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Era el diecisiete de diciembre del año en curso cuando un giro totalmente inesperado levantó la felicidad y la esperanza en los agentes especiales de Luisiana. Era imposible no sentir la conmoción que envolvía a la jefatura central, la emoción de los policías y el orgullo de los forenses que habían contribuido a la investigación de las pruebas. En cualquier momento los petardos del sabor a la vitoria estallarían a fuera de los tejados y los ciudadanos se acercarían a celebrar. Tenían algo, los agentes habían dado con lo que hasta entonces era conocido como el mayor paso de la investigación, y que sin duda alguna, los estaría acercando cada vez más a la vida personal del posible asesino.
—Rodrigo —Gabriela y Manases entraron a su oficina, los dos cargaban una enorme sonrisa en los labios—. Han llegado las pruebas de la pintura hallada en las uñas de Jessica Justin.
—Habla, mujer, habla.
—Los resultados se compararon con los componentes de diferentes marcas, y de todas ellas se halló a una pequeña compañía local que se dedica a su elaboración, venta y uso.
—¿De quién estamos hablando?
—Esto sí te va a sorprender. Envoltorio de Grúas Terry’s.
El recuerdo seguía presente:
—Lo que escuchó. Desde hace un tiempo John dejó de trabajar en los hospitales y se dedicó a manejar una grúa en Terry’s…
Gabriela continuó:
—Se compararon los residuos de pintura con la elaborada en Terry’s, y coincidieron perfectamente.
—Que alguien llame a Coleman y le diga que nos alcance en el envoltorio de grúas. Ustedes dos, vienen conmigo.
Bastaron un par de kilómetros para que el auto-patrulla del agente Collins se estacionara frente al negocio de las grúas, el cual por cierto, carecía de la presencia de varios vehículos y algunos hombres del personal.
—Buenas tardes, somos agentes del FBI —Rodrigo mostró su placa.
—¿Policía? —el hombre pareció perder el interés casi de inmediato—. ¿Qué puede querer la policía en un lugar como este? Porque déjenme decirles que tengo todos los registros de mi negocio en regla, y no estoy dispuesto a verme embaucado por fraudes y amenazas.
—Descuide, señor…
—Bryan Hotchner.
—No es nada de eso, señor Hotchner. En realidad estamos aquí por un asunto totalmente diferente —y sin perder más el tiempo, el agente le mostró los resultados de la pintura—. Me gustaría saber si su negocio también se dedica a la elaboración de este producto. Un tipo de pintura para ser más específico.
—Así es. Mi padre fue el pionero de crear algo propio, algo que nos identificara, y aunque no digo que nuestra pintura sea excelente, sí es resistente al agua y a la corrosión de otros materiales —el señor Hotchner tomó un frasco de mediano tamaño con la letra «T» como protagonista y se la entregó al agente.
—Señor Hotchner, ¿usted es el dueño de este lugar?
—¿No lo parezco?
—La pregunta no era con la intención de ofenderlo, sino para informarle que nuestro equipo forense encontró restos de su pintura en el cadáver de Jessica Justin. ¿Realiza ventas fuera de su negocio, o solo la utiliza para su propio consumo?
—¿Puedo hacerle una pregunta referente a esto, detective?
—Por supuesto.
—¿Esto tiene algo que ver con el Artífice de Muñecas?
—Creemos que sí.
Y para la sorpresa de Rodrigo y compañía, el hombre se burló; cabe resaltar que no lo hizo de una manera irrespetuosa ni mucho menos sospechosa. La expresión había sido fría, resentida y hasta triste.
—Cada día, y cada año que pasa perdemos las esperanzas, detective. Nos dicen que todo va a estar bien, dicen que ya están cerca de atraparlo. Pero queremos hechos, no palabras.
—Le aseguro que hacemos lo que podemos.
—Sí, también dicen eso. Solo critican y sentencian a quienes levantan protestas por querer una respuesta sin reparar en el dolor personal de esas familias. Me gustaría que por lo menos, en algún momento se pusieran en nuestro lugar.
Manases y Gaby lo miraron en silencio, ambos sabían lo que aquellas palabras causarían en el alma atormentada de Rodrigo.
—Yo sí entiendo ese dolor.
Hotchner enarcó una ceja.
—Mi esposa fue asesinada por este mismo sujeto. Me dejó solo, solo y al cuidado de una niña que ahora es toda una adolescente. Cada día que pasa me recrimino el no poder atraparlo y ver cómo allá afuera, las mujeres siguen desapareciendo.
El hombre se rascó el mentón, caminó hacia su asiento y cogió una caja de madera, de la cual sacó una antigua fotografía.
—La hija de mi hermana también desapareció. Su nombre era Debby Haggard —Rodrigo apretó los ojos recordando la espantosa naturaleza de aquel crimen—. La mataron hace dos años y aún seguimos sin respuestas.
»¿Qué edad tiene ahora su hija, agente?
—Está por entrar a la universidad —Rodrigo fingió una sonrisa—. Tiene el sueño de pertenecer a la academia del FBI y seguir mi camino como policía.
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Editado: 07.05.2024