The Black Cards

Capítulo XXI

El año cada vez estaba más pronto de llegar a su fin. La gente comenzaba a liberarse y el trabajo pasaba a ser más suave, las fiestas lo hacían ser así, quedaba poco para que fuera Halloween y todos esperaban ese feriado. El bar KILKENY era uno de los bares del montón dentro del área de Providencia, eso no le quitaba valoración, se demandaba y mucho. Amadeo es uno de los nuevos garzones contratados en el bar, ahora tenía su primer día laboral luego de uno de práctica que fue sólo de media jornada. Llegó una hora antes de lo correspondido sólo para demostrar sus ganas y compromiso, no le sirvió de mucho, en realidad para nada; su jefe lo mandó a barrer la vereda porque afuera también tenían mesas, esa es la esencia de todos los pubs o bares en el centro de la ciudad. Aprovecha lo madrugón que estás, le había dicho.

La noche se instaló en el sector y de a poco comenzaron a avecinarse universitarios y algunos que otros extranjeros. Ya a las nueve de la noche, la calle Constitución adoptó esa esencia de fin de semana. Los jóvenes se dan un descanso merecido luego de estar con el sol machacándoles las espaldas mientras estudian, y nadie se los reprochaba, incluso unos llegaban al profesor.

Amadeo entró al bar nuevamente, venía de los puestos de afuera. Su jefe era el mismísimo Barman —Aquí todos trabajamos, le dijo en la entrevista de trabajo—, le entregaba los pedidos e indicaba la mesa que debía entregar los tragos. Se acercó despacio y temeroso donde su jefe, estaba a espaldas suyo sirviendo un trago caribeño por lo que detalló en las botellas. El garzón improvisó con una atractiva sonrisa y formó con sus palabras «¿Quién sigue, jefe?».

—Cuatro cervezas a la mesa cinco —Amadeo recostó la bandeja en el mesón para que el barman las dejara allí.

El chico emprendió rumbo nuevamente hacia la calle. Miraba cauteloso a sus rededores. Estaba paranoico con la idea de encontrase con un ebrio que tropezara en él, arruinando las cervezas y concluyendo con su despido. No fue así para su suerte. Llegó a la mesa que tenía un papel pegado sobre el toldo el «5».

—¡Ya era hora! Tengo la garganta seca —dijo Pablo con la mirada brillosa.

—No lo escuche, por favor —le dijo Mateo avergonzado. A Amadeo le pareció de lo más gracioso como para sentir vergüenza ajena, no. Le agradó.

—No se preocupe —rió—. Cuatro cervezas bien heladas —con una mano sosteniendo la bandeja, con la otra dejó las cervezas en la mesa. Amadeo se alejó de ellos sin antes desearles una buena noche además que las disfrutaran mucho.

Los muchachos tomaron los vasos cada uno y antes de saciar la sed los chocaron en motivo del cumpleaños número diecinueve de Felipe.

—No sé cómo este puede cumplir diecinueve si tiene una cara de pendejo que no se la saca nadie —Dijo Pablo y todos explotaron en risas.

Sin planearlo o mencionarlo, conversaron sólo temas relacionados a Felipe, también cosas relacionadas al alcohol, al sexo… Incluso de amor, últimamente este estaba en todos, menos en Felipe, claro. La alegría se sentía inmensa en las afueras de la calle, los clientes solamente reían y golpeaban a la mesa, uno de esos tenía un ataque de risa y sólo decía «¡No puede ser posible!», luego de eso le vino el hipo. Agustín hizo callarlos a todos y cuando esto llegó, contó una historia acerca de la vez que conoció a Felipe.

—… Recuerdo que Mateo me dice «Eh, Agus, ven a mi casa. Es muy importante así que date prisa». Yo tan iluso siempre tuve el pensamiento de que Mateo era —buscó las palabras—… Bueno, un lacho —todos rieron, incluso Agustín que no se contuvo. Recobró la compostura y prosiguió—. Así que me preparé lo bastante bien, me perfumé y arreglé el pelo unas tres veces… Y claro, guardé condones en la billetera. Al llegar veo que sólo estaba Mateo —contuvo una risita que le hacía vibrar el labrio superior—. Lo miré extraño, asustado. Y mucho más cuando me dice «Invité a unos chicos, llegarán en minutos» —volvieron todos a reír, esta vez mucho más fuerte—. Lo miré asustado, y le dije «¡Me tienes que estar jodiendo!». Lo peor era que Mateo no entendía, de haber sabido me hubiera callado… y le dije «Nunca pensé que eras… tú sabes». En ese momento comprende todo y comienza a reírse. Me dijo que era un imbécil y que me hubiera rematado uno en el ojo, pero como era su amigo mejor no —todos reían sin cesar, se divertían y mucho, la armonía era cálida—… En fin. Este es mi regalo de cumpleaños, Felipe.

Luego hicieron un Salud por Felipe, brindaron todos juntos y estrellaron sus jarras con brutalidad, un poco de espuma calló en la mesa.



#12951 en Joven Adulto

En el texto hay: amigos, banda de musica, musica rock

Editado: 02.05.2018

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