Thalyss; El Ojo Del Abismo

Capítulo 10: La Sombra que Llama

Las trompetas sonaron antes del amanecer.

Un rugido subterráneo estremeció las murallas del reino mientras columnas de humo rojo ascendían en el horizonte. Desde el balcón, Lyara observaba las colinas teñidas por la luz carmesí y a las criaturas del Ojo avanzar como una marea interminable.

Gareth ya estaba en el patio, dando órdenes a los soldados. Su armadura brillaba con la primera luz, y su voz era firme, incuestionable.

Ashar, apoyado en un muro, giraba distraídamente una daga entre los dedos, aunque su mirada se clavaba en las sombras que se acercaban.

Cyras y Nahlia llegaron juntos, pero no tardaron en discutir.

—No sigas dando órdenes como si esto fuera tu reino —espetó Cyras, su voz fría, clavando los ojos azules en Gareth—. Aquí estamos para seguir el plan del Consejo, no el tuyo.

—El plan del Consejo no salvará a nadie si esperan deliberar mientras nos devoran —replicó Gareth, sin siquiera mirarlo.

—¿Y qué sugieres, honorable paladín? —intervino Nahlia, su tono venenoso—. ¿Que nos lancemos a morir por una niña que apenas puede sostenerse en pie?

El aire se tensó. Ashar sonrió con sorna, cruzando los brazos.

—Ah, qué bonito. Ya me caen bien. —Su mirada se posó en Cyras y añadió con desprecio—: ¿Por qué no te callas y luchas, príncipe de hielo? Tal vez eso impresione a alguien.

Cyras entrecerró los ojos, pero no respondió.

Lyara, escuchando desde las escaleras, sintió cómo se le encogía el estómago. Sabía que tenía que decir algo… pero ¿qué? Ni siquiera podía controlar su propia magia sin miedo a que la devorara.

Se acercó lentamente y todos se giraron hacia ella.

—Haré lo que pueda —dijo, con voz débil pero decidida—. Aunque no sea suficiente.

La Batalla

Las criaturas del Ojo llegaron al amanecer: espectros envueltos en llamas negras, bestias de hueso y sombra, y una enorme serpiente alada cuyas alas cubrían el cielo.

Las murallas temblaron cuando la serpiente golpeó con su cola. Gareth alzó su espada, lanzándose al frente con un rugido que inspiró a los soldados. Cyras invocó un muro de hielo para contener a las criaturas menores, y Nahlia levantó su vara, creando círculos mágicos que explotaban al contacto.

Ashar, como siempre, se movía entre los enemigos con la gracia de un depredador, cortando gargantas y dejando un rastro de sombras heridas a su paso.

Y Lyara… se quedó atrás, junto a las puertas del palacio.

La impotencia la corroía mientras los demás brillaban. Cada vez que intentaba invocar su magia, la quemadura en su pecho —donde el Ojo había dejado su marca— ardía como fuego líquido.

Un niño herido corrió hacia ella, perseguido por un espectro. Sin pensarlo, Lyara alzó las manos y una ráfaga de luz verde estalló, desintegrando al enemigo.

Pero al hacerlo, cayó de rodillas, jadeando.

—¡Lyara! —Ashar apareció a su lado en un segundo, agachándose junto a ella—. ¿Qué crees que estás haciendo? No puedes…

—No voy a quedarme sentada —lo interrumpió ella, con lágrimas de rabia en los ojos—. ¡No soy solo una carga!

Ashar la miró, y por primera vez no supo qué decir. Solo le apretó la mano con fuerza, como diciendo: Entonces no te sueltes.

La Oscuridad Retrocede

La batalla continuó durante horas.

Finalmente, entre los esfuerzos combinados de todos —las órdenes de Gareth, la magia de Nahlia y Cyras, las cuchillas de Ashar y la luz vacilante de Lyara— lograron repeler a las criaturas del Ojo, que se disolvieron en humo negro, dejando el campo cubierto de ceniza y silencio.

Pero no fue una victoria limpia. Había heridos por todas partes, y las murallas se agrietaron en varios puntos. La tensión entre los aliados seguía latente.

—Esto no acabará aquí —dijo Cyras, limpiando su espada de hielo.

—Nunca lo hace —replicó Ashar, con una media sonrisa cansada.

Nahlia lanzó una mirada significativa a Lyara, como si quisiera decir algo, pero se limitó a volver la vista al horizonte.

Lyara se quedó de pie en medio del patio, con los puños apretados, preguntándose si alguna vez estaría realmente lista para lo que venía.

La Carta

Esa noche, cuando todos dormían, Lyara se despertó sola. El silencio del palacio la inquietaba, como si todavía pudiera oír los ecos de las criaturas afuera.

En su mesa, había un sobre negro, con su nombre escrito en rojo.

Con las manos temblorosas, lo abrió. Dentro solo había una nota, con letras elegantes y crueles:

”¿Estás lista para mí?”

Sintió que el estómago se le helaba. Antes de que pudiera reaccionar, alguien habló detrás de ella.

—¿Qué tienes ahí?

Era Ashar. Estaba recostado contra el marco de la puerta, su chaqueta suelta, los ojos más oscuros de lo habitual.

Se acercó lentamente, sin apartar la vista del papel en sus manos.

—¿Quién la envió? —preguntó, su voz baja pero cargada de algo peligroso.

Lyara no supo qué responder. Solo lo miró, con el corazón latiendo desbocado.

Ashar se detuvo frente a ella. Por un instante, su dureza habitual se resquebrajó, y sus dedos rozaron los suyos, arrebatándole la carta.

La leyó, su mandíbula tensándose.

—Sea quien sea —murmuró—, no te tendrá.

Ella no pudo evitar alzar la vista hacia él, sorprendida por la ferocidad de sus palabras.

Ashar se inclinó un poco, tan cerca que ella pudo notar el calor de su aliento. Sus ojos buscaron los suyos, y por un segundo, el mundo entero pareció desaparecer.

Pero antes de que ninguno pudiera hablar, un golpe seco en la puerta los interrumpió.

Era Gareth.

Su expresión era dura, su mirada… herida. Pero no dijo nada. Solo miró a Ashar, luego a Lyara, y finalmente a la carta en las manos de él.

—Tenemos que prepararnos —dijo finalmente, antes de girar y marcharse.

Ashar soltó una carcajada breve y amarga, aunque no la miró.




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