Me dijiste que empezara por mi nombre, ¿verdad?
… (Si, por favor) …
… Me llamo Elkin Martín Ortega Pérez. Vivía con mis padres cerca de Guanare, en Venezuela. La situación se estaba complicando, la comida era cada vez más escaza, la ropa cada vez más cara y por diferentes circunstancias había dejado de asistir al colegio. Al parecer todas las familias pasaban por la misma situación.
Era martes 9 de abril del 2019, mis padres discutían esa noche. Desde mi cuarto podía oír los gritos de ambos, platos rompiéndose contra el suelo y uno que otro golpe a la pared. Tenía miedo de salir de allí, pero, aún a mis 9 años comprendía que pelearan, pues, en mi pensamiento, teníamos hambre y eso nos ponía de mal humor. Esa noche mi mamá durmió conmigo.
A la mañana siguiente mi papá se había ido temprano, eso me dijo mi mamá, y ella aprovechó para empacar lo más rápido que pudo.
–Cariño –me dijo–, empaca el juguete que quieras, pero, apúrate que tenemos que irnos.
No entendía por qué en esos momentos mi mamá tenia tanto afán, sin embargo, había tomado mi robot favorito.
–¿Para dónde vamos mami? –Pregunté.
–Lejos de acá… –contestó mientras terminaba de empacar mi ropa–, vamos a buscar a tu tío en Colombia, allá podemos vivir mejor.
–Pero, eso queda muy lejos.
–Esa es la idea cariño… –La veía caminar de lado a lado. Luego me colocó una maleta, la que usaba para el colegio, y me tomó de la mano mientras arrastraba otra maleta con la otra mano–. Alejarnos de acá.
En la calle tomamos un autobús que nos llevó hasta una parada saliendo de la ciudad, luego tomamos otro en el que viajamos por un largo tiempo. En ese segundo autobús veía a toda clase de personas; ancianos, mujeres como mi mamá, hombres con miradas angustiadas y algunos chicos mayores. Todos con maletas cargadas, tal vez como nosotros, buscando un mejor lugar.
Habíamos llegado a Táchira. Lo sabia porque lo había leído en un letrero y luego de este uno grande que decía San Antonio. Allí fue donde nos bajamos. Mi mamá me llevaba de la mano, pegado junto a ella. Caminamos por las calles de esa ciudad hasta un largo puente con otro letrero que decía “Puente Internacional Simón Bolívar”, el cual comenzamos a cruzar. Mamá se detuvo de golpe cuando vio a muchos policías, estos requisaban a las personas, pidiendo documentación y estaban devolviendo a algunos.
–Creo que tendremos que buscar como cruzar –dijo mi mamá.
–¿No crees que nos dejen pasar? –Pregunté, pero ella, no me puso cuidado.
Me haló otra vez, devolviéndonos lo que ya habíamos recorrido. Apuramos el paso al escuchar a un hombre joven preguntar por «La Parada», él llevaba una maleta que se veía pesada y preguntaba que por dónde podía pasar la frontera a ese lugar.
–¡Ey, Chamo! –Exclamó mi mamá– ¿Qué es eso, que es La Parada?
Él joven nos miró y viéndome a mí, le dijo a mi mamá–. Es mejor que no vayan por allá.
–¿Por qué no? –Preguntó mi mamá.
–Es zona caliente y como usted va con el niño sería muy peligroso.
–Tenemos que pasar la frontera…
–Todos lo tenemos que hacer –replicó él.
–Tal vez si nos acompañas no será tan peligros –dijo mi mamá, angustiada.
–No, no me voy a arriesgar, además estoy esperando a un familiar –contestó él.
–Al menos dime como hago para llegar allá, como puedo pasar la frontera –insistió mi mamá. Tal vez, él vio tanta angustia en sus ojos que decidió acompañarnos hasta donde el río se volvía más angosto.
–Hasta aquí los puedo acompañar –dijo él, su voz se escuchaba temerosa– yo no voy a continuar más.
–Te lo agradezco –le dijo mi mamá, yo agradecí también.
–¡Señora! –Dijo antes de irse– Por allá dónde ve esos arrozales, –señalando a un gran montículo de grama–, está la trocha para pasar, tenga cuidado.
Mamá comenzó a caminar más rápido hacia la grama, habíamos visto algunos hombres armados y, llegando a la última pared de la calle, suspiró al ver personas caminando hacia una trocha, cargando maletas y otras cosas... Caminamos por unas tablas que hacían de puente entre la grama, las hojas altas obstaculizaban mi vista, pero, me cogía fuertemente de la mano de mi mamá. De repente, escuchamos disparos y frente a nosotros un hombre sosteniendo un arma, las personas se agacharon para cubrirse, con mi mamá los imitamos, ella se quejó como si al hacerlo le hubiera dolido. A lo lejos oímos los tiros de vuelta y el hombre frente a nosotros salió a correr en dirección contraria.
Cuando ceso el ruido, las personas comenzaron a levantarse, hicimos lo mismo y seguimos avanzando con miedo. Al terminar aquel puentecito, a lo lejos se veían carros de la policía colombiana acercándose. Mamá estaba nerviosa miraba de un lado a otro del sendero. Por un lado, la policía colombiana se acercaba y por el otro, hombres armados corrían alejándose… Cuando me di cuenta, mi mamá me halaba hacia el frondoso boscaje, habíamos dado unos cuantos pasos hasta que observamos que un camino, aparentemente por el paso constante de alguien más, aparecía frente a nosotros muy sutilmente.