Llegaron a Valparaíso. En el trayecto nadie habló, todos durmieron, a excepción de Felipe, claro. Mateo recibió una llamada de Camila —Sí que está interesada en mí, joder, pensó—, diciendo que ella estaba también en la ciudad. Estoy de ayer en casa de la mamá de una amiga, fue lo que le dijo en la llamada. Decidieron juntarse en la tarde, cosa que no complicó a la banda ya que tocaban al siguiente día. La chica de bello cabello ondulado se presentó en el hotel apenas a las una menos cuarto. Mateo practicaba con su Les Paul, le llegó la noticia por parte del recepcionista, que solo llamo por el comunicador. Se ruborizó y pudo haber perdido la cordura en ese momento. Haberse tirado al piso, y llorar de inseguridad
—Tú eres muy malo con las citas o qué —Era Felipe. Estaba recostado en la cama de plaza y media, que solo era suya —era lo único que deseaba mientras conducía camino a Valparaíso—.
—Es relativo. Siempre dependiendo de la chica, claro —esta era una de las que hace acojonarse de pies a cabeza.
—Como sea. Que te valla bien —después de eso, perfumó su cuello y se largó de allí.
—¡VE POR ELLA, TIGRE! —y carcajeó. Al cerrar la puerta de la habitación podía seguir oyendo esa risita particular.
Saliendo de ahí, fueron a comer a un restaurante de comida china. Pidieron un menú moderado —barato, era la traducción—. Mateo la entretuvo con historias de él sobre la banda y anécdotas graciosas, también. Ella solo historias graciosas y penosas.
—Has estado ocupado con esto de los conciertos. Y esta pregunta vaya que me la he preguntado varias veces. Pero, qué se siente tocar ante cientos de personas. Debe ser enloquecedor y excitante, creo —Oh no. Es tu momento, Mateo. Sale de ese lugar y no vuelvas a hablar con ella; dijo su cabeza. No. No era un cobarde. Diría lo primero que le llegara.
—Se siente —Mierda. No te bloquees—…Bien. De maravilla, sí.
—¿Sólo eso? —Demonios, chica. Qué más puedo decirte. Estaba un poco nervioso, empezó a mover sus piernas. Camila no lo notó.
—Es maravilloso porque les expreso lo que siento. Hmmm. Como el que pinta los muros. Él, en el fondo, lo hace para decirle a la gente: «Hey. Miren mi obra. Es mi vida, y ahora será de ustedes también». Eso hacemos los artistas, Camila. Entregamos el alma para compartirla con seres que nunca conoceremos. Pero —y aquí fue enfático—, ellos recordarán nuestra gran obra para siempre —le brillaban los ojos y su cara estaba colorada, pero no dijo nada. Sólo reía. Llevaban más de hora y media allí. Lo que no comieron se enfrió. Mateo le invitó a caminar y ella aceptó.
Iban en la arena, la brisa era agradable al igual que la marea, las olas golpeaban suaves en la arena.
—Cuéntame más de tu vida —interrumpió, ella—. ¿Vives con tus padres? —se le hizo un nudo en la garganta. la expresión de su rostro se puso cabizbaja, además de simplemente decirlo todo. Pero, no responder su pregunta era una falta de respeto.
—Vivo solo. Bueno, con el bajista de la banda. ¿Lo recuerdas? —ella asintió—. Buen. En una casa que antes vivía con mis padres. Se separaron. Él compró una casa nueva, con otra pareja. Mi madre por otro lado se mudó a un departamento más pequeño. Hubo una disputa por la casa. Al final, ella lo convenció que me dejase a mí la casa. Lo más raro fue que aceptó. no tengo mucha cercanía con él ¿sabes?
—Oh. Lo siento por preguntar.
—No te preocupes. ¿Tú vives con los tuyos?
—Si. Ellos también pasaron por un momento así. Solo querían separase y terminar de una vez. Se lo podía ver en sus ojos, cada mañana y noche que estábamos sentados en la mesa.
—Y qué pasó.
—Recordaron lo tanto que se aman. Volvieron a estar juntos.
—Me impresiona el poder de amor.
—¿Nunca lo has sentido? —¿Sí? No lo sabía muy bien. La última chica de la que estuvo muy enamorado fue recién en su primer año de media. Hacía el segundo semestre. Estuvieron juntos… ¿Un año; año y medio? No lo recordaba.
—No, ¿y tú?
—No lo sé muy bien —sonrió encogida en la mirada del chico.
Ya era de noche y él fue a dejarla al Bus que la llevaría de vuelta a Santiago. Así eran las citas esporádicas: comían; caminaban; se decían cosas lindas —en la playa mientras caminaban, quizá—; y luego se despedían sin siquiera poder verse una segunda vez. Así eran las citas esporádicas el último tiempo en la adolescencia. Pero maldita sea que no quería que así resultara ser, Mateo.