido que se le colocó a Kressteen Ledboord, no se parecía en nada al de Wendy Marks.
Gaby se hizo de la palabra:
—Yo recuerdo que antes de Natalia, Volker no había torturado a ninguna mujer. Comenzó con ella.
—No tiene sentido. A la única víctima que Dante torturó fue a Kressteen Ledboord, la cual representa a Wendy Marks.
—Y ahora asesina a una universitaria en su propia habitación; no le quita los órganos y prefiere matarla con golpes en a cabeza ayudándose de una barra de acero. ¿Alguno de ustedes dos recuerda cómo era Natalia?
—Créeme querida, Natalia era todo lo contrario a esta jovencita.
—Ya no entiendo nada —Michelle dejó de lado los documentos.
—Hay alguien que sí lo puede entender.
—Nooo —Rodrigo se levantó de la mesa—. Ni siquiera lo sueñes.
—No estamos para negaciones, papá. Esto que está haciendo Dante no tiene ni pies ni cabeza. No tiene sentido, y solo Volker sabrá encontrarle ese sentido.
—No y punto. Nosotros podemos descifrar todo lo que está pasando.
—Entonces explícame por qué las muertes no coinciden. ¿Qué es lo que está haciendo este sujeto? ¿Qué quiere probar?
Martha Susan intervino:
—¿No estará molesto con Volker? Lo estaba tratando de convencer cuando Elaine corrió hacia él y le hizo colgar el teléfono. Tal vez es su manera de castigarlo; cambiando el patrón delictivo que él mantuvo durante años.
Elaine se levantó, tomó uno de los mapas de Baton y regresó a la pizarra para extenderlo y marcar algunos puntos en rojo.
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Editado: 07.05.2024