Mason
En mi piel podía sentir que algo terrible estaba ocurriendo, que el tiempo se estaba acabando. Instinto quizá, o quizá la conexión entre Ophie y yo es más fuerte de lo que le doy crédito de ser. Cualquiera sea el motivo, está sensación fue la que me obligó a pasar todos los semáforos en rojo y no respetar el límite de velocidad. Una vez que llegue corrí a la puerta, alguien estaba saliendo y sin tiempo para explicación la empuje a un lado y entre. Cuando llegó a la puerta de Ophelia golpeó incesantemente pero no obtengo respuesta. Dos minutos más tarde la desesperación saca lo peor de mi, con unas cuantas patadas al picaporte finalmente logró abrirla. Entro corriendo y busco frenéticamente por señales de su presencia mientras llamo por su nombre.
Frenó de golpe al ver un pequeño charco de lo que parece ser sangre al lado de la cama. Me acerco y en la mesa de noche hay una pequeña navaja teñida de rojo. Un sollozo se escapa de mi garganta, y siento mi piel palidecer. Camino hacia al baño y ahí la veo. Tirada en el piso sin moverse. Corro a su lado y la tomo en mis brazos.
“Ophelia! Ophie, abrí los ojos.”
Poso la yema de mis dedos en su cuello y siento un leve pulso. Rápidamente la tomo en mis brazos y corro hasta mi auto.
El camino hasta el hospital y le llegada a este está borroso en mi mente. No recuerdo que fue dicho o hecho. Solo recuerdo el pánico creciendo con cada segundo. El miedo de perder a la única persona que quiero, en parte por mi culpa. Por dejar que una mentira nos separara, por no perdonarla, por no estar allí para ella.
Mi cuerpo amenaza con deshidratarse de la cantidad de lágrimas que salen por mis ojos mientras espero sentado en el hospital un reporte del médico. Silenciosamente hago una promesa de mover cielo y tierra y hacer todo lo que esté a mi alcance para que Ophie sea feliz, jamás dudar o desconfiar de ella de nuevo, no dejar que nadie nos separe. Juro ser buen ciudadano, ayudar a quien lo necesito, dar caridad, ser voluntario en el hospital. Lo que sea, cualquier promesa a cualquier Dios que la escuche con tal de que me devuelva a la única mujer que hace latir mi corazón. Sin ella la vida es una repetición sin sentido, ni sentimientos. Es vacía y sin significado.
Si la pierdo… Perdería el oxigeno que necesito para respirar, el corazón que necesito que lata, el alma que necesito para que sienta.
Dos horas más tarde, finalmente un doctor emerge de un pasillo y me informa que Ophelia está estable. Mis rodillas caen al suelo con POP, pero todo lo que siento es alegría y alivio. Después de un millón de “gracias” susurrados, a los doctores, a Dios, al destino, a quien sea, finalmente me pongo de pie y entró a su habitación.