The Black Cards

Capítulo XX

El día se encontraba apenas recién en la plenitud de la tarde con un escaso sol. La casa de Mateo estaba en completo silencio a pesar de ser ya pasadas las dos de la tarde, es una hora razonable para cometer bullicio. El lugar saciaba un sentimiento solemne el cual se ahogaba de soledad en cualquiera. Mateo era uno de ellos, se encontraba en su dormitorio sentado en la cama con una posición de meditación. Miraba por la ventana hacia la poca gente que caminaba por esas veredas, sentía como un aire esperanzador le rebotaba. Mantenía una postura parecida a las del yoga. No lo practicaba, aun así, siempre le interesó comprenderlo, por las películas se asombraba de las posturas que estos tomaban; además, nunca encontraba silencio —y sobre todo paz— en el hogar.

Esta vez fue la excepción. Sentía curiosidad por practicar el arte de la meditación, le invadía la curiosidad de hacerlo y saber qué sienten ellos, sin más que planificar lo hizo. Cerró sus ojos lentamente, sintió un temblor en el izquierdo. Dejó su mente en blanco y total paz, que le tardó varios minutos lograrlo. Practicaba ahora el «BADDHA KONASANA», sentía cómo una tensión le comía sus piernas, le generaba un calor inmenso, no tardaron en colorárseles. Pavoroso de que la tensión aumentara y le provocara una lesión, se arrastró con el trasero fuertemente desde el plumón de la cama hasta dejarse caer hacia el suelo. Ya instalado, volvió nuevamente a la postura inicial. Sus piernas delante del y su espalda los más recta posible asemejándose a un ángulo de noventa grados, sentía calor en su muslo, pero no le impidió seguir con el proceso. Agarró una pierna con cada mano y lo más lento que pudo las arrastró hasta que chocaran con su ingle. Juntó sus manos formando una especie de puño, apretó la parte delantera de sus pies con la intención de que no se separaran, y estiró su pecho hacia delante. Lentamente fue inclinándose hacia el piso, tenía mucho miedo de terminar tirado con un desgarre o Dios sabe qué cosa más, su frente sudaba tal como si se encontrara en el Desierto del Sahara. La presión que ejercía le provocaba rizas incoherentes e involuntarias, así siempre se ponía en la clase de educación física cuando le hacían hacer sentadillas y flexiones —cómo las odiaba—. Luego de unas veinte —quizá fueron más, no lo recordaba ya— lentas y profundas respiraciones, soltó la tensión de su cuerpo dejando su cuerpo deforme en el piso, parecido a una escena del crimen. Se quedó así durante varios minutos hasta que recompuso la movilidad de sí mismo. Se levantó del piso, estaba húmedo y marcaba toda su figura.

El frasco del café cada día se desvanecía más, aun así, dejaba su huella en las sonrisas de los muchachos donde se reunían hermanados y cuentan las cosas que hicieron el día anterior. Infelizmente sólo era Mateo esta vez. Estaba quieto en su silla, sólo en la mesa acompañado de una taza color crema, el café le sabía dulce. La luz del día era plomiza, poco esperanzadora, reflejaba por la ventana hacia el comedor. Mientras más natural, mejor. El guitarrista tomaba el asa del tazón con sus dedos y se les deformaban al hacerlo. Tomaba un poco y la apoyaba en el plato. Involuntariamente o no, sea como sean las cosas… Pensó en Camila, no la veía desde la vez que se quedó a dormir con él. Recordarla ese día le provocó una risita sincera y un calor en sus mejillas. Pues a pesar de ser un tipo necio y poco romántico, recordar esa noche le traía emociones encontradas, placenteras. Pero, sobre todo, fugaces.

Porque el amor es fugaz.

Es…

—… Una verdadera locura —dijo. Camila lo miraba extasiada por la felicidad de él.

