The Black Cards

Capítulo XVI

«Tantas Cosas, que en el cielo dibujaste; Tarde o temprano, algún día la niebla llegaría».

La pluma artesanal de Mateo persistía húmeda en su punta, luego de remojar con la tinta en la hoja de papel barato. Su rostro se arrugaba como también sus ideas, la creatividad era escaza. Deslizó nuevamente el lápiz sobre la hoja con un intentó más en ver que le resultaba.

«La sensación de ver el tinte del deseo; Envuelto por tantas promesas».

Una grosería esbozó con tristeza luego de soltar la pluma, cayendo con fuerza ante el papel barato. Miraba fijamente hacia el televisor, se encontraba tapado por el polvo. Mucho, se sinceró. Al igual que el televisor, Mateo se sentía hundido en el polvo, en el polvo de la desesperación, de lo olvidado. Estornudó, pensando en si fue culpa del polvo que le invadía, que se camuflaba en el aire. Y la nada luz opacaba el alma de la casa, parecía ser eterna la oscuridad, recién habían pasado las diez de la mañana. Faltaban menos de ya dos horas justas para que su puerta sonara con unos golpes bien rítmicos, era el golpeteo clásico de Pablo. Pero el presente era ahora, el ahora en donde el tiempo le jugaba en contra. Jugaba con los dedos de su mano derecha, deslizaba uno con el otro, deseoso por la áspera sensación del frote. Sintió un cosquilleo que partió desde el frote hasta dar a recorrer toda su cabeza, de izquierda a derecha, y devolviéndose de derecha a izquierda hacia el frote.

«¿Puedes hablarme sobre el amor?; Mientras tomas mi mano; ¿Puedes contarme más?».

El anhelo se escapó de sus labios, no podía contenerlo más dentro de su cuerpo. Maldijo una vez más, culpó, ¿a qué? Culpó a todo lo que se le cruzara en mente. Irónicamente nunca pensó en Camila, soló su nombre se le vino a su ya congestionado círculo de ideas. Pero no su cuerpo, nunca recordó el bello brillo de sus ojos. Como tampoco la luz de su pelo, ni menos en el sentimiento que guardaba en sus labios. Temió que nunca más la llegase a recordar, ni deslumbrar mientras durmiera, mientras pensara en ella. La lágrima que brotó su ojo izquierdo fue bajando por su rosada mejilla, hasta estrellarse contra el papel barato. Y fue la única que botó en la mañana. Nunca lloraba. Y ahora tampoco lo hizo, fue tan solo una lágrima.

Se fue al sofá y allí se quedó dormido recostado en él. Lo último en que pensó fue en la culpa. En la culpa que sentía al querer culpar algo. Él era el único culpable.

El timbre sonó en el lugar, el cual observaba a su dueño que dormía acurrucado en el sofá, soñando libre de sus temores, de todo el mal, soñando con la nada existente, dentro de un mundo copado de inexistencias, casi algo mágico. El golpeteo de Pablo se hizo presente, fue rudo, hizo que el polvo se soltara de los bordes de las paredes por tan sujetos que estuvieran a ellas. Mateo despertó exaltado. Sus ojos seguían cerrados por la forma en la cual dormía. Entendió que se trataba de Pablo, ya que ni Agustín ni mucho menos Felipe hubieran golpeado con tanta fuerza —eran respetuosos— su puerta, era clásica y hecha con el mejor Nogal de aquellos tiempos, tiempos en que Cristóbal compró lo que sería la casa que viera crecer a su familia. Al abrir la puerta y ver el rostro de su amigo atinó sólo a abrazarlo con mucha fuerza, buscó conformidad y viveza en él. Conformidad y viveza que más que nunca necesitaba.

—¿Y los demás? —miró de reojo la casa, no se veía nada dentro de ella. Pero tampoco se veían los demás.

—La verdad es que no lo sé —soltó una carcajada.

—Creí que ensayaríamos.

—Bueno, siempre hay un plan B para todo, ¿no?

Pasó el tiempo allí. Mateo hablaba con Agustín desde su móvil. Pablo miraba televisión, un programa de fantasmas y casas embrujadas, pura mierda.

—Perdón, pero no podré ir. Javiera me invitó a salir y sabes que no puedo desaprovechar esta oportunidad. Lo entenderás, ¿cierto? —fue lo único que dijo. Mateo no le molestó, es más le alegró que sucediera. Quería a Agustín como a un hermano, mucho más que a Pablo incluso. No atinó a más que darle buena suerte, y cortó.

Ahora eran solo dos músicos de cuatro, de una incompleta banda de música que ni siquiera éxito tenían.

Pero por ahora solamente.

Por ahora…

Ambos miraban ahora un programa del MTV que trataba de videos de humor bastante penosos. Pablo reía a más no poder, una risa contagiosa, mucho más graciosa que los videos del programa. Mateo solo miraba, serio y desprolijo de estar allí. Y así fue, Pablo sabía que se encontraba distraído su amigo. Estás en otro mundo, pensó él. Pero no actuó, dejó ser a su amigo. «Let It Be» decía una canción de los Beatles, bastante famosa.



#12939 en Joven Adulto

En el texto hay: amigos, banda de musica, musica rock

Editado: 02.05.2018

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