Luego de la propuesta que le hizo a Camila, celebraron junto a los demás, bebieron unas cuantas cervezas que quedaban en el refrigerador, vencían en dos días así que las bebieron todas, algunos más que otros. La noche se encontró con los Santiaguinos ese día, la celebraron reuniéndose con amistades en pubs, o simplemente reuniéndose con sus familias; Agustín junto a Felipe y Pablo fueron la primera opción, salieron hacia los bares del Barrio Bellavista. «Vamos, muchachos. Las universitarias esperan por nosotros» había dicho Pablo y los demás no sabían si bromeaba o hablaba en serio. Primero se despidieron de la pareja uno por uno. Pablo palmeó la espalda de Mateo y le besó la mejilla sólo para mofarse. Algo le había susurrado a su oído, sólo que Mateo no le entendió muy bien. Luego de eso, salieron hacía Avenida Grecia. Les preguntaron si tomarían taxi. No, respondieron ello, caminarían todo hasta llegar, una verdadera osadía.

Al cerrar la puerta, miró a Camila. Tenía la sensación de querer decirle lo mucho que anhelaba hacerle el amor ene se momento. Eso era amor, y lo sabía. Se le acercó, besó su frente de manera angelical. Sintió cómo ella con sus manos rodeaba su cintura, y veloz lo acercó junto a ella, las cerró después. Ambos se miraron durante segundos, sólo se miraban, nadie habló, ni respiró. Pareció haber estado una eternidad allí, una eternidad fugaz. Acercaron sus labios, Mateo escuchó como la fuerte respiración de Camila se hacía cada vez más intensa y tartamuda. Fue un beso inimaginable, difícil para ambos de explicar como también de volver a sentir. Fue el clímax de la relación. Por un lado, Mateo le acariciaba las mejillas de ella, le daba suaves; la intención siempre es generar placer, pensó, siempre. Del otro lado, ella no hacía fuerza por mantener sus ojos cerrados, obedecían por arte de magia, por arte del amor. Sentía los dedos de Mateo, se deslizaban en sus mejillas en circulares giros. Su respiración era fuerte y hacía lo mejor posible para hacerla desapercibir, nunca supo si él lo notó. Mateo ya en el éxtasis, se soltó de los brazos de ella y la tomó de su mano derecha. Ella lo miró, sus ojos brillaban, sólo Dios sabía que pasaría en adelante. La hizo subir por las escaleras, tambaleó en varios escalones. En el segundo piso, la tomó de su cintura y la sostuvo en sus brazos, la magia era perfecta, sus ojos ya no brillaban, ahora prendían fuego. La llevó a su cuarto, prendió la luz de la lámpara que estaba el velador junto a la cama. Le dio silencioso empuje y ella cayó con un sordo impacto al colchón. Él fue el siguiente en caer, aterrizó como una pluma en el cuerpo de Camila, era liviano, frágil. Siguió besándola, en sus labios, su cuello, donde las estrellas siempre estallan. La chica le acariciaba el cabello, era liso y un poco sedoso. La noche pasaba al igual que los segundos, los minutos, y ellos no los sentían pasar, estaban encerrados por la cúpula, donde el tiempo no existe. Sus cuerpos unidos formaban uno solamente, un alma misma y única. Las caricias iban y venían como contras en un partido de fútbol. Cada vez que se presentaban aumentaba la llama, la inenarrable flama que prendía los corazones. Mateo acercó su mano al velador y abrió el cajón, se oyó el áspero crujir de este, los irrumpió del acto por un momento, pero volvió enseguida. De él sacó un envoltorio, culpa de las sombras, ninguno de los dos no podía ver de qué trataba, Mateo sabía muy bien lo que ocultaba la oscuridad, y ella también. Ambos rieron y forzosamente se acostaron hasta quedar tapados por completo por el plumón.



#12940 en Joven Adulto

En el texto hay: amigos, banda de musica, musica rock

Editado: 02.05.2018

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